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Ángel Resa
Miércoles, 11 de febrero 2015, 12:45
Si alguien hubiese apostado antes de empezar la temporada que Atlanta y Golden State iban a disputar tres meses largos después el mejor partido imaginable de la NBA tendría ahora asegurada su jubilación y la de sus tataranietos. Conocíamos la efervescencia divertidísima de los Warriors ... y el rigor de un equipo sólido como el de los Hawks. Aunque de ahí a pensar que ambos conjuntos dominaran sus respectivas conferencias a nueve días del All Star Ante ellos emergía teóricamente un muro compuesto de franquicias concretas: San Antonio, Oklahoma, Clippers, Cleveland, Chicago Pero llegó la noche del 6 de febrero y el conjunto del estado de Georgia experimentó una sobredosis de responsabilidad. No solo debía insistir en el baloncesto coral que el entrenador Mike Budenholzer bebió de la marmita sabia de Greg Popovich (felicidades, maestro, mil victorias ya). Se le encomendaba, además, defender el honor mancillado del Este, k.o. por inferioridad frente al ritmo trepidante del salvaje Oeste. Y Atlanta demostró (124-116 tras un encuentro memorable) que su juego ignora las fronteras. El suyo es un baloncesto universal.
El duelo -de menos a más hasta saciar las altas expectativas- enfrentaba al grupo más atrayente del campeonato (Warriors) con el bloque que acumula un mérito superlativo. A falta de estrellones omnipotentes, los Hawks abrazan la socialización a través de buenos jugadores que se mejoran entre ellos y crecen por la identidad diáfana que emana desde el banquillo. De acuerdo con las sagradas escrituras de los Spurs, los halcones que sobrevuelan la Liga son solidarios en defensa, encierran los egoísmos dentro de una caja de caudales, aceptan la velocidad (contraataques y transiciones) y creen en el pase de más. El bote queda reservado para las penetraciones de su base Jeff Teague, ejemplo perfecto del progreso colectivo. Atlanta prefiere que la pelota circule por el aire antes que castigar el parqué con la táctica tediosa del yo-yo. Ya lo indica su nombre, que rinde tributo a las aves de cetrería y sus vuelos majestuosos.
Orquesta sinfónica
Hasta tal punto merece reconocimiento la orquesta sinfónica de Georgia que la NBA acaba de decidir algo insólito: proclamar mejor hombre del mes de enero al quinteto íntegro de los Hawks: Teague-Korver-Carroll-Millsap-Horford. Cuatro de ellos, incluido a última hora el mejor tirador del campeonato, aleación de puntería y estética, representarán el domingo al Este en el partido de las estrellas. Allí se encontrarán con el mejor dúo exterior del torneo, los Splash Brothers, Zipi y Zape, los tipos que generan belleza a partir de una facilidad ajena a la inmensa mayoría de los mortales. (Atención al espléndido concurso de triples que se avecina, con Korver, Curry y Thompson entre ocho mirillas de precisión formidable). Solo se queda al margen del fin de semana lúdico Carroll, el típico alero de la factoría Popovich versión Budenholzer. Un tipo serio y en apariencia limitado que, envuelto de confianza, aporta mucho a la idea común de Atlanta. Sus cortes fulgurantes por la zona desde el lado débil dañaron a Golden State y certificaron la importancia del baloncesto sin balón en un esquema móvil que busca las ventajas de todos sus integrantes.
Los Hawks se impusieron a los Warriors en el duelo más esperado por una estrategia de contención que duró hasta que el caudal propio de ambos equipos desbordó el cauce del río. Veinte minutos concretamente, la mitad de un partido FIBA (38-42). El equipo local trató de evitar las carreras visitantes desbocadas, que no alocadas, y defender con ahínco el arco de tres puntos. No en vano, el choque medía a los dos mejores equipos en porcentaje de lanzamientos lejanos y número de asistencias, prueba irrefutable de que la pelota en sus manos adquiere vida propia. Pero, por definición, lo incontenible apenas se puede sujetar. Y ambos bloques hicieron del tercer cuarto una auténtica bacanal, con la lluvia incesante de los triples californianos y las penetraciones de los halcones mención muy especial para los suplentes Schroeder y Scott- hasta debajo del aro. Un compromiso creciente, de jugadores muy buenos y valientes que firmaron un asombroso 72-64 tras el descanso.
'Impossible is nothing'
Atlanta ganó por constancia e intensidad ofensiva. Los Warriors abrieron algunos paréntesis en su aplicación al juego, mientras los Hawks aceleraron la esfera de las revoluciones desde un concepto más continuado y diésel. Siete de sus hombres superaron los diez puntos de anotación y, en cambio, ese maravilloso divertimento que es Golden State encomendó casi la mitad de su producción al dúo dinámico. Otro dato explica con el peso de una losa la agresividad superior del bando local: 37 tiros libres frente a los 15 intentos adversarios desde la línea. Fue, ante todo, un partido excelente de dos conjuntos inmensos, muy dignos abanderados de ambas conferencias. Pero los halcones que surcan la Liga desde el cielo demostraron que la suma de notables puede vencer a actores sobresalientes con palmeros de secundarios. Y no hablo de los Warriors, un equipazo en el sentido absoluto del término. Es como una película de Berlanga frente a protagonismos concentrados en intérpretes excepcionales. Los Hawks se empeñan en predicar sus aspiraciones a un auditorio de escépticos. Impossible is nothing.
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