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Jorge Barbó e Igor Martin
Domingo, 25 de febrero 2024, 01:20
Está más que acostumbrado a rodar sin inmutarse por estos caminos de parcelaria sin asfaltar. Sin embargo, por momentos, al viejo coche parece faltarle el resuello, un poco como le pasa a ese excursionista en baja forma que no se esperaba llegar tan lejos, tan alto, en su paseo. Pero al llegar, con la frente perlada de sudor y el aliento algo entrecortado, se dice que ha merecido la pena. Estas vistas apabullantes son su recompensa.
La finca Cerro del Peringuillo se extiende con sus casi dos hectáreas de caliza y arcilla esponjosas justo a las faldas de la Sierra de Cantabria, que recorta el cielo, más añil que azul, con su grisácea silueta escarpada. Este es el paraje, a 700 metros, que han elegido para su nueva viña los hermanos Iker y Alberto Martínez Pangua, los jóvenes bodegueros de Baños de Ebro a los que EL CORREO está siguiendo durante todo un año de trabajo de sol a sol en una serie que cuenta con el patrocinio de la Diputación de Álava. «Hasta hace muy poco, nadie pensaba en esta zona para plantar viñedo, estos terrenos se reservaban para el cereal», comentan los hermanos, entusiasmados con el proyecto con el que buscan plantar cara frente al cambio climático.
Si todo marcha bien, en unos meses comenzarán a sembrar allí un nuevo viñedo de garnacha blanca, en auge pero todavía muy minoritaria en Rioja Alavesa. Según las últimas cifras oficiales publicadas por el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Rioja, con 11,4 hectáreas esta uva supone el 1,26% de todas las blancas que crecen en Rioja Alavesa, por detrás del viura (88,06%), el tempranillo blanco (3,59%), la malvasía (2,86%) e incluso la chardonnay (1,83%).
Nietos e hijos de viticultores riojanoalaveses. Iker y Alberto, de 34 y 27 años, son de Baños de Ebro y representan a una nueva y excepcional generación de bodegueros. Cuentan con una sólida formación, también internacional, una visión y una pasión con la que aspiran a agitar el sector del vino desde el respeto al pasado de éxito que Rioja Alavesa ha logrado gracias a su esfuerzo común.
Sin embargo, los datos reflejan que la garnacha blanca está ganando terreno. De forma literal. Una década atrás, en Álava solo había 0,94 hectáreas de viñedo de esta variedad, el 0,10% del total de blancas. En diez años, la proporción se ha multiplicado por 12. ¿La razón? Como Iker y Alberto, muchos bodegueros y viticultores están apreciando las enormes posibilidades y han reparado en su gran capacidad su adaptación «frente al calentamiento climático por su elevado potencial de acidez», concluían los investigadores Fernando Martínez de Toda, Jesús García y Pedro Balda en un estudio de hace ya un lustro en un monográfico sobre la vid y el vino de la revista científica 'Zubia'.
«Es fundamental adaptar los cultivos a variedades que necesiten menos agua», destaca Alberto. Los efectos de la sequía en la pasada campaña fueron evidentes, con importantes mermas de la producción. Y este año, el panorama no se antoja mucho más alentador. El bodeguero pone un ejemplo muy claro. «Por estas fechas, no suele haber problemas para pedir turno en la comunidad de regantes, pero este año sí. Falta agua, falta frío... falta invierno», explica el joven.
En la finca, Alberto clava una barrena en la tierra. La hunde bien profunda, hasta alcanzar al menos 60 centímetros para obtener una muestra de la tierra que llevarán a la Casa del Vino, en Laguardia. Les permitirá obtener una 'radiografía' detallada de esa finca, con sus necesidades de nutrientes, con sus peculiariedades para conocer el lugar adecuado en que colocar los plantones. En este momento, crucial, estarán empezando a elaborar ese vino futuro que llevará el nombre de esta parcela. «Es que acertar con la tierra es fundamental, porque la tierra, la viña lo es todo en un vino», resuelve Iker en una de esas frases que piden mármol.
Los viticultores disponen en la Diputación Foral de Álava de una herramienta muy útil para el conocimiento de los suelos: los análisis de tierras. Conózcala aquí.
Entre tanto, a estas alturas, en toda Rioja Alavesa la poda ya se ha dado prácticamente por finiquitada –«dominada» es el término exacto que utilizan los bodegueros–, y ahora llega el momento de 'picar' los sarmientos. En los años en los que hay problemas con el dichoso mildiú, se suele optar por realizar quemas controladas de los restos de poda, pero lo habitual es triturarlos para que se integren y enriquezcan el suelo. En eso están ahora.
En la bodega, los jóvenes bodegueros realizan estos días controles exhaustivos a diario en su propio pequeño laboratorio. No es habitual que las bodegas familiares como Altún cuenten con unas instalaciones así, pero los jóvenes asegura que compensa, «sobre todo en vendimias, cuando no dependes de los análisis de fuera, lo que nos facilita mucho el trabajo».
En la salita, modesta pero bien equipada, controlan la estabilidad del vino, su microbiología, vigilan «que las levaduras o las bacterias acéticas puedan ocasionar problemas», explica Alberto. Cuentan con cultivos en la 'estufa', una suerte de pequeño hornito que mantiene muestras temperatura constante, y también en el congelador. La idea es someter a su vino a una especie de 'test de estrés' para que todo salga perfecto antes del embotellado, un momento que esperan con ilusión.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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