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Vitoria merece la pena. Esa es la sensación con la que centenares de turistas se han quedado este jueves al visitar los rincones imperdibles de la capital alavesa. Parece este un eslogan turístico o una alternativa para expresar esa manida frase de que este es ... uno de esos destinos que hay que conocer alguna vez en la vida. Sí o sí. Pero es que es así. O al menos es lo que han dicho todos esos viajeros venidos de Madrid, Toledo, Navarra, Huesca, Logroño, Málaga, Córdoba o Granada que han recalado en la ciudad por el boca a boca de familiares, amigos o conocidos. Por suerte para ellos (y para mantener nuestra buena fama, todo sea dicho) las recomendaciones han acabado por resultar un éxito.
Los lectores voraces se han fijado en los escenarios de cuento retratados por Ken Follet, Arturo Pérez Reverte o Eva García Sáenz de Urturi. «Es lo mismo que estamos haciendo nosotros, pero con asesinatos», bromeaba Elisabeth Ochoa de Eribe, la guía que comandaba a una cincuentena de visitantes en un recorrido de dos horas que cruzaba el Casco Viejo desde la Plaza de España hasta la Virgen Blanca. En el camino se detuvieron en enclaves como Los Arquillos, la Catedral de Santa María con su atractivo de 'abierto por obras', el Palacio de Montehermoso que acoge el sobrecogedor 'World Press Photo' o la 'Cuchi', «la calle con más bares por metro cuadrado, donde se viene a beber, no a comer», explicaba cercana Ochoa de Eribe.
El calor prevalente durante toda la jornada (se alcanzaron los 28 grados) confundió a la par que animó a patear a todos esos que esperaban una 'green' tan verde como fría y lluviosa. «Había metido en la maleta botas de monte, chubasquero y paraguas, pero al final... tirantes», comentaba Irene Ramos, de Toledo. «Esto es el Benidorm del futuro. Os lo aseguro», se escuchaba por el altavoz de otro guía al pasar por uno de los muchos corrillos de visitas que recorría el centro de la ciudad. A la mayoría, la chicharra no les importó. «Aquí estamos estupendamente. Esto es fresquito», aseguraban los cordobeses Mari Ángeles Cortés y Manuel Zamora. «Fuera bromas, tiene un encanto especial», insistió esta pareja que había aterrizado ya el miércoles por la noche.
Precisamente para retratar esa magia, los mejores aliados han sido las cámaras de fotos y los mapas que repartían con ritmo frenético en la Oficina de Turismo. Todos querían posar para una panorámica desde la Balconada de San Miguel, guardarse un recuerdo con la estatuilla de Celedón o subir a Instagram un 'selfie' con el famoso seto (ahora adornado con dos bicis del Tour), para el que hubo que pedir la vez y aguantar con paciencia en la cola las sonrisas impostadas del resto de visitantes.
Los alojamientos se encuentran al completo. Así que el trasiego de turistas arrastrando maletas con Google Maps conectado en la otra mano ha sido constante. Las jóvenes amigas Cristina y Aúrea fueron de esas. Escogieron Vitoria por cercano, desconocido y atractivo. «Esos eran nuestros tres requisitos y se cumplían. Así que no había más que hablar», se justificaron. Nada más poner un pie en la calle y tras comprobar el «ambientazo» que había en calles y terrazas se cercioraron de su buena elección. «Tenemos la sensación de que va a ser un acierto», manifestaron.
A esos que optaron por la capital alavesa como centro de operaciones se unieron los que prefirieron una visita exprés de día. «Nos pillaba de paso y como aquí se come muy bien...», deslizó el grupo de amigos madrileños formados por Juan, Inma, Paco y Laura que pensaba pasar la noche en Pamplona. «Como mi San Sebastián no hay ninguna, pero es una ciudad muy bonita», se enorgullecía Carmen Sandoval. «Es muy verde y está muy limpia», valoraban los oscenses Andrea y Daniel Roska. «Aunque hemos visto pocos niños», se sorprendieron, mientras sus hijos minimizaban el matiz demográfico. «Mamá, papá, acordaos que antes de irnos... ¡tenemos que coger el trenecito!», les apremiaron con una sonrisa.
La cuadrilla de Rioja Alavesa no pierde tirón turístico. Las bodegas son su emblema, pero su pasado medieval también atrae a cientos de turistas. La oficina de turismo de Laguardia registró en las primeras horas de la mañana nada menos que 270 consultas. El número es orientativo porque lo de mirar la guía en Internet está cada vez más asentado. Así las cosas, resultaba más fiable mirar los parkings (llenos) o la plaza Mayor para contemplar a ese conjunto que aguardaba para ver asomarse al reloj carrillón en las horas en punto. Y no sólo. Porque allí se esconden mucho más tesoros. «Hay gente que viene sólo por conocer la iglesia de Santa María de los Reyes», asegura desde detrás del mostrador Pilar García de Olano. «También nos preguntan por el estanque celtibérico o la torre Abacial», continúa.
Lo cierto es que, de punta a punta, el territorio alavés aguarda muchos lugares por descubrir. El Valle Salado de Añana es otra de esas zonas que no paran de recibir en todo el año la visita de viajeros nacionales e internacionales, en su mayoría de Francia, Países Bajos o Alemania. «Teníamos las expectativas altas, pero ha sido un día excelente», valoró el gerente de este paisaje Pablo de Oraá. «Hemos recibido veintiséis grupos y para el fin de semana tenemos reservadas plazas para 1.800 personas. Las catas están todas completas y las visitas guiadas... Casi casi», concluyó.
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