Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Detrás de toda hazaña, del impacto que sea, hay un personaje con un punto de atrevimiento indomable. Lo tuvo, sin duda, el distinguido vitoriano Emilio Álava y Sautu (1889-1974), polideportista, tirador olímpico en Helsinki'52, empresario de automoción, inventor y zahorí de petróleo. Un ... tipo singular en la Vitoria de antaño, un emprendedor que entre sus variados y variopintos logros se cobró mayor admiración si cabe entre sus paisanos por ser el primero en ascender en coche el monte Gorbea (1.482 metros) al volante de su Citroën 5-HP con matrícula VI-399. Un lujo de utilitario en aquella época, la de los felices (o locos) años veinte.
El martes 29 de octubre de 1924, el polifacético industrial, representante en Álava de la marca automovilística francesa, se plantó con su flamante descapotable amarillo con arranque por manivela bajo la cruz de la montaña para asombro de propios y extraños. Hasta ese momento, además de montañeros, lo más que habían subido hasta ahí arriba eran carromatos tirados por bueyes cargados con el material necesario para la construcción de la archivisitada estructura metálica. La conquista en cuestión tomó gran notoriedad enseguida. El martes se cumple un siglo de la bravuconada que surgió, como muchas otras, en el transcurso de una discusión entre tertulianos en el desaparecido café Iruña, en la calle Dato.
Seguramente, don Emilio no hubiera acometido semejante proeza de no ser por un incitador. Toribio Erenchun, amigo y sin embargo competencia comercial como propietario del concesionario Ford, le retó entre charla y tragos a comprobar la fiabilidad de las respectivas franquicias. Resultó finalmente que Erenchun ni siquiera aceptó someter su coche a una humilde prueba consistente en subirlo por un montículo de tierra y piedras a las afueras de la capital. Así que Emilio Álava, bueno era él, decidió por su cuenta exigir a su Citroën, apodado 'Torpedo', también 'Cascarilla' por su contrincante en los negocios, a una inédita ascensión a la fascinante cumbre. El valiente empresario no dejó nada a la improvisación. El lunes 27 de octubre se plantó en el pueblo de Zárate para inspeccionar el terreno hasta Araza y el martes, ya con el vehículo en combustión, cubrió un tramo a sus mandos y otro a pie hasta cerca de la cima.
Después de la caminata le entraron las dudas acerca de la conveniencia de seguir con su desafío ante la exigencia de las cuestas y el peligro que entrañaban. «Había puntos realmente malísimos por no existir ningún camino; tuve momentos de vacilación pensando en abandonar mi tentativa», confió el protagonista al periódico local 'La Libertad' días después. Pero los venció y la mañana del 29 ya sí se puso en marcha, convencido.
Lo hizo en compañía de su socio de concesionario Ignacio Lascaray y del popularísimo Balbino Sobrado, fotógrafo que con sus 'placas' daría fe de la aventura. A eso de las 6:40 horas, los tres partieron de Vitoria, a las 7:15 llegaron a Zárate y sobre las ocho de la mañana empezaron a ganar altura por las primeras lomas del Gorbea. Contó Álava al periodista que le entrevistó que al poco de iniciar la subida su Citroën libró 350 metros de desnivel después de un kilómetro de recorrido. «Para vencer tanta obstrucción hube de recurrir a estratagemas de conducción utilizando alternativamente y en sentido transversal a la pendiente la velocidad primera y la marcha atrás», relató el osado chófer. «Siempre ganando terreno; mirando precipios y bordeándolos, seguro de mí y de mi coche, despreciando peñascos y sorteando arbustos, me acordaba de las grutas del monte, envidiando su seno y codiciándolo para pasear por aquellos recovecos. Ya ves el cuidado que me daría ir sobre ellos. El panorama que iba descubriendo me alentaba, me daba una sensación placentera. Mis ejercicios alpinos en mi 5 HP me producían tanta satisfacción que exclamé: 'La chipén'», relató Emilio al redactor del 'Heraldo Alavés', el otro diario local.
Balbino Sobrado retrató distintas escenas de la subida entre la sorpresa de algún que otro mendizale y de pastores que cuidaban su ganado, desde luego que ajenos a la carrera de un turismo al que miraban como vacas al tren. Además de mostrarse a la cámara junto con Lascaray, Álava bastante tuvo con prestar cuidado a su pilotaje, asediado por «rocas aisladas, bajos profundísimos y brezales de altura considerable, lo que entorpecían enormemente las maniobras zig-zag», detalló a la prensa.
Tiraba de pericia, por supuesto, de la que andaba sobrado. «Era necesario para mover el coche dos o tres metros tener que acelerar el motor a fondo y descargando bruscamente el embrague sobre la transmisión, hacer al coche saltar más bien que andar, repitiendo sucesivamente esta operación hasta coronar la cumbre que da vista a la cruz», contó. Antes de hollar el objetivo, condujo por un último trecho que le obligó a una maniobra arriesgada al verse en la tesitura de «bordear el precipicio que da a Ubidea y Ceánuri». A las 11.15 horas, tres horas y cuarto después, 'Cascarilla' alcanzaba por fin la cima. Propósito cumplido.
En lo alto, la cámara de Balbino se hartó de tomar imágenes para inmortalizar el momento y reunir pruebas que confirmaran a ojos de los incrédulos, de vuelta a Vitoria, la magnitud de la conquista. Los tres héroes se dieron un respiro entre alegres y aliviados a casi 1.500 metros. Debajo de la cruz, en improvisado pícnic, «comimos muy bien, por cierto, pues llevamos provisiones en abundancia». Lástima que el conductor, en sus declaraciones, no desveló en su conversación el contenido de las fiambreras dispuestas como almuerzo reconstituyente.
A las doce y media, el trío emprendió el descenso, el retorno al mundo urbano. A las tres y veinte de la tarde ya daba cuenta de un merecido «especial» en el concurrido Iruña. El Citroën de Álava quedó aparcado en Dato para la admiración de los primeros vitorianos curiosos, «sin ningún rasguño» después de consumir ocho litros y medio de gasolina, desveló su propietario. «No necesitó reponer ni una gota de agua para garantizar la refrigeración», añadió orgulloso de un vehículo que había traído de París.
F ueron muchas las muestras de felicitación recibidas por Emilio Álava. Entre ellas, con particular retranca, el telegrama que le envió Antxon Bandrés, presidente de la recién creada Federación Vasconavarra de Alpinismo: «Enhorabuena por su original hazaña automovilística. Complacidísimo con que excursionistas invadan nuestros dominios valiéndose de cualquier medio», escribió.
Al año, el mismo Citroën subiría hasta el refugio de Urbasa y con el tiempo también treparía por las vitorianas escaleras de San Miguel, Machete y San Bartolomé. El 25 de septiembre de 1966, don Emilio repitió con el Gorbea y mucho después, el 4 de agosto de 2016, ya su hijo Javier, en memoria del padre fallecido, regresó a la cruz con 'Cascarilla' por tercera vez. Un todoterreno que está de cumpleaños y que aún anda, aunque ya sin las pretensiones de hace un siglo.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Estos son los mejores colegios de Valladolid
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.