Pedalear en canal

Subida en bicicleta al embalse del Juncal, en la localidad cántabra de Guriezo, y paseo por el interior de su acequia de hormigón

Josu García

Viernes, 5 de septiembre 2014, 16:15

No se aprecia desde el espacio como la Gran Muralla china pero sí es visible en las imágenes de alta resolución de Google Earth. Se trata de una construcción de más de 6 kilómetros de longitud que se cuelga sobre una montaña calcárea de gran ... belleza. El hombre levantó este canal de hormigón, de un metro de profundidad y 1,5 de anchura, en 1930 para abastecer al embalse del Juncal (Cantabria). Ciclar por sus entrañas, conducir nuestra bicicleta por este cajón pétreo, será el mayor atractivo de la ruta que hoy os proponemos. Pero, ojo, no será el único momento divertido y especial. La subida a este embalse resulta agradable y espléndida, al igual que pedalear por los bosques del cercano Parque Natural de Armañón.

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Si te vas a lanzar a la aventura con nosotros te convendrá saber de antemano que esta excursión es recomendable únicamente en verano. Durante el otoño y la primavera y, sobre todo en invierno, la acequia baja con un palmo de agua, una cantidad no excesiva pero suficiente para mojarte los pies y arruinarte la experiencia.

La jornada arranca en el barrio El Puente de Guriezo, que se ubica entre Castro y Laredo, a unos 35 minutos en coche de Bilbao. Atravesamos un puente y giramos a la izquierda para coger el camino que serpentea junto a la margen izquierda del río Agüera. Aprovechamos estos primeros metros llanos para calentar nuestras piernas. Disfrutamos también de una senda que, en principio, es llevadera. Sólo alguna zona de piedras pone un puntito de dificultad técnica a nuestra singladura.

Nos adentramos pronto en uno de los barrios rurales de Guriezo. Huele a pueblo, a ganado, a hierba recién cortada... Tras varios giros y virajes llegamos a una hermosa bolera en Trebuesto. El recinto deportivo marca casi el inicio de nuestra primera ascensión (kilómetro 3)

La subida al pantano, que se encuentra a unos 550 metros de altitud, dentro del macizo de Los Jorrios, resulta asequible. No tiene grandes porcentajes pero es larga. Los ciclistas más serenos disfrutarán con ella, mientras que los más impacientes pueden llegar a aburrirse porque son 8 kilómetros cuesta arriba, con algún que otro descanso pero sin terreno para poder apretar el acelerador a fondo.

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Tranquilos y con calma disfrutamos de unas primeras rampas que discurren por asfalto, entre granjas de vacas y explotaciones madereras. Pronto nos percatamos de que la subida al Juncal es especial. En un collado (kilómetro 6) aparece frente a nosotros una pequeña central eléctrica y una misteriosa acequia sobre la que pastan dos caballos. Y muy cerca hay también una charca de mediano tamaño. Se supone que el agua cae desde el canal para producir electricidad, aunque todo esto se lo imagina el ciclista porque no parece que funcione. Puede ser porque estamos en la etapa del estío y hace tiempo que no llueve con fuerza.

Proseguimos la marcha, con la acequia siempre a nuestra izquierda. La humedad ha generado un denso bosque de ribera a nuestro alrededor. Pero llegando a una caseta, el paisaje cambia. Dejamos los canales y comenzamos a subir ahora por una zona más empinada. De pronto, el monte pierde sus árboles, que dejan paso a los tojos y las argomas. El matorral y el monte bajo nos permite disfrutar de unas vistas increíbles hacia el mar cantábrico. Se ve el macizo de Candina, con su colonia costera de buitres leonados, una población casi única en Europa. No es frecuente que las carroñeras se asomen al mar porque las condiciones de vuelo son más complicadas, aunque en este rincón del litoral sí se aventuran a volar. También divisamos la formación rocosa que se conoce como ballena de Sonabia

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Ya sólo nos quedan un par de kilómetros para llegar al embalse, que aparece después de un pequeño descenso (km 11). El lugar es idílico: un 'plateau' ocupado por pastizales y por el agua, con un único bosque de eucaliptos en su lado más oriental. Atravesamos por la presa, no sin antes tomar un par de fotografías.

Tras atravesar el eucaliptal viramos bruscamente para enfrentarnos al plato fuerte del día. Cogemos nuestra bici en brazos y bajamos al canal del Juncal. Pedalear por su interior resulta sencillo, sólo hay algún pequeño charco. Poco a poco le vamos cogiendo gusto a la sensación de estar viendo un enorme valle a nuestros pies mientras avanzamos impulsando nuestras ruedas por esta especie de trinchera. Las vistas son espectaculares: un macizo kárstico justo frente a nosotros y unas laderas casi vírgenes en los montes que modelan este enclave, a caballo entre Cantabria y Bizkaia.

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Tras pedalear un par de kilómetos nos encontramos con el primero de los cinco o seis túneles que jalonan el canal. Son muy cortos por lo que aún hay luminosidad en su interior. Pero es necesario desmontarse en alguna de las galerías para no golpearnos con la cabeza contra el techo. En principio parecen muy seguras. No tiene pinta de que se pueda producir desprendimiento alguno.

Tras unos 6 kilómetros, el canal se sacude de su piel de hormigón y se adentra en un denso bosque. Su caudal crece. Pedaleamos ahora junto al curso de agua (tiene un palmo de profundidad). A nuestro paso, las ranas saltan al líquido elemento. Curiosa sinfonía la que producen estos anfibios en su huida. Avanzamos despacio puesto que el camino es estrecho y no conviene acelerar. Estamos ya en la zona del Parque Natural de Armañón, con imponentes árboles, principalmente robles.

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La masa boscosa termina unos pocos kilómetros más adelante, justo cuando El Juncal aparece frente a nosotros, a un par de kilómetros de distancia, después de que hayamos dado un importante rodeo a través de las montañas. La parte final de la ruta nos llevará hacia la Ermita de Las Nieves, un paraje sagrado para los habitantes de esta zona de Cantabria. El templo se erige en lo alto de una montaña de difícil acceso. Por instantes el ciclista se imagina que se encuentra en el Tirol o en un país de cuento, porque parece imposible que el hombre haya podido construir algo en lo alto de ese pétreo montículo.

No subimos hasta la cumbre porque el camino no es ciclable, pero no nos quedamos muy lejos. Pronto iniciamos el descenso tras atravesar una estructura de hormigón que sirve a los excursionistas para tomar el sol. La bajada es muy técnica en sus primeros metros. Sólo los más hábiles podrán afrontar este tramo montados, pero, en caso de tener que empujar la bicicleta, queda el consuelo de que el camino es corto y hacia abajo. En seguida encontramos una pista ancha, de buen piso y rápida que nos llevará a las pedanías de Laderal y Adino. En el camino podremos observar la antigua fábrica de chorizos de Guriezo, que dio empleo durante décadas a muchos de los lugareños. Después de 30 kilómetros acabamos nuestra ruta en el mismo punto desde donde habíamos partido.

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