Ainhoa De las Heras
Lunes, 5 de octubre 2015, 01:45
"Es como si se la hubiera tragado la tierra". Carmen González Córdoba, bilbaína de 33 años, viajó a Perú en el verano de 1998, hace ya 17 años, con su novio y dos amigos, y nunca más volvió. Su desaparición sigue siendo un misterio. ... Algunos de sus allegados permanecieron en la zona durante cinco meses y otros trabajaron con ahínco desde Bilbao por recuperarla. Pese a los esfuerzos casi inhumanos de su familia, batiendo cada palmo de la montaña e incluso, aún por delante de la Policía, siguiendo pistas que la situaban en poblados remotos, nunca hallaron ningún indicio que les permitiera saber qué le ocurrió. El mismo drama que sufren los allegados de desaparecidos, agravado en este caso por un océano de distancia.
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Grandes aficionados a la montaña, el objetivo de la expedición formada por cuatro amigos de Bilbao, entre ellos Carmen y su novio, era ascender al nevado Huascarán, de 6.800 metros de altura, el más elevado de la Cordillera Blanca, en plenos Andes peruanos. Un paraíso blanco que se convirtió para ellos en un auténtico infierno. Carmen no logró aclimatarse a la altura por lo que, el día 17 de julio, decidió esperar a sus compañeros en el campamento base, a 4.000 metros de altura, mientras ellos hacían cumbre. Su compañero descendió al día siguiente y encontró la tienda de campaña vacía. Faltaban también una mochila y un bastón, con los que probablemente salió a dar un paseo. Las horas iban pasando y Carmen no regresaba. Sus otros dos acompañantes se le unieron a la búsqueda por las cercanías. Al no encontrar ni rastro, lo denunciaron ante la Policía y se rastreó la zona durante varias semanas, aunque los familiares siempre se han quejado de la falta de medios, e incluso tuvieron que contratar a una empresa de guías con perros para reforzar el operativo.
"Carmen no está en la montaña, viva o muerta, habríamos encontrado algo", afirmaba desesperado por teléfono desde Perú el compañero sentimental de la montañera bilbaína. La Policía del país andino inició entonces una investigación criminal con el convencimiento de que la mujer podría haber sido víctima de algún "acto delictivo". La familia ofreció una recompensa a quien pudiera aportar algún dato y aparecieron numerosas pistas, algunas de ellas falsas. Algunos testigos aseguraban haberla visto "sola y leyendo un libro" en una plaza de Musho, un poblado a diez horas de caminata del campamento base del que supuestamente partió la montañera vasca.
Hojas de coca y una mina de oro
Ante la desesperación de sus allegados en busca de cualquier mínima esperanza y contagiados por las creencias populares, llegó a intervenir en el caso una vidente que leía las hojas de coca. También se registró una mina de oro. Los lugareños alimentaban la creencia de que el yacimiento del valioso mineral se cobraba vidas cada cierto tiempo. Un hermano de Carmen se desplazó desde Bilbao a Perú para unirse a la búsqueda. Colocaron carteles, salieron en programas televisivos de máxima audiencia y en la prensa local para conseguir que las instituciones se implicaran y el caso no se cerrara. El Congreso peruano, el Rey, los entonces presidentes de los gobiernos español y peruano, José María Aznar y Alberto Fujimori, y el Gobierno vasco realizaron movimientos, pero ninguna de estas gestiones obtuvieron ningún resultado.
En las navidades de aquel 1998, el novio y el hermano de Carmen, agotados física y psicológicamente, regresaron a Bilbao, coincidiendo con el abandono de la investigación policial. Meses después hubo otro intento de reanudar el rastreo en la montaña, y después no volvió a hablarse de la montañera bilbaína hasta que en febrero de 2003 se encontraron en la zona unos restos óseos, un fémur y un cráneo momificados, que los forenses peruanos se apresuraron a atribuir a la joven vasca, una hipótesis que tras el cotejo con el ADN de sus familiares, quedó descartado. Pertenecían a un montañero alemán, al que se buscaba también desde hacía tiempo. Cuando transcurrieron diez años de la desaparición de Carmen González, tal como exige la Ley en estos casos, fue declarada "difunta", aunque su familia no haya podido enterrar ni su cuerpo ni su recuerdo.
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