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mercedes gallego
Lunes, 14 de agosto 2017, 00:44
Son tiempos difíciles en EEUU. Se habla de construir muros, de cerrar fronteras y hasta de contaminar el aire que respiramos, pero eso no es lo que escucha Casto Solano. Al escultor alavés le susurran al oído las leyendas de los indios nativo americanos que ... unieron esfuerzos con los animales para levantar juntos el cielo que no les dejaba erguirse. La historia del profesor de español que defendió el derecho de las niñas negras a ir al colegio sin alisarse el pelo y las de los Arquitectos de las Siete Direcciones que han construido viviendas sociales con vistas de lujo para quienes nunca creyeron poder permitirse la utopía de Roberto Maestas.
El icónico activista de los derechos civiles murió en septiembre de 2010 a los 72 años, pero desde el pasado 7 de julio se le ve caminar de nuevo por una plaza de Seattle que lleva su nombre. Tiene las manos en los bolsillos y el cuerpo de bronce. Aunque en su biografía diga que procedía de Nuevo México, esta versión inmortal nació en un estudio de Vitoria. Hasta allí se lleva Casto Solano las semillas de las esculturas públicas que le encargan, para regarlas con sus propios sueños de justicia social y darle una vida que resista el azote de los elementos y la intolerancia de los tiempos.
Gracias a eso 'El Compañerismo' ('Togethernes') sostiene el cielo de Seattle y el corazón de los que se aferran a la historia de héroes de a pie como Maestas, que en 1972 fundó El Centro de La Raza junto con otros activistas de distintos orígenes que quisieron unirse a él para levantar el techo de los oprimidos. El afroamericano Larry Gossett, el filipino Bob Santos y el nativo americano Bernie Whitebear (Oso Blanco) formaron junto a Maestas la banda de Los Cuatro Amigos, un grupo de rebeldes con causa que agitó a sus comunidades para enfrentar el racismo y la represión que sufrían estas minorías sólo por ser distintos. No podía haber un proyecto de obra pública más idóneo para el autor de 'La puerta de los Honorables', situada frente al Museo Guggenheim de Bilbao, y el llamado 'Torero' de la calle Dato en Vitoria, que no es ningún torero sino un 'Minotauro'. El traje de torero sólo lo utiliza para denunciar «las mentira del mundo del arte», explica. «La chaqueta de luces, el pantalón ajustado para marcar paquete...».
Desde que arreció la crisis en 2010 Casto Solano buscó mecenas a ultramar, no por ambición sino porque «lo cultural es lo primero que se recorta de los presupuestos, al menos en la obra pública». No fue fácil, porque en todas partes domina lo que él llama «la predisposición a mirar lo nuestro, cada uno a sus propios artistas», pero al menos en EE UU y Canadá encontró ese 10% de hueco para artistas internacionales que «desgraciadamente ya no hay en Europa». Le avalaban otros trabajos realizados en Corea y Cuba, porque «triunfar en casa no es suficiente».
En Vancouver, una ciudad integrada con la naturaleza, inauguró en noviembre de 2015 el 'Protector de la Vida' ('The Life Protector'), donde un niño de bronce y acero cabalga sobre una criatura con forma de pez y patas de mamífero armado con los cuatro elementos –tierra, aire y fuego-. El agua y esos monumentales círculos de acero se identifican también en 'El Árbol Dorado' ('The Golden Tree'), que inaugurará este agosto en Spruce Grove (Alberta, Canadá). También fue premiado en Minnesota, pero a la de Seattle la ha colmado con un colorido que ilumina la noche de magia, a siete metros de altura.
«La diversidad para mí es fundamental», afirma. Parece que habla de esculturas pero nada de lo que Casto Solano dice o hace se queda en la superficie, por figurativo que sea. Le gusta ser un artista inclasificable que ha demostrado no ganar concursos por ser amigo del alcalde y que huye hasta de la etiqueta de artista. «Me da pudor», confiesa. Está en contra de la guerra y de las armas. Para él el arma más poderosa es la educación, esa que se imparte gratuitamente en el Centro de la Raza que custodia su homenaje escultórico al compañerismo y la solidaridad. Por eso le puso al Che un niño en brazos, en lugar de un puro un fusil.
Como lo suyo no es repetir esquemas para hacer marca sino divertirse, en octubre inaugurará en Dallas otra escultura social con músicos, sombreros de ala y botas de vaquero que no tiene nada que ver con las anteriores. Con ella dejará claro que ya sea en los progresistas estados de la costa Oeste o en la Texas donde asesinaron a Kennedy «hago lo que me dicta mi conciencia».
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