Captura de imagen de la final de Filipinas 1978.
Filipinas 1978

La primera final

Javier Bragado

Jueves, 28 de agosto 2014, 19:46

En Manila se presentaron las dos selecciones más poderosas de la década para pugnar por el cetro mundial. La Unión Soviética y Yugoslavia habían repartido sus victorias en los años setenta hasta elevar el duelo al nivel de la leyenda. Los balcánicos ejercían siempre de ... favoritos y hasta los propios soviéticos les habían reconocido como 'el mejor equipo de la historia'. Incluso se habían permitido tutear al baloncesto de Estados Unidos en abril de 1978 en Chapel Hill ante un combinado universitario liderado por Magic Johnson y Larry Bird que terminó ganando por cinco puntos entre las protestas yugoslavas por la actuación arbitral.

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Un final con suspense

De este modo, los de Aleksandar Nikolic acudieron a Manila con la aureola de equipo intratable para disfrute de los numerosos aficionados al baloncesto del país. Durante las rondas previas, los Dalipagic, Kikanovic, Slavnic o Delibasic exhibieron su gran técnica y fundamentos para ganar partido a partido con su juego de transición y gran calidad técnica hasta llegar a la gran novedad del torneo: la medalla de oro se decidiría en un partido entre los dos mejores de la última ronda de grupos.

España renuncia

  • Raimundo Saporta rechazó la invitación para disputar el torneo por el bajo nivel de la selección durante el Europeo de 1977 en el que terminó novena.

Así, la primera final de un Mundial dispuso de un escenario candente e irrepetible, con las dos grandes potencias porfiando por subirse al trono. Los de Alexander Gomelsky habían perdido en la fase de grupos (105-92), pero el gran estratega supo corregir los errores de sus pupilos para alcanzar el nivel de sus rivales. El poder intimidatorio del gigante Vladimir Tkachenko (uno de los seis jugadores que superaban los 2,15 de altura) y la magistral batuta de Belov permitieron a los soviéticos forzar la prórroga después de que Mirza Delibasic fallara uno de sus clásicos tiros tras un reverso.

En el tiempo suplementario los yugoslavos pisaron el acelarador y llevaron la iniciativa con el ritmo trotón de Dalipagic como referencia hasta un 82-77 de ventaja a falta de un minuto. Aunque Belov lideró la imposible remontada soviética, los yugoslavos emplearon su experiencia para obtener la victoria (82-81) y una nueva medalla de oro que añadir a su excelente palmarés. No obstante, la mayor aportación de aquel torneo fue la incorporación exitosa de una final para decidir el ganador en un sistema que se ha repetido desde entonces amparado en la emoción y recuerdo que dejó aquel duelo europeo en el pabellón filipino.

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