La vida salvaje de Gardelegui

Cuenta Arrazola -hasta hace poco fotógrafo oficial del Gobierno vasco y el único que ha trabajado con los cuatro lehendakaris- que descubrió el potencial del que es uno de los mayores basureros de España un poco por casualidad. «Entré un día y vi sus posibilidades, que estaba cerca de casa y que era compatible con mi trabajo, con mi vida. Solicité permiso -el personal del vertedero siempre se ha portado muy bien conmigo- y empecé a fotografiar».

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Este espacio sito a las afueras de Gardélegui, a las faldas de los Montes de Vitoria, ha cambiado en estos años. Las zonas de vertido más antiguas se han sellado y sembrado y parecen «campos de golf», comenta el fotoperiodista. Pero siempre hay áreas activas a las que llegan en camiones los residuos domésticos que tanto atraen a los bichos. Al principio, Arrazola fotografiaba jabalís y corzos. Recuerda también «unas maravillosas bandas de perdices» que dejaron de aparecer, «quizá debido a la presencia de gatos domésticos en los alrededores». Más tarde, vio que por allí paraban las aves migrantes. «Llegaban los milanos negros y cuando se iban, los reales y más tarde llegaban los alimoches», relata. Ha fotografiado multitud de cigüeñas y gaviotas y es tal su capacidad de observación que a algunas aves las ha llegado a conocer. «Había una garza que era peleona como Thyson y no dejaba que las cigüeñas se quedaran con nada». Ha capturado una foto -la que preside este reportaje- en la que se encuentran un buitre leonado, uno negro (nada habitual por estos lares) y un alimoche.

Con un metro de nieve o sudando la gota a más de treinta grados al sol. El fotógrafo ha sido el notario de la vida en el vertedero estación a estación. Dotado de cámaras (ahora digitales) de gran calidad y teleobjetivos de hasta 600 mm, para hacer su trabajo se ha valido de un 'hide' fijo y otro móvil. Es primero es una pequeña caseta capaz de aguantar frío y lluvia, mimetizada con el entorno y dotada de cristales espías para ver sin ser visto. El segundo escondite, es despegable. Arrazola pone cebo y aguarda.

Espera en silencio, sin leer, sin mirar el móvil... A solas con sus pensamientos, sin perder detalle. «Mentalmente tienes que ser fuerte porque estás ahí con agua, frío, calor, con tus propias preocupaciones y puede que después de horas tu espera sea un fracaso», relata. Lejos quedan los tiempos en tener fotos de un águila real era difícil. Las nuevas tecnologías y la proliferación de 'hides' comerciales lo han hecho todo un poco más sencillo, pero nada puede sustituir el ojo del buen fotógrafo. «A veces te pones tus retos. ¿Seré capaz de ponerla a 25 metros de distancia de mi posada sobre el fondo que quiero?»

Como fotógrafo profesional está acostumbrado a ser invisible en la primera línea de fuego. Y ahora que se acaba de jubilar, espera seguir siéndolo pero a placer. Sin prisa. «Ya no voy a posponer lo importante por lo urgente».