Marimar Presa posa en su tienda del barrio de El Pilar, La Casa de la Modista, donde acumula más de un millón de referencias de botones. Jesús Andrade.

Comercio de Vitoria

Una vida entre mudas y botones

Las últimas mercerías de Vitoria sobreviven gracias a la calidad de sus productos y a un trato personalizado

Domingo, 18 de febrero 2024, 00:25

Más de un millón de referencias de botones, ordenados por colores y guardados en tubos transparentes. Bobinas y bobinas de hilo Gütermann en todos los tonos imaginables. Puro placer visual con el que uno se da de bruces nada más cruzar la puerta de La ... Casa de la Modista, más de 40 años en el barrio del Pilar. Es una de esas mercerías 'de toda la vida' –cerca de una decena– que sobreviven en Vitoria. Se mantienen a flote en la era Amazon gracias a la fidelidad de sus clientas, en femenino sí, porque ellas son inmensa mayoría. No buscan una camiseta interior cualquiera, quieren una Abanderado, y no les importa pagar unos euros de más si los calcetines son de Punto Blanco o el sujetador de Avet. Esto es lo que ofrecen estos comercios, calidad del producto y trato personalizado, su arma para luchar contra internet y las grandes superficies.

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«Las señoras vienen aquí y me piden unas bragas que les sujeten bien, que les recojan la barriga. Saben que yo les aconsejo, y eso es imposible en las compras 'online'», traslada Marimar Presa tras el mostrador de La Casa de la Modista. Como en el resto de mercerías la clientela es mayor, casi todas de más de 50 años. Por lo que el reto está en enganchar a las nuevas generaciones. No es fácil porque apenas uno de cada tres vascos de entre 18 y 30 años (36%) consume de manera habitual en el comercio local independiente no adscrito a grandes marcas o cadenas. Son datos del último estudio realizado por el Observatorio Vasco de Comercio (Enfokamer), dependiente del departamento de Turismo, Comercio y Consumo del Gobierno vasco.

Juani Leiva, de mercería Yoani; Ana Raya, de mercería Flori: y Cristina Ajuria, de mercería Cris.

«Mis clientas son de toda la vida. Pero sí que es verdad que últimamente están empezando a venir también sus hijas e incluso nietas», desliza María Jesús Martínez de Zuazo, responsable de la Mercería Nati, arrojando algo de luz sobre el futuro. Empezó a trabajar a los 18 años en la histórica mercería que sus padres abrieron en el año 1957 en el número 22 de la calle San Francisco. «El local es el mismo pero el negocio no tiene nada que ver. Antes se hacía muchísimo bordado, las mujeres cosían en casa... ahora lo que se venden sobre todo son calcetines y ropa interior. Las clientas valoran la calidad del género, que no tiene nada que ver con ese que viene de China», reflexiona María Jesús. En apenas 15 metros cuadrados se acumulan cientos de mudas, batas, medias, pijamas... y todo está en la cabeza de esta comerciante, que se niega a utilizar un ordenador en su día a día. «Apunto todo, todo a mano. No pienso digitalizarme», zanja.

«Mis clientas son de toda la vida, pero están empezando a venir sus hijas e incluso nietas»

María Jesús Martínez de Zuazo

Y del Casco Viejo al barrio de Aranbizkarra, donde en uno de sus reconocibles soportales se ubica la Mercería Flori. Atiende, siempre con una sonrisa, Ana Raya. Fue su madre quien levantó la persiana de este negocio hace 36 años y en el 2014 ella tomó las riendas después de dedicarse a otros trabajos que nada tenían que ver con las ventas. «En los tiempos de mi madre esto era una gozada. En épocas como Carnavales, Navidad... estábamos tres personas atendiendo y no cerrábamos a mediodía. Ahora el barrio se ha envejecido y mantenerse es muy complicado», se sincera Ana.

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Sin ropa de niño

La honestidad es uno de sus pilares. «A mi me encanta mi trabajo, atender lo mejor que puedo y aconsejar. Si yo no tengo algo mando a la clienta a otro comercio local donde sé que lo puede encontrar», explica esta comerciante, que como muchas de sus colegas hay una parte del negocio a la que renunció hace años. Se trata de la ropa de niño, algo ya casi imposible de encontrar en las mercerías vitorianas. «Es que no tiene sentido. Lo que más vendemos son bragas, calzoncillos y camisetas interiores. Y a un precio ajustado claro, yo no vendo baratijas que para eso está el mercadillo, pero tampoco puedo irme mucho de precio porque estoy en un barrio humilde».

María Jesús Martínez de Zuazo heredó la mercería Nati de sus padres y no quiere ni escuchar hablar de la jubilación

Esa calidad es también la que reivindica Juani Leiva, al frente de la mercería Yoani en el barrio de Sansomendi. «Lo que más se vende ahora son las mudas y pijamas de caballero y las medias, pantys, para señora. A mis clientas les gusta verlo en persona», señala esta veterana, que este año se jubilará al frente del negocio. Es una impresión que se recoge en el último informe de Enfokamer centrado en el comercio vasco, y es que el 64,5% de los encuestados lo que más valora a la hora de hacer una compra es poder ver y tocar el producto. «Antes lo que más se llevaban eran hilos, cremalleras, botones... ahora la gente se compra la ropa hecha y ninguna niña lleva lazos en el pelo o en los vestidos. Las cosas para coser se venden mucho menos», agrega Juani.

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«Me encanta aconsejar, si no tengo algún producto le mando a la clienta a otro comercio local»

Ana Raya

Un punto en el que discrepa Marimar Presa, de la Casa de la Modista. Hasta su tienda llegan clientas de diferentes puntos de Euskadi en busca de materiales concretos para realizar sus trabajos de costura. Durante la entrevista una clienta afincada en Salamanca interrumpe la conversación. «Antes vivía en Vitoria y cuando me mudé no encontraba gomas como las que tiene aquí. Por eso siempre que vuelvo me paso», explica esta mujer acompañada de su marido.

En el caso de Cristina Ajuria, al frente de la Mercería Cris en la plaza Pepe Ubis, también optó por ir retirando parte del género de su tienda para quedarse con lo que más se vendía. «El tema de niños, por ejemplo, lo quité por completo. ¿Para qué si estoy en un barrio envejecido y apenas hay niños?», sostiene. También liquidó hace unos años las mudas y las batas y ahora se ha centrado en la parte de hilos de algodón, botones, cremalleras o telas, que es lo que más le compran las que también son sus clientas en las clases de costura y patchwork, la fórmula que ha encontrado para sobrevivir en un sector cada vez más complicado.

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