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Alfonso Azkorreta
Viernes, 15 de abril 2016, 10:04
La cita fue el miércoles, en el final de su periodo de dieta disociada. No es el mejor momento para hablar con un maratoniano, que en esos días siente todo tipo de penalidades. En los entrenamientos sufre como un perro y fuera de ellos muerde. ... Como dicen los alglosajones, está hangry (de hungry y angry), esa sensación que cabalga entre el hambre y el cabreo. Cualquier cosa con tal de hallarse a tope el domingo, donde intentará en Hamburlo la mínima olímpica en maratón.
Iván Fernández ha adoptado el método que hace años probó con éxito su entrenador, Martín Fiz. Tres días y medio en los que limita al mínimo su ingesta de hidratos de carbono. Nada de pan, arroz o pasta. Solo proteínas; carne y pescado, además de leche o lácteos. La teoría dice que el cuerpo se vacía de glucógeno en esos días e incluso tira de la grasa acumulada de larga duración; el porcentaje se reduce casi a lo imprescindible para la supervivencia. Ahora Iván pesa 61,5 kilos y casi se lo lleva el viento. La literatura atlética añade que cuando finaliza esa dieta disociada y el sujeto (o conejillo de indias, depende) puede comer con normalidad, el cuerpo transforma todos los carbohidratos en glucógeno, incluso por encima de su umbral habitual la supercompensación, porque cree que su dueño puede dejarle otro periodo en ayunas. Así, calculando bien los tiempos, el atleta llega al día de la prueba con sus reservas de energía a tope y fino como un palo.
En la percepción individual, la dieta disociada se traduce en unas sensaciones horribles. «Te sientes vacío, flojo y con hambre, de mala hostia. Lo pasas fatal. En los entrenamientos y las series vas hecho una mierda». En una persona como Fernández, es casi imposible que la irritabilidad no se evapore en treinta segundos de conversación. Y en sus palabras se refleja la ilusión con la que el domingo correrá los 42 kilómetros de Hamburgo. «Creo que puedo hacer la carrera de mi vida».
Vuelta de tuerca
Lo necesitará. Antes del Campeonato de España de febrero, el objetivo se encontraba en las 2 horas y 13 minutos, la mínima exigida por la Federación Española. Pero Carles Castillejo ganó con 2.11.28 y Jesús España logró la plata con 2.11.57. En principio, ambos ocuparán dos de las tres plazas para los maratonianos españoles en Río, ya que la tercera pertenece a Javi Guerra, que hace ya tiempo bajó de 2.10. Si Iván Fernández quiere poner en duda al seleccionador y tener opciones de correr en Río debe bajar claramente de 2.12. «Puedo hacerlo».
Entre los mil detalles que bullen en la cabeza de Fernández, el avituallamiento, principal culpable de su retirada en Berlín, ocupa un lugar central. El alavés no pudo hidratarse con su bebida habitual en los kilómetros iniciales y enseguida empezó a sufrir molestias abdominales. «Es lo que más temo». Ahora, escarmentado, llevará a dos acompañantes, una de ellos es su novia Ekhiñe Unzalu, otra buena fondista. Ellos podrán moverse en bicicleta por los diversos puntos de vituallas llevando su bebida. «No se debe ingerir otra cosa que no se haya probado en los entrenamientos y sepas que tu cuerpo lo asimila bien». Echar mano de cualquier vaso de agua o bebida isotónica en mitad de carrera es jugar a la ruleta rusa o acabar con diarrea entre dos coches aparcados.
Al límite
El maratón pone al organismo en su límite. Un profesional tiene ese riesgo calculado o, más bien, entrenado. Pero sigue yendo al extremo de su resistencia. «Dependes de mil cosas; de si hace viento, calor, de beber en el momento adecuado, de no bajar el ritmo, pero tampoco ir demasiado rápido... Cualquier cosa que se salga de tu guion te hunde».
En Hamburgo, Iván irá arropado por dos liebres contratadas por la organización para marcar en meta 2.10. Habrá otras cinco para 2.06, pero esa no es su guerra. Esta última palabra trae a colación a su amigo y compañero de muchos entrenamientos Javi Guerra, que en su primer ensayo en los 42,195 kilómetros bajó a 2.09.33, un bingo como un templo. «Siempre ha sido muy rutero y entrena como una mala bestia. En pista no va nada, pero en asfalto es un tiro».
La clave, dice Iván, se encuentra en la pisada. Guerra apoya todo el pie, del talón a la puntera, lo que permite ahorrar mucha energía en un tipo que frisa el 1,70 y con menos corpulencia que un lapicero. Fernández, más alto, pisa con la almohadilla de los dedos, casi sin contactar en el suelo con el talón. Perfecto para pista, peor en un maratón. Los africanos tienen ese tipo de apoyo. Pero ellos proceden de otro continente y también de otro planeta. «Habrá un grupo de ellos que tire adelante y yo estaré en el segundo, junto a algún europeo más. Tengo todos los tiempos de paso calculados y los llevaré apuntados en una muñequera. Ya tengo ganas de que llegue el día. Creo que puedo hacerlo», remata como un mantra.
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