Xabier Iñarra, ganador del certamen de EL CORREO y la UPV/EHU de artículos de opinión

Telescopio desenfocado

En su novela 'El Loro de Flaubert', Julian Barnes presenta una sugestiva metáfora sobre cómo percibimos el pasado: imaginémonos en la cubierta de un ferry, observando la costa alejarse a través de unos telescopios situados en la borda. De pronto, se levanta una marejada que desenfoca nuestro objetivo y, desconcertados, trasteamos con los visores para volver a conseguir una imagen nítida; cuando el mar se calme y escudriñemos de nuevo el horizonte despejado, seremos nosotros quienes nos atribuyamos el mérito de haber conseguido ajustar el telescopio. Me atrevo a decir que ahora mismo, pese a todas las restricciones para viajar en barco, nos encontramos trasteando con ese mismo aparato desenfocado.

El oleaje pandémico ha echado por tierra nuestras perspectivas: las del pasado, que ahora debe ser reescrito para encajar este giro de guion llamado Covid-19, pero también las de un futuro que cada vez resulta más difícil imaginarse como la alfombra roja hacia el progreso que pensábamos. 2020 pertenece, junto a 1789 o 1914, al selecto club de los años en que un acontecimiento histórico de calado, un cisne negro cuya llegada nadie vaticinaba, sacude súbitamente las vidas de casi toda la población mundial. Cuando esto ocurre, las sociedades no solo deben buscar en sus recuerdos el preámbulo de la que se les venía encima (dentro de unos lustros enseñaremos que, si la 'Belle Époque' estaba abocada al atentado de Sarajevo, el inicio del siglo XXI avanzaba sin remedio hacia la pandemia); necesitan repensar, asimismo, qué esperan del porvenir.

¿Y qué porvenir nos espera? No hace falta aguardar a que la mar se calme para mirar por el objetivo. Al fin y al cabo, el «Corona» ha afianzado o profundizado tendencias que ya estaban en marcha. La digitalización de la sociedad ha dado un gran salto, allanando el camino hacia una peligrosa crisis que nadie parece pronosticar: la que se desataría si la red mundial de telecomunicaciones cayera. El distanciamiento social, que esa misma digitalización venía favoreciendo, se ha convertido en algo impuesto por nuestro mero espíritu de supervivencia, igual que el teletrabajo, la desglobalización, la crisis del turismo o el rescate de políticas keynesianas para reflotar una economía irremisiblemente 'japonizada'. La conciliación familiar ha quedado al descubierto como uno de nuestros grandes problemas por solventar, sumándose a la urgente transición ecológica, mientras el declive urbano se agrava entre la quiebra del pequeño comercio y los obstáculos para la vida callejera. Entre los cambios verdaderamente sorpresivos está el descalabro de uno de los sueños que se había forjado el siglo XXI: aquel que prometía a la tercera edad, en estos momentos aislada y vulnerable, un futuro dorado; el que daba por supuesto que los 'baby boomers' envejecerían como «viejóvenes» demográficamente numerosos, con una longevidad activa y reconocimiento social. Hoy muchos imaginan sus últimos días en una UCI de campaña, sin derecho a pensión ni, desde luego, a vacaciones del Imserso. No en un crucero, contemplando tranquilamente la costa desde un telescopio que creen haber arreglado.