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Ángel Resa
Jueves, 11 de septiembre 2014, 10:34
En un país tan entregado al toreo tremendista y las vestiduras rasgadas resulta inútil pedir unos gramos de cordura para analizar las consecuencias de un desencanto mayúsculo. Escribo sobre la selección de baloncesto, formada por una estirpe irrepetible de jugadores que este miércoles ha quemado ... en una pira funeraria esa medalla (oro o plata) a la que la convocaba el destino. Y considero injusto abrasarla en la hoguera del fuego eterno tras una jornada penosa, así, sin edulcorantes que valgan. El formato de este tipo de torneos, donde un equipo puede abandonar la casa de Gran Hermano con una sola derrota en siete partidos, lleva en su ADN una dosis exagerada de crueldad. Ahí -dentro de las cuatro paredes- permanece Serbia, autora de un arranque decepcionante que la asomó al abismo y sobre el que ha edificado un renacimiento muy propio de los genes balcánicos. España venía facturando el mejor juego del campeonato, más coral que la propuesta norteamericana, que se traducía en palizas diarias. Un Pau fresco y dictatorial recordaba a la mejor versión de sí mismo, a Navarro se le veía físicamente fino y el juego interior de La Roja es el sueño prohibido del mejor conjunto de la NBA. Hasta que llegó el cruce fatal de cuartos que tantas veces la apeaba hasta la coronación de los juniors de oro y Francia le radiografió unas miserias ocultas.
Navarro pronunció al término del duelo una frase con sonido a aldabonazo, todo un trueno que presagia y al tiempo- explica la tormenta. No hemos preparado bien el partido. La autocrítica salpicaba a los jugadores pero, sobre todo, apuntaba con el dedo índice extendido a la cabeza del entrenador. En efecto. El combinado francés estableció las reglas y marcó los cauces por los que debía discurrir la velada frente a un adversario irreconocible. No hubo una sola reacción desde la parte táctica de un banquillo donde a tres jugadores les huele el culo a madera por su falta de utilización. Cabe definir como frívola la renuncia a Reyes, ese pívot bajo que siempre suma y nunca resta, gladiador de causas imposibles. Abrines, aun tierno relativamente, podía aportar la defensa a los treses altos que se alza como la gran debilidad de España. Sobre Claver prefiero no ahondar porque nunca le he encontrado ambrosías a su baloncesto ni entiendo su decisión de abandonar la ACB para engrosar la extensa lista de gregarios carente de peso en la NBA. En cuanto al siempre fiable Calderón, tristeza al verlo como actor de reparto, diluido entre el papel de base y el de escolta apostado en las esquinas.
Orenga, una estatua de sal
Este equipo es tan bueno que incita a pensar en la autogestión como el mejor método para conducirlo. Hombres con talento en la pista y jerarquía fuera, empezando por los hermanos Gasol, se muestran sobrados para conducir la nave al puerto prometido. Pero igual de absurdo resulta olvidar las hazañas de esta generación que termina con su propio molde que eludir la crítica al esperpento deportivo que perpetró ayer. Digámoslo de forma alta y clara: Vincent Collet, un estudiante minucioso del juego, repasó le lección página por página a Juan Antonio Orenga, una estatua de sal, un Don Tancredo a la espera del toro que abandona furioso los chiqueros. Francia jugó el partido que quería: denso, bronco, interrumpido, de marcador rácano y apuesta de disimular sus carencias enorme el desequilibrio interior que jamás pudimos comprobar- con cargamentos enteros de fe. Y nada como el rebote ofensivo para medir la fiebre o la ambición de un conjunto.
España disfruta a la carrera, pero nada muy bien en el estanque de las aguas detenidas que representa el juego en media cancha. Su concepto colectivo, esa entrega de más entre pasadores soberbios (ninguna pareja de pívots entiende este ajedrez con balón como los Gasol) aúna al expresionismo devastador del martillo neumático la belleza de un lienzo impresionista. Hasta ayer, cuando el rival le propuso transformar la cancha en un cuadrilátero de dimensiones reducidas para pelear asaltos agotadores, grumosos y eternos. K.O. por inferioridad. Francia sumó pizarra y coraje. Para declamar versos siempre dispone de Diaw, alma de base encerrada en un tronco corpulento. Se jugó a lo que quiso Collet frente al inmovilismo de Orenga, quien aún no comprende la obligación de convocar a doce y pierde el norte cuando los duelos se salen del carril predeterminado.
El baloncesto se nutre por las raíces del equilibrio: ataque-defensa y dentro-fuera. Horas después de concluir el choque todavía no hay manera de comprender los motivos por los que La Roja renunció al arsenal inclemente de sus pívots. Bueno, quizá una de las causas acude pronto a la cabeza: la excelente preparación del partido desde el banco francés. Collet candó ambas zonas, cerradito el cuadro galo para minimizar el poderío de los hombres grandes mientras aguardaba los fallos sucesivos del perímetro español. Francia clausuró las vías interiores hasta el punto de convertir a Marc e Ibaka en meros hologramas. Y ya se sabe que sin veneno cerca del aro, sea para resolver o crear, los resultados se fían a la puntería, un factor peligroso por voluble- del juego. El dinamismo de tantas tardes abdicó ayer en Madrid. Nulo movimiento de los hombres sin balón, poquísimos pases y abuso del bote característica de los equipos menores- ante la telaraña adversaria. Sin invertir la pelota de lado ni procurarla velocidad, sin bloqueos que continuaran hacia el tablero, sin ideas ni convicción ¿Y atrás? Demasiados despistes, una cascada de concesiones en el rebote que generaron nuevas posesiones francesas.
Vuelta al origen. Sería aberrante recordar a un equipazo insigne que tanto ha divertido y ganado por una noche horrorosa. Como absurdo no indagar en las razones de un desencanto profundo que priva al combinado de la lucha por las medallas. A esta generación solo le queda el reto olímpico de Río antes de disolverse en el álbum glorioso de la memoria histórica. Y necesita en la banda a alguien con criterio, no un técnico cómodo cuando el viento sopla de cola e incapaz de sortear las rachas huracanadas en la cara.Desde luego, otra persona diferente al comentarista televisivo de la NBA hace un par de campañas. Ese Orenga que condensaba sus comentarios en huecas proclamas patrióticas. Bien, Pau. Bien, Marc. Por cierto. De los hermanos ayer solo se supo de uno. El doble ganador con los Lakers al que le faltarán días de jubilación para enumerar los éxitos que le han aupado al vértice de la pirámide.
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