Josu García
Viernes, 9 de mayo 2014, 17:16
Imagina un río de aguas limpias que atraviesa un verde valle que desemboca en una playa de maravillosa arena. Visualiza que el curso bajo de este cauce fluvial está cuajado de vestigios arquitectónicos y leyendas. Aquí se moldeó el hierro durante siglos al son de ... los mazos que movían sus aguas. Las fraguas eran alimentadas con el carbón que se fabricaba a partir de la madera de sus frondosos bosques de ribera. Se cuenta que con el metal que salía de sus ferrerías se armaron ejércitos completos, mientras que con el pescado que llegaba a su estuario se aplacaron hambrunas legendarias. Ese río es el cercano Lea y toda su historia está encerrada en sus últimos 20 kilómetros. La excursión de hoy sigue este camino, a través del GR 38, el de la ruta del Vino y el Pescado.
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Nuestra jornada comienza en Munitibar, con la cercana e imponente estampa del monte Oiz de fondo. En sus faldas nace el Lea. Comenzaremos a pedalear junto a una residencia que se ubica al final del pueblo. Allí, junto al río, se abre un camino que está acondicionado y bien cuidado en prácticamente todo su recorrido. Sólo algunos tramos acumulan peligrosas roderas generadas por la lluvia. Son la excepción.
El paisaje fluvial está repleto de árboles de hoja caduca, en su mayoría robles y fresnos. El sendero serpentea y juega con el cauce. A veces se acerca, otras se aleja, en una intensa relación de proximidad y lejanía que añadirá cierta dureza a nuestra empresa. La ruta es asequible pero alterna tramos fáciles con momentos exigentes. Si la hacemos de ida y vuelta (41 kilómetros) y a cierto ritmo, puede resultar, como dicen algunos ciclistas, machacona. Algunos repechos tienen gran pendiente. Pero si vamos sin prisa y bien avituallados podemos completar un extraordinario paseo.
Los primeros compases son, precisamente, los de mayor desnivel. Ciclamos entre pinares, con cuestas cortas pero empinadas. Para el menos preparado puede asustar un poco, pero todo vuelve a su cauce pasados unos kilómetros. Circulamos por la margen izquierda del curso fluvial. El camino se abre entonces para atravesar algunos baserris muy bien conservados. Se respira un ambiente tranquilo, rural, muy alejado de la ciudad. En algunos recodos del camino no se observa ningún elemento de civilización: ni postes de teléfonos o líneas eléctricas. Ni rastro de cemento. El ciclista bien podría estar en el siglo XXI o en el XVII. Sólo el lejano rumor de la carretera rompe en ocasiones esta ensoñación.
No es difícil imaginarse a los arrieros que subían el pescado hacia la meseta. Y los acemileros que venían del interior empujando hacia Lekeitio las mulas y asnos cargados de vino y cereal. El camino tuvo un trasiego importante para los mercaderes castellanos y vascos.
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Pasados 5 kilómetros llegamos al pueblo de Aulesti. Aquí cruzaremos la carretera y el río para comenzar a ciclar por la margen derecha del Lea. Poco después nos toparemos con el complejo industrial y residencial de Angiz. El cauce nos sigue ofreciendo pequeñas cascadas, viejas ferrerías y puentes espectaculares, como el de Antzior.
Pedaleamos ahora hacia Gizaburuaga. A través de un tramo tranquilo y con pocos visitantes. Es más fácil encontrarse con caminantes y ciclistas en las proximidades de Lekeitio. Poco antes de llegar al municipio nos topamos con la Torre de Bengolea y su fragua. Narra la historia que de aquí salieron buena parte de las lanzas y picas para las tropas castellanas. Los temibles tercios utilizaron a miles las varas de fresnos que crecían junto al Lea y cuya punta de hierro añadida era moldeada en los yunques de los herreros de la zona. Cuenta una leyenda, con trazas de ser verosímil, que las picas que se clavaron en Flandes procedían de esta localidad vizcaína.
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Afrontamos ya la parte final de nuestra excursión. Aquí tendremos cuidado porque hay varios tramos que se encaraman a la montaña. El camino está excavado en la roca en algunos puntos y hay que pedalear sobre pasarelas de madera (pueden resbalar si están mojadas). Observamos también varias escalas en el río para que las truchas y puede que salmones tengan la posibilidad de remontar el curso fluvial.
A nuestra llegada al barrio de Oleta podremos recuperar fuerzas en una amplia zona de esparcimiento. Cerca hay buenos restaurantes donde recargar energía. La parte final de la jornada nos conduce a través del corazón del estuario del Lea. Las aguas bajan ya más sosegadas y se mezclan con las mareas. La salinidad aumenta. Y en una campa podemos ver las barcas que se utilizan en las fiestas del Antzar Jokoa o juego de los gansos, cuando los mozos retuercen el pescuezo de las aves mientras soportan las alzadas y los chapuzones, en un juego de tradición secular.
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Tras observar varios astilleros de ribera, se aprecia ya la señorial Lekeitio, con su basílica (conocida como la catedral) y sus palacios. Momento ideal para poner punto final a la excursión en la playa de Karraspio. Si es con un baño, mejor que mejor.
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