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César Coca
Martes, 25 de noviembre 2014, 16:22
Hace algo menos de un siglo, los detectives de la literatura negra o policial que trabajaban en EE UU eran tipos descreídos, dados a abusar de la bebida y el tabaco, malos maridos, pésimos amantes y aún peores padres, cínicos y de respuesta rápida e ingeniosa. A este lado del Atlántico, sus colegas resultaban maniáticos hasta la náusea, ordenados, ciudadanos respetables, en fin. En la etapa de consolidación del género, los investigadores -fueran policías o se dedicaran a ello de forma privada, incluso por afición- respondían casi en su totalidad a dos modelos bien diferentes. En la Norteamérica que aún crecía a la sombra de ese gran valedor de la épica del hombre corriente llamado Walt Whitman, los detectives estaban de vuelta de todo, incluso de sí mismos. En el Reino Unido, eran viejecitas adorables o simpáticos cascarrabias capaces de percibir el crecimiento de la hierba. A estas alturas del siglo XXI, después de que el género se haya adueñado de los escaparates de las librerías y de que existan tantos subgéneros como países en el mundo -e incluso más-, hay un amplio catálogo de detectives, con todas las aficiones imaginables y tipos de vida tan diferentes que no parece posible que puedan compartir nada. Salvo su propio carácter de ficción, por supuesto.
El origen de la novela policial tiene una fecha y dos lugares geográficos. La fecha es 1841, el año en que se publica en París 'Un asunto tenebroso' de Honoré de Balzac, y en Filadelfía 'Los crímenes de la calle Morgue' de Edgar Allan Poe. Hay mucho de simbólico en ese nacimiento simultáneo a un lado y otro del ancho mar. Durante lo que quedaba del siglo XIX, los relatos de investigadores fueron cobrando popularidad y el género se consolidó como tal en el primer tercio de la pasada centuria, con el cine como gran valedor. Hasta llegar a una auténtica edad de oro, hoy mismo. Existe tanta variedad en el género que los investigadores responden ya no a un patrón más o menos fijo, sino a múltiples variantes del mismo: en su carácter, sus costumbres y su vida familiar. Estos son algunos de los modelos de investigadores que más abundan en la novela policial.
Hay muchos tipos de detectives en la ficción -seguramente, más que en el mundo real- y cada lector tiene su favorito.
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