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Jenaro García fundador de Gowex a su salida de la Audiencia Nacional.

El simio que me engañó

Jenaro García, dueño de Gowex, el hombre que nos vendió la moto, resulta que era un bluf

Jon Uriarte

Sábado, 19 de julio 2014, 01:36

Me lo creí. Todo lo que decía parecía bueno e interesante. Clásico ejemplo del hombre que se ha hecho a sí mismo. Lo que ahora llaman emprendedor los amigos de las palabras huecas. Un ser humano que, al escucharle, te da la sensación de que está un escalón por encima en la evolución. Tu eres básico. Él superior. Por eso él ha tenido una gran idea y la ha llevado a cabo con éxito. Quizá habrías podido ser como él, si hubieses tenido un par bien puestos para convertir en realidad aquél negocio que se te ocurrió una noche en la cama o acodado en un bar mientras esperabas a la cuadrilla. Pero tú eres un simple primate de clase media y de cerebro 'justito'. Así que todo se quedó en un casi.-Bastante tengo con no caer de la liana y pillar un par de plátanos al día para pagar la hipoteca del árbol. En cambio él siguió adelante. Parecía que nada podría detenerle. Hasta que le pilló el carrito del "helao" y le cayó la maza de la justicia. Resulta que era un mono de la especie trincón. Presunto, habrá que decir. Aunque ya ha confesado que falseó las cuentas y que llevó su dinero a pasear por los Bancos de Luxemburgo. Jenaro García, el hombre que nos vendió la moto, resulta que era un bluf.

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Lo conocí en la radio cuando comenzaba a conocerse su historia. La de un tipo que había creado Gowex. Una empresa especializada en redes wifi que no solo había triunfado en España sino que lo hacía a nivel mundial. -Sesenta ciudades de todo el planeta utilizan nuestro sistema- proclamaba con orgullo. Y uno le miraba y veía a un tipo menudo, inquieto y con una de esas calvas que se ve que le acompañan desde joven y le hacen más mayor de lo que es. Al pedirle que se definiera dijo que era un inconsciente. Esa fue su palabra elegida. -Soy de los que tienen claro que hay que arriesgar para ganar algo que justifique la existencia-. Ahí queda eso. Parece una frase sacada de un listado de citas célebres. Pero la soltó él. Y entonces recordé cuando mi madre me comparaba con el hijo de una amiga que sacaba unas notas como para enmarcar y además le daba tiempo a estudiar inglés, piano y escultura barroca. Siempre salías perdiendo en la comparativa. Como con Jenaro. Así que le escuché admirado que tuviera tantos beneficios y que, desde 2007, los números fueran tan impresionantes. -Me llamaron loco cuando me metí en bolsa, pero yo les decía quiero ser como Inditex, no como el Corte Inglés-. Ahí queda eso. Con lo contento que estaría uno con una mínima parte del negocio de Don Isidoro y este tipo de sonrisa comercial decía que había que apuntar más arriba. Con un par.

Confieso que tuve alguna duda. Pequeña. Llámenlo celos. O patetismo. Pero tanta genialidad generaba atisbos de sospecha. Como me sucedió con el vecinito de mi infancia. Tanta perfección mosqueaba. Con los años, el modélico nene se metió en asuntos turbios y drogas varias, mientras sus padres y los míos creían que aquella mirada extraña que llevaba era cosa de tanto estudiar. Hasta que un día que mi madre insistió más de lo habitual en subrayar sus excelencias, solté la verdad. Que la manzana no era tan perfecta y que gusanos tenemos todos. Lo que pasa es que algunos, los que van más podridos curiosamente, son quienes los esconden mejor. En casa no se volvió a pronunciar su nombre. Y acabará pasando lo mismo con Jenaro García. Porque engañó a demasiada gente. Incluido a un Gobierno, Mariano Rajoy al frente, que le puso laureles por los logros conseguidos. Nadie veía entonces su extraña mirada. Y quien dice mirada dice cuentas. Le creímos. Todos. Hasta los que tienen el despacho repleto de diplomas y sacaban sobresaliente en matemáticas. Lo digo porque muchos medios de comunicación y plumas ilustres se jactan de que ya se olían algo. Incluso añaden que el tipo es tonto. Una especie de chorizo en el planeta de los chorizos que aún no ha pasado al siguiente eslabón. Un simio que sabe hablar y cabalgar a lomos del caballo loco del pelotazo, pero que no sabe esconder sus huellas. Un pringado de guión barato que se ha pasado de listo. Esa es la sentencia a mono pasado. Al menos, algunos no hemos perdido dinero, ni demasiado tiempo. Solo un rato de nuestra vida creyendo en quien no lo merecía. Pero al recordar que entre todos, por acción u omisión, aupamos a Jenaro y a otros Jenaros, pienso en el día en que le di la mano. Y entonces me siento como Charlton Heston en El Planeta de los Simios. En pelotas, alucinado con lo listos que son estos simios y cabreado conmigo mismo. Porque la culpa de que existan y dominen el mundo es culpa nuestra. Por eso los maldigo. Por eso me maldigo.

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