Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
'El coño'. Son cinco metros y medio de puro mármol de Lastur, regalo de la Vital a la ciudad. El artista vizcaíno Agustín Ibarrola la alumbró en 1992 como 'La mirada'. Pero nadie la llama así. Muy pronto algún vitoriano implacable ... y socarrón la bautizó con el agua de la bendita ironía y la ungió con el santo chascarrillo. En lugar de un ojo, creyó distinguir en esa mole de piedra una parte muy concreta de la anatomía femenina. Y el pélvico apodo se extendió. A veces, para pasmo del foráneo: «¿Te parece si quedamos en 'El coño'?», le preguntaron una vez. Y no supo qué demonios contestar. Más allá del chiste zafio, la anécdota revela el poder del arte público para mimetizarse no sólo con el paisaje, también con el paisanaje. Hasta convertirse en un ciudadano más. Vitoria acaba de ver brotar esta semana 'Equilibrio', del escultor Casto Solano, en la plaza de Santa Bárbara. Es la última pieza de un censo paralelo de vitorianos inertes, impertérritos, siempre a la intemperie y que ya pasan del centenar. Son vecinos de piedra y bronce.
114 obras artísticas, entre esculturas y relieves, jalonan las calles de la capital vasca según el último registro que acaba de actualizar el área de Cultura del Ayuntamiento de Vitoria. El minucioso informe municipal ha sacado a la luz obras de las que el Consistorio no tenía constancia de forma oficial a pesar de encontrarse -vaya paradoja- a la vista de todos. Hasta ahora, los técnicos manejaban una cifra mucho menor, de unas 74 piezas. «Nos encontramos con que no había un inventario completo porque, en ocasiones, se había instalado obras y no se comunicaba a Cultura», reconoce la concejala del ramo, la socialista Estíbaliz Canto.
Ese desajuste administrativo no deja de ser un síntoma más o menos evidente de la desidia con la que la ciudad ha cuidado su galería de arte urbano en los últimos tiempos. Aunque no siempre fue así. En los 80, 90 y los primeros años del siglo XXI, decenas de piezas brotaron del asfalto, regadas por una caudalosa inversión municipal. En 2008, Casto Solano -uno de los artistas más prolíficos en las aceras vitorianas- inauguró su Ken Follet en homenaje al escritor del superventas 'Los pilares de la tierra'. A partir de entonces se cerró el grifo del presupuesto. Y el jardín escultórico vitoriano se sumió en una profunda sequía.
La pertinaz crisis hizo que en toda una década no creciera ni una mala brizna de bronce ni un sólo tallo de mármol. Nada. Hasta que el año pasado apareció un primer brote de acero corten en la calle Postas, junto a Correos. El guipuzcoano Iñigo Arregi instaló una pieza en homenaje a Teodoro González de Zárate, el regidor vitoriano que fue asesinado por las tropas franquistas en 1937.
Un año después, Vitoria ha visto crecer esta misma semana juncos metálicos y briznas de hierba en acero inoxidable que frisan los siete metros. En medio, una garza estilizada que ha elegido la plaza Santa Bárbara para anidar a perpetuidad. La flamante obra de Solano viene a cerrar, de momento, un curioso círculo. En 1985, hace ahora 34 años, se inauguró su 'Hombre arcoíris', una suerte de culturista, desnudo, que extiende unos brazos hipertrofiados sobre los que se abre un arcoíris. Costó 380.000 de las difuntas pesetas y fue la primera adquisición del famoso programa del 1% cultural, que contemplaba dedicar ese porcentaje en cada adjudicación de obra pública para la adquisición de piezas de arte, sobre todo, esculturas.
La iniciativa, con la que el Consistorio aspiraba a darle una pátina de modernidad a la ciudad, convivió con los Talleres Abiertos de Pintura y Escultura y permitió a muchos artistas noveles exponer sus primeras obras en la ciudad. Durante un lustro se instalaron una docena de obras en las que participaron 21 escultores y pintores alaveses, de Máximo Alda a Paco San Miguel, de Carlos Lalastra a Juan Mieg y Carmelo Ortiz de Elgea. A finales de los 90, el Ayuntamiento decidió duplicar el porcentaje dedicado a obra artística. Cada vez se levantaron más esculturas, más grandes y más caras.
De aquella época nacieron piezas como la polémica 'La inocencia, lo inesperado' de Imanol Marrodán, que costó 394.289 euros y más de un dolor de cabeza a la municipalidad: el artista se llegó a encadenar a ella cuando iba a ser trasladada en contra de su voluntad. El fotografiadísimo Celedón de bronce de Ángel Benito Gaztañaga, los animales de Koko Rico en el entorno de la catedral y su Winton Marsalis que pasa los lunes (y los martes, y los miércoles...) al sol en la Florida son otros de los nuevos moradores impertérritos que llegaron con el siglo.
Para entonces, el vecindario escultórico había crecido tanto que a muchos se les acabó desahuciando. En 2002, Rosa Olivares, una prestigiosa experta en arte, recibió el encargo del alcalde Alfonso Alonso de analizar, una a una, las esculturas que se levantaban en las calles. Revisó con lupa 72 y el resultado fue demoledor. La experta propuso realizar una buena poda. Instó a retirar 26 por su «escaso interés artístico» y a trasladar una docena a lugares más discreto. De su juicio implacable no se salvaron ni algunas obras que, para entonces, los vitorianos habían hecho suyas. «Resulta lamentable que una obra tan poco interesante sea el símbolo de la ciudad», llegó a decir de 'El caminante'.
Tras actuaciones como la ambiciosa actuación escultórica en El Prado, que dejó obras como los 'Números Primos' de Esther Ferrer y varios proyectos como la creación de un museo de escultura al aire libre cogiendo polvo en el cajón, el sector artístico de la ciudad pide retomar la inversión. «Es fundamental volver al modelo de inversión del 1%, no sólo por su importancia cultural para la ciudad, también por su demostrada rentabilidad económica», destaca el escultor Casto Solano, que en los últimos años ha ganado varios concursos internacionales en Estados Unidos, de Seatle a Minnesota.
Para Koko Rico, otro de los artistas locales cuyas obras echan raíces en el asfalto vitoriano (suyos son también los aviones de Salburua), «sería muy interesante plantearse un recorrido de esculturas». «Vitoria necesita iconos y podría funcionar muy bien: sólo hay que ver el éxito que ha tenido tan simple como el 'musgo'», reflexiona el autor. La concejala Canto recoge el guante. «No me parece mala idea la adquisición de nuevas obras, pero debe hacerse con criterio y hay que garantizar un presupuesto para mantener las obras que ya tenemos». Los vecinos de piedra y bronce también necesitan cuidados. Son más frágiles de lo que parece.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.