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Los aficionados a los puzles son gente meticulosa y tremendamente metódica. Saben que el mejor modo de armar uno pasa por clasificar las piezas por colores y texturas, luego separar esas que presentan alguno de sus bordes lisos, sin troquelar, que están destinadas a formar ... el marco. Pero antes, mucho antes de todo eso, es necesario dar la vuelta a cada una, para que muestren su cara. Cuando sobre la mesa se desparraman más de 5.000 la labor puede resultar ímproba y tediosa. Vitoria se debe enfrentar ahora a un reto similar con sus contenedores culturales.
En el horizonte, no tan lejano, sobre el tablero vitoriano se dispondrán 34.566 butacas. Abatibles, tapizadas en un mullido terciopelo bermellón y también de incómodo plástico. En espacios de diferentes aforos. En grandes pabellones y en pequeños teatros. Ahora, mientras el ilusionante proyecto del auditorio se está componiendo en los despachos con los pentagramas presupuestarios y las semifusas del pacto político, es el momento de dar una vuelta a todos los equipamientos culturales. Antes de ver cómo la sala sinfónica encajaría en una ciudad con poca paciencia para los rompecabezas.
El inventario de edificios de la capital alavesa con capacidad para acoger espectáculos es mucho más extenso de lo que, en un principio, podría parecer. En realidad, es todo un puzle. Del polideportivo de Mendizorroza al Beñat Etxepare. Del auditorio del Conservatorio Jesús Guridi al Félix Petite. Del Buesa Arena, un mastodonte capaz de albergar hasta 15.504 espectadores -un aforo que se reduce de forma considerable al levantar un escenario en la pista- al coqueto teatro Federico García Lorca, en Lakua, con 250 localidades. Sobre el papel, Vitoria cuenta con hasta 12 contenedores y la versatilidad suficiente para programar casi cualquier formato. Del gran espectáculo del Cirque du Soleil a las íntimas soleás del ciclo flamenco. Sin embargo, la realidad es muy distinta. La infrautilizada red de teatros en los barrios está muy limitada por su pequeño aforo; el Iradier Arena presenta serios problemas de aislamiento, sonido y, en la práctica, resulta muy poco flexible; el Principal centenario, angosto y achacoso reclama la reforma que la ciudad le debe... La lista de deficiencias es larga. Y el presupuesto para subsanarlas, más. Ante este panorama, Vitoria se dispone a hacerle sitio a lo largo de esta legislatura a un flamante auditorio, llamado a convertirse en la joya de la corona de los equipamientos culturales.
Fue el estandarte de la campaña electoral del PNV. Para resucitar el recurrente proyecto del auditorio, Gorka Urtaran optó por una fórmula creativa, que consistía en rescatar de la morgue de los proyectos incumplidos, ese sitio frío donde se apilan los costosos planos y las carísimas maquetas de los planes fallidos que se han sucedido en Vitoria en los últimos lustros, la sala sinfónica que encargó Patxi Lazcoz al arquitecto Mariano Bayón para su faraónico y malogrado BAI Center. Según los cálculos del gabinete Urtaran, costaría 30 millones y para que la música comenzara a sonar habría que afrontar un tajo de, al menos, 30 meses.
El auditorio ha generado cierta ilusión en una ciudad cansada de que se frustren los grandes proyectos. Pero también, sotto voce, hay quien ve con recelo este nuevo equipamiento. Más allá del lógico escepticismo por la gran inversión que supone, hay quien pone en cuestión la necesidad de unas instalaciones sin caja escénica que, por ejemplo, dejarían fuera los montajes líricos que hoy no pueden encontrar acomodo en ningún otro escenario vitoriano. Además, el sector alavés pone el acento en que esta sería una sala sinfónica en una ciudad sin orquesta sinfónica. Esta aparente debilidad se puede convertir, sin embargo, en una oportunidad magnífica para potenciar una agrupación musical potente y estable que acoja en su seno a la cantera de músicos que, cada año, salen del Conservatorio y que hoy se ven obligados a buscar una oportunidad laboral fuera de la ciudad.
Por otra parte, un importante sector de la escena local teme que el auditorio se haga realidad a costa de la inexcusable reforma del Principal. Tal y como adelantó este periódico, el informe que pergeñó la ingeniería Idom, en el que se planteaban tres alternativas para llevar a cabo los trabajos en la bombonera vitoriana, destacaba problemas de accesibilidad y seguridad en el edificio que los técnicos apremiaban a subsanar.
Del mismo modo que el auditorio es una apuesta personal del alcalde Urtaran (con el respaldo escenificado del diputado general y el propio lehendakari), la reforma del teatro es un empeño de los socialistas y, muy en concreto, de la concejala de Cultura, Estíbaliz Canto. Ella apostó por una ambiciosa reforma de 12,7 millones de euros que, según sus cálculos, podría estar lista en 2023 si se consiguieran licitar los trabajos en 2020. Y lo cierto es que ese escenario no parece tan remoto, más teniendo en cuenta que el PSE salió fortalecido en los últimos comicios. Además, los socialistas pilotan también ahora las políticas culturales desde la Diputación. Así las cosas sólo quedaría amarrar la financiación de Lakua.
Por otra parte, no conviene olvidar que tanto el auditorio como el Principal están comprometidos en el acuerdo de gobierno municipal. Entre bambalinas, PNV y PSE se han comprometido para tirar de las poleas que le subirán el telón a la remodelación del escenario. La clave es si ambos grupos lo hacen al mismo tiempo, con el mismo ímpetu, para que ambos sea realidad al final de la legislatura.
En este rompecabezas habría que encontrarle encaje también a la pieza del Iradier Arena, cuya reforma, encaminada a adaptar la plaza de toros como escenario para espectáculos de gran formato, consiguieron incluir los de Maider Etxebarria en su acuerdo de gobierno con el PNV. Esta compleja intervención está en la línea de lo que vienen reclamando los colectivos culturales de la ciudad y que está recogido en el plan estratégico de Cultura: acabar con los mamotretos y coordinar mejor los espacios con los que ya cuenta la ciudad antes de proyectar nuevos contenedores. Vitoria necesita paciencia para terminar su puzle cultural.
Su escenario cuenta con una boca generosa, de 8,5 metros. Está equipado con cuatro varas motorizadas, un completo sistema de iluminación con 146 elementos y una infraestructura de sonido más que decente. Hasta cuenta con un piano de media cola, un Kawai Hammatsu que no será un Steinway, pero no desentona en un teatro de barrio. Y, sin embargo, allí, en el Federico García Lorca, en el centro cívico de Lakua, sólo se representaron ocho funciones a lo largo de todo 2018. Este equipamiento es la muestra de la infrautilización de algunas salas de la ciudad, lo que coexiste con proyectos para más infraestructuras.
Según la propia programación del Ayuntamiento de Vitoria, en 2018 el García Lorca abrió el telón en seis ocasiones para acoger los espectáculos 'Ehuna', 'Conchas' y 'Viaje en una nube' y dos conciertos de la Orquesta Sinfónica de Euskadi, todos en el marco del exitoso Proyecto Bebés. El resto de los teatros de la red tampoco tuvieron mucha más actividad a lo largo de la anterior temporada. El flamante Félix Petite apenas acogió 17 funciones y el Ibáñez de Matauco, 13.
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