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Cuentan que pasó en Canaán hace un porrón de años. La boda iba de fábula, todo el mundo comía a dos carrillos y bebía como si no hubiera un mañana. Pero los del cátering hicieron corto: ni una triste gota de D.O. Galilea quedó. Menos mal que entre la larga lista de invitados al convite había un pariente de barba hirsuta y melena salvaje, llegado de Nazaret con su apostólica cuadrilla. Él obró el milagro. Ayer, dos mil años (lustro arriba, lustro abajo) después de aquello, en una Vitoria bajo cero se repitió el prodigio. Y Ardoaraba convirtió el hielo en vino.
Puntual, a las 12.30 -el protocolo dice que beber antes de esa hora es una señal más o menos inequívoca de que conviene hacérselo mirar- Ardoaraba empezó a servir copas a destajo en Fueros, en el Matxete y en la plaza de la Provincia, puntos cardinales de la gran farra en honor a Baco que inunda Vitoria con buen Rioja Alavesa, txakoli de la tierra y sidra hasta el próximo sábado, aunque la fiesta continuará en más de 80 bares de la ciudad hasta el domingo.
Mientras algunos aguardaban a la apertura de las carpas, en formación, con la copa todavía enfudada, dentro del entoldado de Los Fueros se celebraba la solemne inauguración del evento. Se hizo como tocaba: con un aurresku empapado en vino. A los habituales saltos y a las patadas al aire, los dantzaris sumaron pasos inspirados en la vendimia: recogían uvas invisibles, las pisaban, se subían a un cesto de mimbre y ‘volaban’ sobre una copa llena. Al final de la ‘coreo’ (sic) -así la definió Josu, su orgulloso creador- el cuerpo de baile, muy entregado, brindó con una sonrisa de oreja a oreja ante el respetable. Pero -¡ay!- no toda esa pasión por los taninos era sincera: entre esos muchachos de saltos vigorosos, había una ‘impostora’. «A mí, la verdad es que no me gusta el vino, pero hago como bebo, me mojo un poquito los labios y ya está», reconocía, toda colorada, la dantzari Amaia.
Las que no tuvieron que fingir fueron las autoridades que acudieron a la puesta de largo del sarao. Entre ellos, el diputado general, Ramiro González, que no descorchó la botella, pero cortó una cinta roja, que tanto da. Estuvo acompañado por la concejala Nerea Melgosa y la diputada del ramo (turístico), Cristina González. Entre copa y copa, en grupitos de tinto y blanco - con los políticos pasa como con el alcohol, que es mejor no ponerse a mezclar-, también se pudo ver a los populares Leticia Comerón e Iñaki García Calvo, al socialista Txarli Prieto y al portavoz de EH Bildu en las Juntas Generales, Kike Fernández de Pinedo.
Mucho más madrugador, Alberto López Ipiña, el perejil (de kilómetro cero, claro) en todas las salsas, se levantó a primerísima hora para poner las ollas en el fuego con esos callos de ternera, con albóndigas y con croquetas, todo eco, todo de aquí, que se sirvió para empapar tanto vino en el puesto de Slow Food Araba. Muy cerca, afable, saludando y hasta sirviendo a las autoridades, Vitorino Eguren, patrón de las bodegas Eguren Ugarte, tampoco se quiso perder la cita. Como buen hombre de campo, tiró de semántica agraria a la hora de destacar la importancia de fiestas como Ardoaraba «para sembrar cultura de vino».
Y ayer, más que sembrar, la afición por el vino ya germinó y se cosechó. Aunque, entre tanta gente feliz, dispuesta a embriagarse sin remordimientos, algunos ponían cara de estar pasándolo en grande. Pero no. «Yo es que no bebo ni para brindar», se excusaba Helena, mientras Peio, su futuro consorte, ya bebía «por los dos». Lo mismo Janire, a la que el vino parecía como que ni fu ni fa. «Es que soy más de Coca-Cola», osó a reconocer. Y también Peio, «el bicho raro de la cuadrilla» con «complejo de taxista de borrachos». Para ellos, para los abstemios, este año Ardoaraba también ha comenzado a servir rico zumo de manzana, que no es (en absoluto) lo mismo pero, al menos, crea una vaga ilusión de integración en la fiesta. «La gente que no puede beber nos lo pedía, también para que pudieran tomar algo los críos y ya algo más natural que esto no hay nada», apuntaba Juan Antonio Aretxaga mientras se servía un vaso generoso de su néctar de manzanas.
Muchos llegaron a Vitoria desde Bilbao, desde Donosti, desde Pamplona y Burgos para Ardoaraba. Pero otros, ajenos al dionisiaco sarao, se encontraron con la fiesta de chiripa. «Hemos venido a pasar el puente a Euskadi y nos hemos encontrado con todo esto. ¿Es que regalan el vino?», se preguntaba Rosa con su inconfundible acento de Huelva. Y, claro, hubo que explicarle a la mujer, que se llevó una pequeña decepción, que no, que tocaba comprar tickets a canjear por tragos (como de costumbre, 13 eurillos por 28 puntos) en las casetas, donde los más previsores hicieron cola desde primera hora. «Vendremos con la cuadrilla por la tarde, pero he venido ahora de avanzadilla, que esto se pone hasta las cartolas», apuntaba Josu, con casi una cristalería en las manos. Hasta el domingo, sus copas, como las del resto, se llenarán y se vaciarán para brindar por el milagro de Rioja Alavesa.
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