Ainhoa De las Heras
Jueves, 14 de mayo 2015, 00:39
Virginia Acebes tendría hoy 34 años. Pero un "psicópata de libro" -como le describió un experto en psiquiatría durante el juicio- llamado Luis Gabriel Muñoz Izquierdo, vecino de Sopelana, que hoy tendrá 39 años, la eligió para su macabro ritual. El asesino en serie intentó ... repetir con otra chica, Iratxe, medio año después lo que le había hecho a Virginia, pero la joven consiguió zafarse y salvar la vida. Le denunció ante la Ertzaintza, lo que propició su detención.
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El crimen se produjo el 21 de noviembre de 1999 en el monte Artxanda, aunque el cuerpo de la joven no fue localizado hasta el día siguiente tras un intenso rastreo. Según declaró ante la Policía tras su arresto, escogió a Virginia al azar después de verla despedirse de sus amigas en la plaza Unamuno, de Bilbao. La joven, estudiante de segundo de Empresariales en la Facultad de Sarriko, había salido con su cuadrilla la noche del sábado por el Casco Viejo, como cualquier chica a su edad. Sobre las tres de la mañana, al ver que el próximo metro tardaría 40 minutos, optó por irse andando a casa, en Ollerías Bajas. Tardaba unos 10 minutos.
Sin embargo, un criminal la rondaba y la siguió con su 'Volkswagen Polo' rojo mientras ella caminaba por la calle Iturribide. En la confluencia con el barrio de Santutxu, la abordó, la amenazó colocándole un cuchillo en el cuello y la obligó a montar en el coche, donde estaba también 'Punky', el perro caniche del asesino, testigo involuntario del crimen, y que aportó a la Policía una de las pruebas clave. Sus pelos aparecieron en la ropa de Virginia.
Hacía una noche de perros, las laderas de Artxanda estaban nevadas. Virginia le pedía: "No me hagas daño". La llevó hasta allí y en una de las cunetas la agredió sexualmente mientras la amenazaba con el arma blanca. Después, le asestó varios cortes en el cuello. Según él mismo detalló a la Policía, regresó al cabo de 10 ó 15 minutos al escuchar que aún estaba viva y le pedía que la llevara al médico, para rematarla de más de 50 puñaladas, mientras le gritaba: "¡Me has engañado!".
La joven permaneció desaparecida durante 36 horas. A la mañana siguiente, un profesor de la academia de la Ertzaintza en Arkaute encontró por casualidad algunas de las prendas de la víctima, entre ellas el sujetador, que el asesino había tirado en un camino vecinal. Después de horas de rastreo, un tío de Virginia halló el cadáver sobre las seis de la tarde del día 22 de noviembre. Sin saberlo, en ese momento fue testigo en las inmediaciones Luis Gabriel, que había acudido a la zona con un compañero de la empresa de mensajería en la que trabajaba entonces, para realizar un trabajo.
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Doble vida
El asesino mantenía una doble vida. Tenía novia, trabajo y vivía con sus padres y hermanos. Su madre llegó a comentar con él la noticia del salvaje crimen, que estuvo un año sin autor conocido y generó una gran psicosis en la sociedad vasca, especialmente entre los padres. Medio año después, el 30 de junio, volvió a intentarlo. Esta vez fue a las seis de la mañana y la víctima, también universitaria de 21 años, se despedía de sus amigos en una bocacalle de la plaza Unamuno cuando se fijaron en un tío "con cara de loco" dentro de una furgoneta 'Kangoo' parada, como vigilando.
Minutos después, ese mismo individuo, Luis Gabriel, le salió en las escaleras del colegio Maristas, en la calle Iturribide, con un mazo de hierro con el que empezó a golpearle en la cabeza mientras la arrastraba hacia el interior del vehículo. La chica empezó a gritar con todas sus fuerzas, de tal forma que los vecinos que escucharon los desesperados chillidos de auxilio de la joven salieron a las ventanas y pusieron en fuga al asaltante. Antes de huir, tuvo la sangre fría de llamar a su perro que había salido de la furgoneta. Iratxe acudió a una comisaría a presentar una denuncia y el agresor fue detenido al cabo de dos horas, precisamente en Artxanda. Declaró que su intención era la de "agredirla vaginalmente". Permaneció dos meses en la cárcel y después quedó en libertad. Para entonces los investigadores de la comisaría de la Ertzaintza en Bilbao ya sospechaban de él por el modus operandi.
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Un año después del crimen, el 14 de noviembre de 2000, Luis Gabriel fue detenido cuando trabajaba de aprendiz en una obra en Erandio. A su jefe le costaba creer que fuera un asesino, era el mejor de sus peones. En un primer momento asumió que era el autor de la agresión sexual, pero inculpó del asesinato a un amigo por una venganza personal. Finalmente, se derrumbó y confesó el crimen con detalle, primero ante la Ertzaintza y después delante de la jueza instructora. Las pruebas de ADN también le delataron. Había restos de semen con su perfil genético en el cuerpo y la ropa de Virginia. Fue juzgado primero y condenado a tres años de cárcel por el intento de agresión sexual a la segunda víctima.
El juicio por el crimen de Virginia comenzó el 14 de octubre de 2002 en la Sección Primera de la Audiencia vizcaína ante una gran expectación mediática. Por sorpresa, el acusado se retractó de su declaración autoinculpatoria y declaró que había sido coaccionado por la Policía para que se "inventara" el crimen. Una versión que no convenció al tribunal, que le condenó a 30 años de prisión por la violación y el asesinato con alevosía y ensañamiento de la joven bilbaína. El forense especializado en psiquiatría que le examinó apreció en él una conducta antisocial de la personalidad con "rasgos paranoides" y precisó que era "plenamente consciente de sus actos".
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La acusación particular, ejercida por el prestigioso penalista José Ricardo Palacio, y la acción popular, representada por la asociación Clara Campoamor, solicitaban 40 años de prisión. Palacio pidió al tribunal en su alegato final que tuviera la misma piedad que él había tenido con su víctima. La madre de Virginia, Leonor, dijo entonces que la vida de su hija vale mucho más que 30 años. Según algunos cálculos, el condenado, que fue trasladado a una prisión de fuera del País Vasco por su propia seguridad, permanecería entre rejas tres cuartas partes de la condena antes de poder acceder a beneficios penitenciarios, aunque dependerá del juzgado de vigilancia penitenciaria.
Una leyenda asegura que el eucalipto junto al que apareció el cadáver inerte de Virginia Acebes se marchitó tras el crimen y volvió a florecer cuando el asesino fue arrestado.
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