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Ángel Resa
Lunes, 16 de febrero 2015, 12:53
La importancia del All Star consiste en estar. Que uno pueda responder presente cuando anuncian su nombre por la megafonía del Madison Square Garden. Porque eso significa que el aludido pertenece a la estirpe de las realidades actuales y las leyendas futuras. Ya saben, dentro ... de unos años tenderemos a adornar aún más la categoría incuestionable de los más grandes. Aunque Pau y Marc no requieren adjetivos mayestáticos para maquillar su modo de entender el juego. Llevan años respondiendo con logros y números imposibles de rebatir. Hace unas horas han firmado en el libro de honor de la historia. La coincidencia de dos hermanos, extranjeros para el orgullo patrio estadounidense, viene a representar un acontecimiento insólito que los ojos humanos contemplan una vez en la vida. Algo así como el paso del cometa Halley. Si alguien se lo pierde necesita recurrir a la reencarnación para verlo.
Nunca antes dos criaturas engendradas por la misma pareja habían escalado el ochomil que supone figurar en el quinteto del partido de las estrellas. Un suceso casi sobrenatural que los Gasol disfrutaron sin disimulo. Hay gente a la que le da por esparcir lágrimas en la pleamar donde se mueve el barco de la resaca. A los hijos predilectos de Sant Boi les brotaron sonrisas permanentes y afectos mutuos. Ambos eran conscientes de protagonizar una película basada en hechos reales que podría titularse Orgullo. Familiar, del baloncesto español, de la propia NBA que los considera unos de los suyos. El cuatro y medio sin el que no cabría entender los últimos anillos de los Lakers frente al, muy probablemente, mejor cinco del mundo. La cita neoyorquina era especial porque, entre su constelación, incluía un par de gasoles. Y el salto inicial que libraron ambos, el que ganó el primero de la dinastía, ya es una imagen enmarcada para la eternidad.
A las 2.23 de la madrugada
A las 2.23 horas de la madrugada apareció Marc desde un lado del escenario. Segundos después, Pau por el otro. Caras risueñas, muestras de que ambos exprimían el zumo de un suceso irrepetible antes de fundirse en el abrazo sentido de la fraternidad. Diecinueve minutos más tarde disputaron el primer balón, una secuencia congelada ya para siempre en la memoria de los aficionados. La finura de Gasol I que le permite firmar estadísticas tumbado frente a la solidez absoluta de Gasol II, un hombre apegado a la ciudad de Memphis y con ascendencia absoluta en el vestuario que se ha ganado los galones de la Liga. A ambos les une el carácter competitivo, pese a que el lenguaje corporal de Pau parezca desmentirlo, y una visión del baloncesto propia de los bases preclaros. Tipos enormes incluidos entre los músicos con capacidad sobrada para dirigir la orquesta.
Los hermanos son especiales dentro de la normalidad. La primera circunstancia les ha conducido de nuevo al All Star quinta aparición del bull, segunda del grizzly- porque esta fiesta de febrero reserva el derecho de admisión a gente con algo peculiar que ofrecer. En ellos hablamos de recursos variados, técnica individual, compromiso y táctica colectiva. La segunda les impide reinar en este descalzaperros como dice el divertidísimo Guillermo Giménez, locutor en las madrugadas televisivas de la NBA- que es el partido en sí. Dos no discuten si uno no quiere y así el duelo desprecia la labor de dificultar las canastas del contrario, o sea, la mitad del baloncesto. Y claro, Marc aún debe preguntarse bueno, no, que inteligencia le sobra y sabe cómo funciona esto- qué pinta el mejor defensor de 2013 en semejante correcalles compuesto por ocurrencias particulares y bufonadas a granel. 133 intentos triples en 48 minutos repartidos por ambos bandos, pista libre para el despegue con destino a matar el aro, palomeros, equipos partidos por la mitad como les ocurre a los de fútbol con el marcador muy a la contra, jugadores en orsay que pasan de emprender el camino de vuelta Igual que una cinta nos recordó que no es país para viejos, el despendole del All Star resulta inapropiado para el academicismo y el respeto a las esencias que profesan los Gasol.
Ganó el Oeste (163-158) en otro partido más de dirección única (solo ataque) y veto sobreentendido (prohibido molestar). Qué más da. A este compromiso le sobran las estadísticas, más embusteras que nunca. Solo tolera acrobacias circenses y arrebatos pasionales como el de tirar desde diez metros. Demasiada extravagancia para los chicos de Sant Boi, que mientras iban y venían por el camino reboteaban. Doce capturas del mayor, diez del hermano. En realidad, Pau y Marc asistieron como espectadores con derecho a roce de una pirotecnia en la que sobresalió la jeta incontenible de Russell Westbrook MVP del despiporre-, la facilidad asombrosa de James Harden para jugar al baloncesto y la orfebrería preciosa de Stephen Curry. El base más bonito de ver derramó su excelsa puntería en el concurso sabatino de triples y ha vuelto a demostrar que el manual clementista por el que belleza y eficacia no caben en el mismo balde es el timo del tocomocho. El rigor y la estética pueden ir de la mano, no han de librar una batalla perenne. Mientras, Pau y Marc aprovechaban los tiempos muertos para saludar desde la cancha a familiares y amigos en la grada. Gente próxima, como nos sentimos todos al ver con un par de gasoles el paso del cometa Halley.
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