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Ángel Resa
Miércoles, 21 de enero 2015, 11:51
Intuyo que los estadounidenses desconocen todo acerca del refranero español. Por lo tanto no entenderán que dos píldoras de sabiduría popular bastan para explicar las evidentes y venturosas similitudes entre los estilos de San Antonio y Atlanta. De casta le viene al galgo o De ... tal palo, tal astilla son dos breves sentencias que condensan perfectamente la enorme ascendencia (gracias, Gregg) de Popovich sobre Mike Buldenhozer. El segundo, asistente del primero en el equipo texano, bebió durante años el agua bendita del maestro. Es tal la semejanza por concepción del juego y desarrollo en la pista que vemos en los Hawks el remedo oriental de los Spurs con peores jugadores. Al club del estado de Georgia le faltan las estrellas cocidas a fuego lento y, sobre todo, la profundidad de banquillo que convierte a San Antonio en un buque de larga eslora. Atlanta alinea un puñado de buenos baloncestistas, muy notables incluso (Jeff Teague, Paul Millsap, Al Horford), que no alcanzan el rango diferencial de la superelite aunque viven con pleno derecho en la planta noble de la Liga. Pero juntos, de acuerdo con la filosofía comunal de Popovich que ha interiorizado Budenholzer, forman un excelente equipo.
Nada menos que el líder de la Conferencia Este y el segundo de toda la NBA, solo por detrás de los Warriors, esos guerreros de la belleza que juegan como los mismísimos ángeles. Sin caer en la tentación del onanismo mental, hace un año que el firmante de este texto identificó en el ideario de ambos equipos original y fotocopia a falta de compulsar. Los dos practican el viejo juego aburrido de siempre, en palabras del técnico de San Antonio. Se trata de una media verdad, la peor de las mentiras, porque los Spurs que ganaron el anillo en verano cincelaron un baloncesto hermosísimo. Y a los Hawks (balance de 34-8 recién superado el ecuador de la temporada) da gusto verlos sobre la cancha. No siempre coinciden los adjetivos bonito y bueno, pero en estos casos sí. Cierto que el modo de interpretar la sinfonía agrada más a los melómanos que a los oyentes de música ocasional. El espectáculo que deparan reconcilia a los auténticos aficionados con el baloncesto, aunque la armonía siempre termina por empapar las almas de todo el mundo. Hasta los apasionados de la pirotécnica (mates, aclarados insolentes) acaban apreciando el valor del fuego eterno. También a la hora de contener, faceta en la que el club de Georgia muestra automatismos y sincronías, actividad para encoger las línea rivales de pase y ayudas solidarias a partir de la responsabilidad individual.
Guardar las esencias
Sí. Los Hawks, como los Spurs, asumen con gusto el oficio de guardar las esencias. A saber, el baloncesto de toda la vida pese a la evolución lógica del juego. Ambos se visten la toga de los abogados para defender lo académico, el equilibrio entre ataque (Atlanta, séptimo del campeonato) y defensa (líder), el movimiento de los hombres sin balón, la supremacía del ejército del aire (el pase) sobre el de tierra (el bote), la ocupación de las esquinas, el triple sin abusar como arma de destrucción masiva (segundo conjunto del torneo con el 39% de acierto) Esa entrega de la pelota al compañero que en el baloncesto nunca está de más o la penetración para sacarla más allá del arco deparan lanzamientos exteriores liberados que aprovecha como nadie Kyle Korver, el mejor tirador del campeonato por un 54% de precisión desde la línea de tres puntos. En las buenas noches, y Atlanta firma muchas, el cuadro de Budenholzer representa una coreografía bella que siempre compite y casi siempre gana. ¿Tanto como para abanderar al Este en la final de la NBA? Esas parecen palabras mayores porque el armario de Atlanta no anda sobrado de profundidad ni de dimensiones.
El baloncesto pertenece a los jugadores, cierto, pero también es una modalidad deportiva en la que guías e ideólogos (entrenadores) aportan a los equipos sus sellos personales. Si el primer mandamiento de un base consiste en mejorar el rendimiento de los compañeros, el de cualquier técnico debería centrarse en fomentar el progreso de sus soldados. Popovich y Budenholzer obtienen rendimiento de jugadores a los que otros colegas no les sacan partido. Viene aquí a cuento el caso de DeMarre Carroll, un alero correcto, serio y entregado a la causa de los Hawks que no dejaría una huella profunda en otros lugares. Porque para los dos técnicos que abrazan idéntica filosofía resulta importante el factor humano. Ese que destaca la fe que profesa cada cual en sus compañeros y el deseo perenne de conjugar los verbos en la primera persona del plural. Atlanta y San Antonio, los mismos perros uno aún cachorro- con diferentes collares. A los halcones les brotan espuelas texanas.
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