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Jon Agiriano
Sábado, 24 de mayo 2014, 02:44
El 7 de septiembre de 2013, siendo el Barça líder de la Liga con tres victorias en tres partidos y campeón de la Supercopa, escribí en esta sección un artículo sobre el 'Tata' Martino, al que había conocido un año antes en Rosario. Mi texto terminaba con la siguiente frase sentenciosa. "Al Barça no ha llegado un entrenador que vaya a sentirse cegado y superado por las estrellas, los focos planetarios y el glamour del Barça. Ha llegado un general". Como ustedes pueden comprobar, no pude estar más certero. Lo mío fue parecido a lo que hacen las arqueras coreanas en los Juegos Olímpicos pero al revés. Apunté al centro de la diana y terminé clavando la flecha en la pantorrilla del encargado del marcador electrónico. Así las cosas, al cabo de nueve meses y visto lo sucedido en el Barcelona esta temporada, siento la obligación de explicarme. Y no porque crea que alguien vaya a recordarme aquel artículo y a restregármelo en los morros -aunque se trata de una posibilidad que en estos tiempos tan expuestos no debe descartarse- sino porque pienso que lo ocurrido con el 'Tata' Martino, cuya personalidad, liderazgo, jerarquía y ascendente sobre sus jugadores nadie había discutido hasta ahora, merece una reflexión.
¿Qué ha sucedido? En Argentina y Paraguay, que es donde mejor conocen y más admiran al técnico de Rosario, son muchos los que se hacen esta misma pregunta. Y, desde luego, son los primeros sorprendidos de que la imagen que el público español se ha llevado del 'Tata' -la de un tipo bonachón y exquisitamente deportivo pero incapaz de decir una palabra más alta que la otra y sin demasiada autoridad sobre los jugadores-, se corresponda tan poco a la que ellos tienen de él.
La respuesta más extendida es que el Barcelona le ha venido grande a Martino. Puede que esto sea cierto. Ahora bien, yo me hago de inmediato otra pregunta. ¿A quién no le hubiese quedado grande el Barça esta temporada? Porque si a Martino le ha superado la empresa de dirigir al equipo culé ello no se debe ni a su falta de conocimientos ni a su déficit de personalidad o liderazgo, ambos más que contrastados a lo largo de su carrera, sino a que no se ha sentido legitimado para hacer un trabajo muy complejo que requería, entre otras cosas, violentar la intimidad de un club muy especial.
Una fecha clave
Mi teoría es que el argentino tardó muy poco en sentirse un intruso en Can Barça. Hay una fecha que no puede pasarse por alto en este sentido: el 23 de septiembre de 2013. El Barcelona era líder tras haber sumado cinco victorias en los cinco primeros partidos de Liga. Venía de ganar 0-4 en Vallecas, pero el Rayo le había superado en posesión (51% frente a 49%), algo que no les sucedía a los culés desde hacía cinco años. Pues bien, aquello generó ríos de tinta, una polémica desproporcionada aunque sólo fuese por el hecho de que lo que sucede en un único partido siempre puede ser una casualidad. Martino se permitió entonces lanzar una puyita. Sería la primera y la última. "Si el entrenador no es de la casa u holandés, siempre hay debate", dijo.
No habían pasado dos meses desde su llegada a Barcelona dispuesto a cumplir el sueño de cualquier técnico y dirigir a un equipo de época y a unos futbolistas legendarios, entre ellos su paisano Lionel Messi, y el exentrenador de Newells ya empezaba a ser consciente de que se había equivocado. La realidad era muy diferente a la que había imaginado. Había llegado a una institución dividida en dos grandes facciones tanto a nivel social como mediático, y a un equipo sobre el que la figura de Pep Guardiola planeaba como en la película de Hitchkock planeaba la de Rebeca sobre la mansión de Manderley. Ese equipo, además, había comenzado su decadencia y necesitaba el impulso de una fuerte regeneración. No había sido casualidad que el Bayern le apabullara en la Champions la temporada anterior, ni que Guardiola se despidiera dos años antes ganando apenas la Copa. Y él, un completo desconocido para la afición culé, un recién llegado del que bromeaban hasta por el color de sus chaquetas, no estaba legitimado para abordar un trabajo tan traumático.
Un tema de familia
Martino lo entendió muy pronto. Lo del Barça era un tema de familia. Él estaba de más. Allí no pintaba nada. Le habían fichado y le habían dado mando en plaza, es cierto, pero no dejaba de ser un intruso, un visitante extranjero que ni podía ni probablemente quería -admiraba demasiado a aquellos futbolistas- imponer el tratamiento de choque que el Barça necesitaba. Si el propio club no se había atrevido a afrontar esa remodelación haciendo los fichajes debidos y dejando en la cuenta los ilustres cadáveres pertinentes, tuvo que pensar Martino, ¿cómo iba a hacerlo él? Si cada vez que intentaba introducir algún matiz nuevo en el juego del equipo con la esperanza de enriquecerlo era rigurosamente vapuleado por los defensores más estrictos de las esencias más puras, ¿qué podía hacer él? Y si después de sumar 13 victorias y un empate en las 14 primeras jornadas seguía despertando recelos ¿qué podía esperar?
El técnico de Rosario lo vio muy pronto. Efectivamente, en el banquillo azulgrana necesitaban a un hombre de la casa, a uno de los suyos, aunque fuera holandés, alguien al que su pasado en el club le legitimara para hacer lo que dentro de una casa jamás se le dejaría hacer a un extraño. De ahí, sin duda, que al 'Tata' no le importara en absoluto que el Barça negociara casi en público con Luis Enrique mientras todavía quedaban dos jornadas por disputar. En cualquier otra situación, aquello hubiese sido algo humillante. Si para Gerardo Martino no lo fue es porque llevaba mucho tiempo fuera del club.
Esta es mi versión de los hechos; una versión que, por otro lado, no exime al rosarino de su parte de culpa en los fracasos del Barça. Que quede claro. Para haber sido siempre un general, el 'Tata' se rindió esta vez demasiado pronto y de una forma exagerada. Su inmovilismo ha ido creciendo y ha acabado siendo sangrante en este final de temporada, al que ha llegado con la única intención de decir adiós como un caballero. Abotargado, doliente y penoso como un noble con ataques de gota, su equipo ha sido incapaz de reaccionar ni siquiera ante un estímulo como el título de Liga. Y él no ha encontrado una sola solución táctica para superar a un rival, el Atlético, contra el que sus jugadores se estrellaron seis veces y todas de la misma manera. Ahora le toca recuperar sus galones.
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