Ángel Resa
Miércoles, 28 de enero 2015, 12:46
Forma con Stephen Curry el dúo exterior excitante por definición de la NBA, conocido como Splash Brothers. Igual que su compañero y socio en la pista, es hijo de un exjugador de la Liga norteamericana. El padre de Klay Thompson, monumental escolta del ... equipo que reivindica cada noche la belleza del baloncesto, militó en los Lakers. El del base de Golden State Warriors se forjó una carrera de especialista por su preciso y estético tiro exterior. Muñequita linda, le apodaba Andrés Montes durante sus inolvidables y feriadas narraciones televisivas a horas en las que reinan los búhos. El campeonato estadounidense no ha conocido otra pareja tan lúdica y eficaz desde el perímetro. Se divierten mucho y entretienen más sin dejar de competir y vencer. Componen un matrimonio de absoluta conveniencia, ademanes finos y heridas letales en el cuerpo sajado de los adversarios. Intenciones aviesas de criminales deportivos se ocultan bajo el rostro infantil de Stephen, el hombre más votado por los aficionados para encabezar a las dos docenas de intérpretes que escenificarán en apenas tres semanas el All Star de Nueva York.
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Atrás quedó aquella era de bacanales ofensivas dentro de carcasas huecas que definían a los Warriors. Anotaban un montón, pero recibían una animalada de puntos porque doblaban la cancha por la mitad. Vivían un cortejo permanente con el ataque a la vez que despreciaban el sudor ingrato que genera la defensa. Ahora disponen de una plantilla equilibrada, un gentleman en el banquillo (Steve Kerr) que aceptó aquel reto de Michael Jordan para conseguir uno de los seis anillos mediante un lanzamiento exterior aprovechando el sobremarcaje a su graciosa majestad y cuentan con un notable juego interior solo temeroso de las lesiones. Hoy es el día en que Golden State aspira a todo. Lidera la NBA traspasado el ecuador de la campaña (36-7), mete 111 puntos de promedio, deja a los rivales en 99 y gana con más holgura que ningún otro equipo del torneo. Se trata de un verdadero bloque que ha interiorizado que sin un sistema decente de contención no caben sueños de grandeza. Todo ello reafirmándose en el gen ofensivo del club, el juego alegre, el dinamismo de cancha abierta, las posesiones cortas, las transiciones veloces y los misiles aéreos.
La parte por el todo
A las cadenas estadounidenses les gusta presentar los encuentros colectivos de un modo reduccionista, tomando la parte por el todo. Ejemplo. Si el cuadro de Oakland se enfrenta a Cleveland aparecerán la cara angelical de Stephen Curry y el gesto feroz de LeBron James. Como si no existieran Thompson, Bogut, Irving o Love. Pero justo es reconocer que el base con residencia a la vera de San Francisco encarna toda la jovialidad, la efervescencia y el optimismo de los Warriors. Sin embargo, permítanme que centre a partir de esta línea mi artículo en el hermano que completa la pareja. Paco Umbral acudió al plató para hablar de su libro y yo quiero escribir sobre Klay, escolta completo y maravilla sensorial que alcanza un notable en defensa, tiene energía abundante, penetra de forma valiente, aúna audacia con responsabilidad y sobre todo- tira maravillosamente. Une a la precisión (46% de acierto triple) la elegancia de sus suspensiones académicas. Y se merece menciones especiales porque hace menos de una semana logró lo que ningún otro mortal en casi seis décadas de NBA había conseguido jamás.
Tercer cuarto de la visita de Sacramento al Oracle Arena, puro duelo californiano. Thompson anota ¡37! puntos sin fallo, incluyendo un pleno de nueve tiros de tres. Más que una borrachera al uso, toda una cogorza de resaca para el recuerdo eterno. Carmelo Anthony y George Gervin llegaron un día a sumar 33, el número que repetimos al médico mientras nos ausculta. Pero lo de Klay superó los límites imaginables hasta la firma de una tarjeta perfecta. Estaba tan poseído que incluso uno de sus intentos, el único que dudó si caer o no dentro de la red, terminó pasando por el aro. Lanzamientos de cuatro metros tras bote y parada cuánto escasean ya-, triples frontales, desde la izquierda y la derecha, saliendo de los bloqueos o bailando contra su marcador en la defensa individual, mate como producto de su formidable sociedad con Curry, penetración y bandeja, libres El pabellón de Oakland era el vestíbulo inmenso de un frenopático repleto de sonrisas que amenazaban con romper las comisuras de los labios. El público asistía a una de esas representaciones celestiales que se ven con la misma frecuencia que el paso del cometa Halley.
Ni qué añadir tiene que Golden State apabulló a los Kings con 52 puntos de Thompson y la sensación de que, pese a la competencia enorme del salvaje Oeste, puede alcanzar la final de la Liga. Dependerá de la salud quebradiza de sus pívots, fundamentalmente de la suerte o pericia de David Lee y Andrew Bogut para eludir las lesiones. Porque a los Warriors les sobra el talento, cuentan con un fondo de armario profundo, el crecimiento de Draymond Green, la por fin buena mentalidad de Marreese Speights y una identidad absolutamente reconocible. Un producto excelente que entra por la vista y quiere ahora lograr algo grande para colarse en la memoria perenne de los aficionados. Sí, a pesar de la derrota tras prórroga de la última madrugada frente a los Bulls de un Pau Gasol que viene de rozar el triple-doble. La segunda de la temporada en casa (21-2) porque hasta los tocados por la vara de la infalibilidad son humanos. Klay erró su lanzamiento final a una pierna contra el tablero que, después de tocar el cristal, rebotó en el círculo naranja. Ese trozo de metal aliado que a veces se torna esquivo. Aunque Thompson apenas lo conoce porque sus tiros portan el sello de la limpieza nuclear.
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