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Jorge Barbó
Miércoles, 23 de julio 2014, 17:29
Nada. En la base aérea holandesa de Eindhoven no se escucha nada. Un silencio sordo, sólo interrumpido por el taconeo de los soldados, la voz lejana de algún reportero desplazado al lugar, el ruido del motor de una avioneta y las banderas a media asta golpeando el mástil, impera en el ambiente. Hasta allí han llegado dos aviones cargados con los primeros cuerpos de las 298 víctimas del vuelo MH17 de Malaysia Airlines, derribado el pasado jueves en Ucrania. Con honores de estado, las víctimas -la mayoría holandesas- están siendo recibidas, una a una, a pie de pista por las máximas autoridades del país y por representantes australianos y malasios. Desde primera hora de la tarde han ido llegado procedentes del aeródromo de Kharkiv, donde también han sido despedidos con honores. Es su último viaje, una ceremonia solemne y respetuosa que contrasta con la penosa situación que sucedió a las primeras horas del fatal siniestro y a los siguientes días, cuando han estado apilados en unos vagones frigoríficos en un tren símbolo de la vergüenza de Europa.
Las imágenes que ofrece la televisión pública NOS son estremecedoras. Uno a uno, idénticos ataúdes de madera clara, con asideros en los laterales y sin más ornamentación que ocho pequeñas bolitas en la tapa, están saliendo del Hércules del ejército holandés y del Boeing australiano que han transportado desde Ucrania a las primeras víctimas. Según la cadena holandesa, 74 féretros de los 298 que se esperan han sido transportados hasta al aeródromo de Eindhoven. El ritual está siendo para cada uno de ellos el mismo. Perfectamente sincronizados, como en una especie de macabro ejercicio de maniobras militares, un grupo de bigardos soldados se acercan en formación a la cola de la aeronave, para descargar cada uno de los ataúdes y acercarlos a los coches fúnebres, aparcados en hilera. Allí son acercados a pulso hasta la parte trasera y empujados al interior para que los operarios de la funeraria, cuyas manos están enfundadas en guantes negros, cierren el portón. Todo rodeado de una solemnidad contenida que parece querer redimir la caótica gestión de una tragedia que ha conmocionado al mundo.
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