Josu García
Viernes, 31 de octubre 2014, 16:14
Castro Urdiales es mucho más que sol, playa o una ronda de vinos por los bares del puerto. La localidad cántabra es, sin duda, un buen escenario para practicar la bicicleta de montaña. Cuenta con algunos montes espectaculares, como el pico Cerredo (644 metros), de ... explosiva subida y alocado descenso. Pero el municipio costero dispone, además, de un preciado tesoro para los amantes de las dos ruedas: casi medio centenar de kilómetros de vía verde. La ruta de hoy recorre uno de los cinco trazados que han sido especialmente acondicionados para el disfrute de los que amamos dar pedales. Se trata de una excursión corta, muy sencilla y segura (no hay coches); ideal para hacer con niños.
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La vía verde de Traslaviña nos llevará a conocer el pasado minero de la villa veraniega. Y también nos descubrirá uno de los valles más verdes y solitarios de esta zona de Cantabria. Nuestra ruta comienza en la pedanía de Santullán, junto al cementerio, donde podremos dejar el coche y preparar nuestras monturas. Descendemos una empinada calle y buscamos la entrada al antiguo ferrocarril minero. Comenzamos a ciclar despacio, buscando un golpe de pedal que nos resulte cómodo.
El camino no es muy ancho, pero resulta suficiente. Sigue el antiguo trazado de las vagonetas que bajaban repletas de mineral de hierro, en dirección a los cargaderos de la costa. Ya no hay balasto ni raíles, pero sí que han quedado algunos vestigios de su pasado ferroviario, como cambios de agujas o recios muros de contención en los costados. Incluso podremos ver la vieja estación de Otañes.
Pero antes de adentrarnos más en la vía verde es conveniente echar una mirada hacia nuestra derecha, volviendo un poco la cabeza. Nos toparemos con la imponente cantera de Santullán. Su roca caliza alimentó durante décadas los altos hornos de la siderurgia vizcaína. Aquí hizo buena parte de su fortuna Miguel de la Vía. Fallecido hace un par de años, el conocido empresario reunió en Torre Loizaga (Galdames) una de las colecciones de Rolls Royce más espectaculares del mundo. Un legado que se puede visitar en la localidad de Las Encartaciones. La cantera es hoy un enorme coloso de piedra desnuda, sin vegetación alguna. La voracidad del hombre, personificada en la expansión urbanística de las últimas décadas, se ha comido la montaña a bocados.
Los primeros kilómetros de nuestra excursión atraviesan una zona eminentemente rural. El terreno pica hacia arriba, pero se pedalea fácil. Se pueden contemplar varios caseríos. Pero, poco a poco, el recorrido se va volviendo cada vez más solitario. Predomina el bosque autóctono, aunque también se pueden ver algunas plantaciones de pinos y eucaliptos. Uno de los hitos del camino es la vieja estación ferroviaria de Otañes. De planta cuadrada y totalmente rehabilitado como albergue, el edificio destaca por una sobriedad que, increíblemente, resulta coqueta. El andén está tapizado por la hierba y la maleza.
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Frontera entre Bizkaia y Cantabria
Continuando el recorrido, nos toparemos enseguida con el viaducto de Los Vados. El puente, que cuenta con tres vanos, tiene una altura considerable y pasa por encima de la carretera que conduce al puerto de Las Muñecas (el alto está a 410 metros de altitud), que sirve de frontera entre Bizkaia y Cantabria. Atravesarlo es una sensación placentera.
La parte final de la excursión se adentra más hacia el monte. Y, a falta de unos 500 metros para el final, dejamos la ancha pista del ferrocarril para introducirnos en un pequeño sendero. Resulta bastante salvaje. A nuestra derecha vemos fluir el agua, a través de un canalón que, durante muchos momentos del año, baja repleto.
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El punto y final de nuestro periplo lo marca el túnel de Los Herreros. Cuenta con casi 2 kilómetros de distancia y está en un estado de conservación muy delicado. Atravesarlo es una opción sólo apta para los más atrevidos. Al otro lado de la galería espera Bizkaia y la posibilidad de seguir el camino hacía las vías verdes de Las Encartaciones. Nosotros nos damos la vuelta y volvemos sobre nuestros pasos. Ya sólo queda relajarnos y dejarnos caer con nuestras bicicletas por la suave pendiente que nos devolverá a Santullán. No hace falta ni pedalear.
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