Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Jon Garay
Domingo, 28 de septiembre 2014, 01:46
Ha vuelto a suceder. Cuando parecía, solo parecía, que la economía comenzaba a apuntar cierta recuperación (pequeña bajada del paro hasta julio -en agosto el indicador volvió a su ser-, repunte en la venta de coches...), el parón de las economías alemana y francesa ha supuesto un nuevo revés en aquellos que ya parecían tocar con las manos los famosos brotes verdes que todo político tiende a anunciar más pronto que tarde. Las previsiones de crecimiento para la Eurozona bajan y el ministro Luis de Guindos reconoce que España podría verse afectada. En todo este marasmo en el que ni siquiera los economistas se ponen de acuerdo sobre el camino a seguir -Alemania sigue insistiendo en la austeridad, mientras los economistas fieles a Keynes apuestan por todo lo contrario, por dar rienda suelta a la inversión pública-, hay un protagonista que suele pasar desapercibido: el euro.
La moneda única fue creada en 1999 y entró en circulación tres años después, el 1 de enero de 2002. Su llegada a España no fue del todo positiva. La causa fue el famoso redondeo, siempre al alza pese a que Rodrigo Rato, el por entonces ministro de Economía, negara siempre que los precios fueran a subir. Cien pesetas no eran un euro, pero acabaron siéndolo. Claro que una moneda común tiene muchas ventajas, como disminuir los costes empresariales, la planificación de los negocios, evita los costes en el cambio de divisas Para el ciudadano medio, el que solo se preocupa por la economía cuando ésta habla de su sueldo, del euríbor y de los tipos de interés para pedir un crédito, y no cuando bucea en el mercado de futuros o del precio del suelo en Hong Kong, lo más significativo fue que al salir a buena parte de Europa no tenía que afrontar el engorro de cambiar la peseta, por francos, liras o florines.
Fiebre del crédito
Sin embargo, el euro supuso un cambio mucho más profundo. Un euroescéptico como Paul Krugman, premio Nobel de Economía en 2008, explica que su introducción está tanto en el génesis de la crisis como en la dificultad para salir de ella. España es un buen ejemplo de ello. Antes del 1 de enero de 2002, conseguir un crédito en el sur de Europa era más caro que en el norte. Los tipos de interés eran más altos porque había más riesgo de que no se pagara en España que en Alemania, por poner un ejemplo. Con la entrada del euro, tal diferencia prácticamente se diluyó y los créditos comenzaron a fluir. El dinero que llenaba los bolsillos de los ciudadanos, procedente en buena parte de bancos alemanes, se invirtió en el 'chollo' inmobiliario. Así nació la burbuja que estallaría a partir de 2008.
La llegada de todo este dinero también tuvo otra consecuencia: la subida de la inflación y de los sueldos en España. En concreto, las nóminas en el sur de Europa se elevaron un 35% en los primeros diez años de la década frente al 9% en Alemania. Esto supuso que los productos nacionales dejaran de ser competitivos en el exterior por ser más caros, lo que condujo a unos enormes déficits comerciales. Con la explosión de la burbuja, esta debilidad salió verdaderamente a la luz y comenzó la crisis: caída de ingresos y de la producción, más paro, más subsidios de desempleo, rescates a los bancos, políticas de austeridad
Ahora bien, ¿qué se hacía antes de la llegada del euro para salir de estas situaciones? Para recuperar competitividad, se puede rebajar el sueldo a los trabajadores - medida que en ningún país es aceptada por las buenas- o devaluar la moneda. Esto se podía hacer con la peseta, pero no con el euro. ¿Cómo salir entonces del atolladero?
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Rescatados ilesos dos montañeros tras pasar la noche a la intemperie en Gredos
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones para ti
Favoritos de los suscriptores
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.