Raúl Montero se asoma al Cantábrico desde su página de Facebook.

El día más negro para la familia Montero Rodríguez

Un representante de Swiftair se desplazó a Donostia para informar a los padres del auxiliar

ELENA VIÑAS

Viernes, 25 de julio 2014, 13:23

Habían oído la noticia a través de la televisión y el nombre de la compañía aérea les hizo augurar los peores presagios. «No es de las que suelen salir habitualmente en los medios de comunicación», señalaban Julia Rodríguez e Isidro Montero. El matrimonio se encontraba ... en su negocio, una cafetería-panadería situada en la calle Urdaneta, en pleno centro de San Sebastián, cuando un representante de Swiftair recién llegado de Madrid se personaba, poco después del mediodía, en el establecimiento para preguntarles si eran los padres de Raúl Montero.

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«En ese momento ya me he puesto en lo peor. Pensaba que iba a decirme que estaba muerto, pero me ha tranquilizado. Nos ha dicho que tenemos que tener esperanza, que puede que se trate de un aterrizaje forzoso o de un secuestro, porque suele ser muy habitual en esa zona. Aún no nos pueden dar más información. Dicen que si pasa algo malo, seremos los primeros en saberlo, que tienen que inspeccionar el lugar, aunque no va a ser nada fácil, porque se trata de una extensión tan grande como toda España», comentaban.

La vida de Julia e Isidro quedaba a partir de entonces en suspenso. No podían dejar de pensar en el mayor de sus dos hijos, un joven de 28 años de edad que siempre había sentido pasión por volar. «Tenía muy claro que ésa tenía que ser su profesión. Le hacía feliz», indicaban.

La noche anterior habían estado hablando con él sobre el vuelo que le esperaba esa misma mañana. «Sabíamos que tenía que salir temprano, hacia las cinco y media, y cuál era su ruta. Por eso nos hemos puesto tan nerviosos nada más oír la noticia. Enseguida hemos pensado que podía ser su avión», confesaban.

«Es una pesadilla»

«Esto no puede estar pasando. Es una pesadilla. No puedo con esta incertidumbre. Qué angustia no saber nada...», repetía Julia. Ni ella ni su marido se atrevían a moverse de su tienda. «Preferimos estar aquí que marcharnos a casa y estar dándole vueltas a la cabeza con qué habrá podido pasarle», decían.

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Pegados al teléfono, seguían la última hora sobre el avión desaparecido a través de varios canales de televisión. Los clientes habituales que entraban a comprar el pan o a tomarse un café, como cada mañana, se percataban de inmediato de que algo no iba bien. Faltaban las sonrisas de Isidro y los detalles siempre cariñosos de Julia. Cuando alguien se atrevía por fin a preguntar qué les sucedía, Julia no dudaba en responderles: «Mi hijo va en el avión que ha desaparecido. No sabemos nada».

Minutos después de las tres y media de la tarde, el canal 24 horas de TVE daba la noticia. Un funcionario del gobierno argelino confirmaba que el avión se había estrellado. Julia e Isidro rompían a llorar. «No puede ser», se lamentaban. El teléfono comenzaba a sonar. Al otro lado, una persona que, al parecer, aseguraba llamar en nombre el Ministerio español de Defensa, les aconsejaba desplazarse lo antes posible a Madrid.

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«Dice que han organizado una reunión para los familiares esta misma tarde. Le he preguntado si eso significa que mi hijo está muerto, que si es verdad que el avión se ha estrellado como dicen en la televisión, y me ha dicho que todos los indicios apuntan a que es así, pero que no lo saben con certeza», explicaba Julia sin poder contener las lágrimas.

La angustia y los nervios se apoderaban de los padres del tripulante de cabina. Las llamadas se sucedían, añadiendo más desconcierto a la situación. Mientras unos afirmaban que el avión se había estrellado, otros les aseguraban que continuaban aún sin novedades y que únicamente podían darlo por desaparecido.

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Confusión de informaciones

Al establecimiento llegaban más clientes, otros comerciantes del barrio, familiares y amigos que se iban enterando, poco a poco, de lo sucedido. Todos trataban de arroparles, de prestarles su apoyo en medio de la confusión de informaciones que no hacían sino alimentar sus miedos.

Julia se aferraba a la esperanza. «Si finalmente ha sido un secuestro, volverá a casa tarde o temprano, y si han tenido que hacer un aterrizaje forzoso, Raúl estará animando ahora mismo a los pasajeros. Conociéndole, les estará ayudando para que estén bien y que no pasen miedo», comentaba conteniendo las lágrimas.

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El representante de Swiftair regresaba poco después al local. La compañía, tal y como les comunicaba, no parecía disponer de nuevas noticias sobre la aeronave. También él trataba de tranquilizar al matrimonio en medio de la confusión, aunque les reconocía que nunca antes se había enfrentado a un caso de similares características.

Las ediciones digitales de varios periódicos hablaban ya de una posible localización de los restos del avión en una zona desértica de muy difícil acceso en Malí, situada entre Gao y Kidal, aunque seguían sin contar con confirmación oficial al respecto.

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«No os voy a mentir. Esto no pinta nada bien. Hay que ponerse en lo peor», les decía el representante de la compañía aérea. Isidro y Julia volvían a derrumbarse. En menos de cuatro horas se enfrentaban por tercera vez a la única noticia que no querían escuchar.

Varios de sus familiares les acompañaron a su vivienda. Isidro trataba de calmar a su mujer. «Lo que tenga que ser, será. No podemos darle más vueltas», decía. Julia asentía con la mirada perdida. «Si le ha pasado algo, al menos nos consuela que ha sido feliz porque ha podido dedicarse a lo que le gustaba por encima de todo, a volar», apostillaba la mujer.

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