Los ajos no pierden frescura en Vitoria. Resisten al paso del tiempo... Y a los cambios de ubicación. El mercado más ancestral del Día de Santiago, del que hay referencias incluso datadas en el siglo XV, ha vuelto con fuerza a la capital alavesa, aunque ... también un tanto desperdigada. Los retrasos en las obras de Portal del Rey, que llevan un año con la calle levantada y no finalizarán hasta septiembre, ha desplazado algunos puestos a Olaguíbel y la plaza de la Memoria. El cambio de ubicación ha descafeinado algo sus primeras ventas entre los más despistados durante las primeras horas, aunque para el mediodía cualquiera diría que llevaban ahí toda la vida.
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Es lo que tienen las tradiciones, que a uno le gusta seguirlas a rajatabla. Y si los ajos se venden en la Cuesta y Portal del Rey, que por algo es una especie de continuación de la Avenida de Santiago, pues se convierte casi en un automatismo en una fecha tan señalada. «¡Este año están en tres sitios! He tenido que dar una vuelta...», advertía una clienta que quería comprobar casi cada ristra para llevarse la mejor pasadas las 8.00 horas, cuando todavía las conversaciones eran inteligibles a distancia.
Dicen que los vitorianos se curten con el frío de las noches de invierno, pero tampoco les desmerece que se desperecen con ajos en un día festivo. Podría decirse que este monográfico mercado agrícola, con más de medio centenar de puestos repartidos en sus tres ubicaciones, es el punto de rigor entre la noche de la víspera, territorio de los más crápulas y el jolgorio que se extiende durante todo el día entre barricas y vaquillas.
Los primeros compradores de ajos, la mayoría entrados en años, coincidían en el tiempo con las últimas barredoras, que ponían a punto la ciudad para una de sus jornadas más esperadas, los desayunos pantagruélicos de quienes esperaban un largo día y las cervezas (sí, cervezas a las 8 de la mañana) de quienes querían estirar la noche. Pero de una forma u otra, todos van de cabeza hacia La Blanca, para que no decaiga tras recuperar el año pasado su máximo esplendor.
Los productores aseguran que ni la guerra de Ucrania ni el IPC desbocado han afectado a sus precios. La mayoría mantiene sus tarifas en relación al año pasado. No obstante, a los clientes más habituales les podrían convalidar un máster en matemáticas, porque las unidades de medida eran de lo más variadas. Algunos por kilo, otros por malla y los más ambiciosos, por ristra... Y el ritmo de las ventas no ha decaído. La Cuesta no ha dejado de estar repleta y los productores no han dejado de despachar.
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El kilo rondaba los 4 euros, la malla los 5 o 6 en función de su procedencia, entre los que se encuentran Navarra, Aragón, La Rioja Castilla y León y Cantabria. Las tiras trenzadas, éstas con el precio intacto, se vendían a 18 euros por 60 cabezas medianas y las «extragordas», a 25. Alguno no ocultaba que su producto era algo más costoso, pero defendía su mayor «calidad». «Más vale pagar de más un duro que luego tirarlas al cubo», ha sido uno de los pareados más habituales entre los productores, que competían a pleno pulmón: «Como en años anteriores, mis ajos los mejores».
¿Y qué compran más los vitorianos? Aunque las miradas se iban a las cabezas de mayor tamaño por una especie de admiración, no son las más recomendables para el consumo doméstico. Salvo que uno coma una sopa de ajo a diario o lo condimente con todo, claro. El motivo es que «los dientes más pequeños aguantan mejor». La diferencia en la frescura se traduce en cerca de un mes. «Hablamos de que el producto de mejor calidad llegue bien a abril del año que viene, o a mayo», explicaban los productores.
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Los productores muestran una mayor confianza en las cabezas de este año, de mayor calidad y abundancia. Y es que el pasado año vivieron su calvario particular. «En más de 30 años que llevo en esto no he visto otro igual de malo», señala Rubén Fernández de San Juan, situado al final de la Cuesta de San Francisco como cada año. La culpa la tuvo un ácaro que se cebó con cosechas enteras, y especialmente virulento para las cabezas que se abrían. El mal de ajo. Tampoco ayudó el «excesivo calor» de mayo, que supuso el remate para miles de kilos de ajo. Este año toca resarcirse.
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