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Sergio Carracedo
Viernes, 10 de julio 2015, 00:33
El cerro de Júndiz ha sido testigo mudo de cómo ha cambiado la historia en numerosas ocasiones a su alrededor. Vio cómo las legiones romanas surcaban la Llanada y se asentaban a dos kilómetros de distancia, en la colina de Arkiz, para levantar la ... ciudad de Veleia en un estratégico meandro del río Zadorra, donde antes hubo un poblado prerromano. Contempló la construcción de la calzada romana entre Astorga y Burdeos y el final de la urbe romana en la Edad Media. También presenció el surgimiento de la aldea de Gastehiz en otra colina cercana, la del actual casco medieval vitoriano, ási como el ir y venir de peregrinos por el Camino de Santiago desde el Medievo. La atalaya de Júndiz fue, además, centro estratégico en tres batallas decisivas para el curso de la historia. Primero, la que enfrentó en 1367 a las tropas de Enrique de Trastámara con las de su hermano Pedro el Cruel, en la denominada Guerra Civil Castellana. Años después, en la Batalla de Vitoria, en 1813, cuyo resultado supuso la penúltima puntilla a la ocupación francesa. Y tercero, en las posteriores Guerras Carlistas, época en la que se construyó un fuerte en uno de los promontorios que domina su valiosa posición en el centro de la Llanada.
Un paseo a pie o en bicicleta por este pequeño cerro permite ver algunos de los vestigios de ese acreditado pasado estratégico y conocer el escenario de estas históricas batallas, pero también deja de manifiesto su privilegiada ubicación natural que posibilita la conexión ecológica entre los Montes de Vitoria, el río Zadorra y la Sierra de Badaia, razón por la que se ha propuesto su declaración como Paisaje singular. Ante esta riqueza histórica y natural, el Ayuntamiento de Vitoria ha creado una ruta circular, con cinco miradores y sus correspondientes paneles explicativos que destacan el papel estratégico del Cerro de Júndiz.
Situado entre los pueblos de Aríñez y Víllodas y con sus humildes 620 metros de altitud destaca por su localización valiosa más que por su escasa altura. Lugar de observación de buena parte de la Llanada Alavesa y sitio protegido por la pendiente de sus laderas, es además el punto desde el que se podía controlar el paso de tropas procedentes de La Puebla de Arganzón o del valle de Kuartango y Pobes para salir a Nanclares. Además de su escasa altura, no es un paraje demasiado extenso y con Vitoria y las autovías siempre a la vista es muy difícil perderse. La única dificultad es escoger el camino adecuado.
Cómo llegar
Su ubicación, a 4 kilómetros al oeste del centro de la ciudad, hace de este punto un lugar adecuado para conocerlo sobre una bicicleta o a pie, aunque la línea de Tuvisa L5 Salburua-Elejalde en combinación con las lanzaderas 5b a Aríñez o la 5c a Júndiz dejan, en ambos casos, a los caminantes a 20 minutos de asfalto de los caminos que ascienden por las faldas de Inglesmendi.
La lanzadera 5b llega hasta la localidad de Aríñez y deja al usuario del autobús a 20 minutos de paseo (1,7 Km) del camino al cerro. En este caso, frente al hotel Holiday Inn, donde para el urbano, sale un bicicarril y un paseo en dirección al alto de Júndiz. Al final de bidegorri hay que cruzar la A-1 por un puente elevado y girar a la derecha para tomar una pista de cemento que a los pocos metros se vuelve de tierra y que discurre paralela a la autovía en dirección a Madrid. A los 500 metros hay un camino que asciende por la derecha, pero tomaremos el segundo, que está unos 200 metros más adelante.
La segunda alternativa, la lanzadera 5c de Júndiz, deja al usuario del autobús en la calle Mendigorritxu. Tras pasar pasar las tres rotondas de las calle Bidegana, al final del polígono industrial, estará sobre la pista, que sale a la izquierda, para ascender por las faldas del Inglesmendi. Otra opción es apearse del servicio público en la calle Lermandabide, para dirigirse al mismo punto tras pasar por las poblaciones de Lermanda y Margarita, escenarios ambos de escaramuzas durante la Batalla de Vitoria.
El monte de los ingleses
Para disfrutar del paseo y de las vistas, lo recomendable es seguir el itinerario señalizado. Se trata de una ruta circular en torno a la cima de Inglesmendi que incluye cuatro miradores temáticos para el disfrute del paisaje y divulgación de los siguientes valores del lugar: Flora, Geología, Fauna e Historia. Para los interesados en la Batalla de Vitoria, se puede prolongar la visita ascendiendo a la cima de Júndiz, donde se ha instalado una mesa de orientación dedicada a dicho evento.
El propio topónimo Inglesmendi ya viene cargado de guerra, sangre y sentido histórico. Dataría de la misma época que la batalla que en 1367 enfrentó a las tropas de Enrique de Trastámara con las de su hermano Pedro el Cruel o el Justiciero, en su lucha por el trono de Castilla, tras la internacionalización de la denominada Guerra Civil Castellana. Según las crónicas de George Borrow, los derrotados ingleses dejaron tras de sí un nombre glorioso en Inglis Mendi, nombre que ha de durar hasta que el fuego onsuma los montes cántabros". De esa batalla, explica Gárate, procede el nombre que se fijó en el léxico de los pueblos de las inmediaciones y que ha llegado a nuestros días.
Posiblemente no fuera el primer enfrentamiento bélico que tuvo lugar en estas lomas, pero ha quedado registrado para la posteridad gracias a Les chroniques de Sire Jean Froissat. En él hubo combatientes castellanos, franceses y aragoneses por la parte de Enrique de Trastámara y castellanos, gascones e ingleses por la parte de Pedro el Cruel.
Cuentan las crónicas que en el mes de marzo de 1367 Don Tello le pidió permiso a su hermano el rey Enrique para atacar el lugar donde se asentaban las tropas inglesas de Thomas de Phelleton, en Inglesmendi, que al verle "en tan buena voluntad" accedió. Los soldados de Don Tello, junto con franceses y aragoneses, más de 6.000 en total, dieron muerte a muchos mientras dormían y derrotaron al ejército de Hue, pero algunos lograron armarse y huir hasta el ejército del duque de Lancaster. En su ayuda acudieron ingleses y gascones, el Príncipe de Gales -Eduardo de Inglaterra-, llamado el Príncipe Negro en referencia a la supuesta armadura que portaba, y el rey Don Pedro de Castilla.
El conde Don Tello al ver que no podía tomar la montaña retrocedió con el resto de su ejército, antes de que "algunos caballeros gascones e ingleses" rompieran filas para "herir y derribar a algunos de los españoles". Poco después, volverían los ataques a las tropas "anglogasconas" que permanecían sobre la "pequeña montaña", hasta que llegó el sitio de la misma, hacia finales de marzo. "Franceses y españoles hirieron con lanzas y espadas en tan gran estilo que los ingleses no les pudieron romper ni abrir", aunque combatieron "muy valientemente", pero "una vez los españoles hubieron entrado" en la montaña, "no se pudieron sostener mucho tiempo".
Tras el combate de Inglesmendi, el rey Don Pedro se fue "por el puerto de Eguileta (Azáceta)" a Santa Cruz de Campezo, para cruzar la sierra y pasar a Logroño. De camino entre Logroño y Burgos, el 3 de abril de 1367, se volvió a encontrar con su enemigo y hermano Enrique produciéndose la célebre batalla de Nájera en la que Pedro I derrotó a Enrique que se retiró a Francia. Tras reorganizar éste sus ejércitos y ayudado por los sublevados castellanos y por los franceses de Bertrand Du Guesclin venció a Pedro en la Batalla de Montiel (14 de marzo de 1369) y accedió definitivamente al trono de Castilla con el nombre de Enrique II.
El mayor duelo artillero
Cinco siglos después, Inglesmendi sería escenario de la decisiva Batalla de Vitoria (1813), en la que las tropas aliadas -españolas, portuguesas e inglesas- derrotaron al ejército imperial de Napoleón Bonaparte. Su hermano, José Bonaparte, dirigió desde esta atalaya a las tropas francesas hasta que estimo oportuno retirarse. Según algunas crónicas, a las cinco de la mañana del lunes 21 de junio, el mariscal Jourdan se sintió con fuerzas para montar a caballo y pasar revista a sus posiciones. En primer lugar, acudió al palacio de Montehermoso, donde literalmente sacó de la cama a José Bonaparte. Juntos se dirigieron al Alto de San Juan de Júndiz. Cuentan los historiadores que el mariscal se quedó horrorizado ante lo que vio. Sus fuerzas estaban divididas en varias líneas demasiado débiles y no había ni un solo puente protegido.
La conquista del monte Júndiz por parte de los aliados fue uno de los episodios épicos de la batalla. El 21 de junio de 1813 quedó marcada para siempre en Vitoria, pero también en este pequeño cerro que vio el desarrollo de los combates desde la lejanía y desde la cercanía. A mediodía, los combates llegaron a la zona de Zumelzu donde murieron al menos 200 escoceses. Las tropas aliadas, a mayor altura que las imperiales por los Montes de Vitoria, detuvieron la progresión francesa con un intenso intercambio de disparos. En ese momento, el mariscal Jourdan obtuvo el permiso de José I para ordenar el retroceso de las posiciones a la línea formada entre Gomecha y Crispijana.
Los aliados que estaban al otro lado del Zadorra cruzaron los puentes de Nanclares y de Momario dirigiéndose a Júndiz, Margarita y Aríñez. Tras varios intentos violentos, consiguen la retirada de las tropas franco-alemanas que defendían el cerro de Júndiz. En sus laderas cayeron muchos soldados, más británicos que franceses por su débil posición en las faldas del cerro de San Juan de Júndiz. Los caídos fueron enterrados en fosas comunes, donde permanecen, debajo del trigo. Una cruz hecha de traviesas de ferrocarril, construida en la década de los setenta por dos vecinos de Víllodas, Jesús Alonso y José María Montejo, recuerda a los allí fallecidos. La Asociación Histórica Vitoria 1813-2013 ha querido rememorar a los que sufrieron, lucharon y murieron en la batalla y ha instalado en dicho símbolo un texto escrito en latín.
El repliegue de los franceses a Aríñez, Margarita y Lermanda, donde se atrincheraron, obligó a los aliados a poner a trabajar a la artillería que causó importantes bajas en el enemigo. Hacia las cuatro de la tarde Aríñez y Margarita ya son territorio aliado, con el sonido del combate cerrado en Lermanda y los imperiales en retroceso hacia Gomecha y Crispijana, mientras otros huyen hacia Vitoria agotados tras largas horas de combate.
Hacia las cinco, las fuerzas aliadas presionan a los imperiales apostados en el resalte de Zuazo, en la línea entre Gomecha y Crispijana, donde una gran batería imperial los detiene con un fuego mortal. Los aliados responden con otra semejante dando lugar al mayor duelo artillero, en campaña, de toda la Guerra de Independencia. La infantería imperial abandona Gomecha y Crispijana retirándose hacia Vitoria. El dispositivo imperial se hunde. Desde Ali, hacia las 17.30 horas, el rey José I ordena la retirada general.
El fuerte de San Juan de Júndiz
No sería esta la última contienda bélica que se produjo en Inglesmendi. Durante las Guerras Carlistas el pequeño monte también fue un lugar estratégico y desde el que se vigiló con celo el paso de convoyes por la Llanada Alavesa. En este punto, el bando liberal levantó un fuerte, que tuvo el nombre de San Juan de Júndiz, y que albergó a un oficial y a 30 soldados durante la Tercera Guerra Carlista (1872-1876). Construido por los ingenieros militares del ejército del norte, era uno de los varios que completaba la línea entre Miranda de Ebro y Vitoria, y que todavía se pueden ver algunos ejemplos en Nanclares o La Puebla de Arganzón. Se levantó con el objetivo de que sirviera para mantener libre la comunicación entre ambas poblaciones en la importante vía de comunicación entre Madrid y París. Las laderas de Inglesmendi también fueron testigo de la fuerza de la artillería de la época, aunque el derramamiento de sangre no tuvo, en esta ocasión, a ingleses como protagonistas.
Sobre estos dos montes, naturalistas alaveses pretenden desde hace años establecer una figura de protección tanto por su valor histórico como natural, ya que posee una interesante biodiversidad y especies autóctonas ya que los intentos por plantar árboles han fracasado por el escaso sustrato de la zona. Esa protección blindaría la zona del amenazante avance de los polígonos industriales de Júndiz por un lado y de Subillabide por otro.
La diversidad de los hábitats del Cerro de Júndiz favorece la presencia de una abundante fauna. Por ello, es posible ver en este espacio especies como el bisbita arbóreo, corzos, cernícalos, mantis religiosas, zorros, y hasta especies amenazadas en el País Vasco como son dos aves mediterráneas, la curruca cabecinegra y el alcaudón común. Tampoco es raro ver en plena caza a algún aguiluchos pálido e incluso al aguilucho cenizo, en grave riesgo de extinción. Uno de los paneles instalados recuerda la importancia de la fauna de este paraje y de su vital conexión con el cercano río Zadorra.
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