Nació aquí y morirá aquí. Toda su vida la ha pasado mirando hacia este paisaje que se cuela por los ventanales. Es hija de esta tierra, tan dura como hermosa. Sofía Rodríguez, de 96 años, es la mayor más máyor de Lagrán, el municipio vasco ... más envejecido según los últimos datos del Eustat. A pesar de los esfuerzos que aquí han hecho en los últimos años por tratar de rejuvenecer su censo, este pueblo de la Montaña Alavesa es el que muestra mayor proporción de canas y arrugas de todo Euskadi. El 38,3% de sus vecinos tiene más de 65 años. Aquí todo está hecho a la medida para ellos. Como un Benidorm montaraz, este es el paraíso alavés de la tercera edad.
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«Aquí ya no se puede vivir mejor, la única pega es que cada vez tenemos menos servicios, desde la pandemia tenemos menos horas de consulta con el médico, que solo viene dos días a la semana», protesta Bernarda Lasaga, que todavía recuerda cuando el pueblo tenía médico, practicante y hasta botica. Pero es incapaz de recordar cuándo, en qué año exacto, cerró la escuela, justo al lado del frontón, que hoy acoge el bar y la vivienda de la familia que se encarga de él. Como en tantos otros pueblos alaveses, vascos, españoles, el éxodo rural llevó al colegio a su cirre. Según los registros del INE, en 1940 aquí vivían, repartidos por sus otros dos concejos (Pipaón y Villaverde), 539 personas. Hoy son 185. Es uno de los municipios menos poblados de Álava, solo por detrás de Añana.
No hay escuela, pero en cambio los de Lagrán tienen un modernísimo centro de día, un acogedor edificio de piel de madera y enormes ventanas, donde los mayores echan la jornada atendidos en todo momento. Aquí está ella, Sofía, la vecina más mayor del pueblo, aunque ni de lejos lo aparente. Porque uno se espera encontrar a una anciana frágil, una de esas personas que ya hace tiempo que son incapaces de hilar dos recuerdos seguidos, y te la encuentras a ella, medalla de oro de platino en los aparatos de gimnasia para mayores, que se bebe a sorbos las sopas de letras.
Pero sí, 96 años, la única que queda de la quinta de 1926, tiene Sofía. Y a su lado, María Marquínez, con peinado de peluquería y sonrisa de carmín, puede presumir de unos increíbles 91, con una lucidez y una agilidad envidables. Dan ganas de pedirle el carné a la señora. Esos laboratorios cosméticos que llevan años buscando el secreto de la eterna juventud quizás deberían plantearse venir aquí, a Lagrán, y empezar a analizar el agua y este aire puro que curte a los mayores del pueblo.
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«La verdad es que sí, aquí vivimos muy, muy bien, muy tranquilas. He pasado 40 años en Madrid y cuando mi marido y yo nos jubilamos, nos vinimos. Y aquí, todo lo contrario que pasa en la ciudad no hay estrés. Cuando me marcho del pueblo, solo pienso en volver», cuenta María mientras Sofía, concentradísima ella, resuelve uno de esos ejercicios con los que mantienen en forma la memoria. «Aquí no nos aburrimos, siempre sale una laborcilla, solemos ir al pintxopote, que no faltamos nunca, el sábado vamos al cafecillo y el domingo, a misa, cantamos y después al vermú», anota la señora, con la mascarilla puesta, tal y como imponen todavía las medidas contra el coronavirus.
Cada mañana, Sofía, María y también Silvina y Ana Mari acuden al centro rural de atención diurna, un servicio que presta el Ayuntamiento del municipio montaraz y que financia la Diputación. Las mayores pasan aquí la jornada, incluso comen en el centro (hoy toca puré, hígado encebollado y melón de postre). Hay unos butacones cómodos que invitan a echarse una buena siesta, estanterías con libros y juegos y de las paredes cuelgan dibujos, un poco como en las aulas infantiles, pero con frases, refranes, dichos cargados de sabiduría. Palabras mayores en el sentido más literal. «Para llevarse bien no se necesitan las mismas ideas, se necesita el mismo respeto», se puede leer en un gran cartelón.
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El espacio, una gran sala diáfana, recuerda más a un saloncito que a una residencia. «Es que esto no tiene nada que ver con una residencia, aquí vienen y pasan el día, se mantienen activas y sus familias están tranquilas», puntualiza Irati Rufrancos, que junto con María Ángeles Teso cuida de los mayores en el centro. Irati vive y trabaja aquí, en el pueblo. Con su familia, trata de rejuvenecer el provecto censo de Lagrán. No lo tienen fácil.
Tal y como reflejan los últimos datos del Instituto vasco de Estadística, de los 185 habitantes de Lagrán, 71 tienen más de 65 años y solo 19 tienen menos de de 19. «Pero en los últimos años, el pueblo se ha rejuvenecido mucho, antes había muchos más mayores», defiende el alcalde, José María Martínez (78 años), que se toma las cifras, tan tozudas, como una pequeña afrenta personal. «En los últimos años han venido familias a vivir aquí, se han construido casas nuevas y se están rehabilitando... la media de edad ha bajado», enfatiza.
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Lo que el señor regidor ve como una pequeña afrenta, es en realidad el mejor eslogan que puede tener un pueblo de menos de 200 vecinos hecho a medida para envejecer. María es muy consciente del pequeño privilegio que supone pasar el arrabal de la senectud tan atendida. «Para mí, vivir acompañada de mi hijo, en el pueblo en el que nací, es un lujo, mejor que me haya tocado la lotería», asegura.
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