Vayamos por partes» es una frase que suele atribuirse con cierta sorna al asesino en serie conocido como Jack el Destripador. Al decir de las citas apócrifas, la locución precedía el momento en que el criminal se afanaba en la tarea de desmembramiento de los ... cadáveres de cada una de sus víctimas del barrio londinense de Whitechapel. Hoy, no sin cierta connotación irónica también, la oración se utiliza como introito cuando alguien pretende diseccionar o analizar un problema para su posterior resolución: «Vayamos por partes, como Jack el destripador». Partido a partido, que diría, más choni, el belicoso entrenador bonaerense.

Publicidad

No hay más que echar un vistazo a la realidad política española para ver que la célebre frase ha hecho furor, ganando adeptos y convirtiéndose en poco menos que un axioma para perfeccionar la gestión de cualquier cuestión candente, ya sea a escala de país, comunidad autónoma o entidad local.

Así, con una pretendida inocencia que raya el delirio, desde la política se ha acabado por pontificar el teorema de que cualquier problema troceado reducirá su dimensión. Porque sí, oiga. En este caso, del viejo teorema de Pitágoras lo único que han quedado son los catetos.

Porque si algo nos enseña la terca realidad, por el contrario, es que trocear un gran inconveniente en diecinueve pequeñas contrariedades suele multiplicar exponencialmente las consecuencias del problema en el largo plazo. Vayamos a la experiencia empírica.

Publicidad

Pongamos por caso el modus operandi de los gobiernos ante la necesidad de almacenar los residuos nucleares derivados del cierre de las obsoletas centrales nucleares del país. Viene a resultar que tras la clausura paulatina de las centrales atómicas surge la necesidad de gestionar la incómoda herencia de la abuela nuclear, en forma de residuos radiactivos. Una basura compuesta por peligrosos isótopos con una capacidad de emisión contaminante de más de un milenio, en algunos casos. Ahí es nada la hipoteca, que ríete del Euribor.

Ante tamaño reto logístico nadie parece dispuesto a asumir la responsabilidad de buscar la mejor ubicación para habilitar un cementerio nuclear en España, por eso de la mala prensa que llevan aparejadas estas decisiones controvertidas. Y una vez más, tiramos por la calle de en medio y troceamos el problema -como Jack el destripador-. Y en vez de abordar la cuestión con el coraje exigible a cualquier responsable, troceamos el incómodo problema en cómodos fascículos y transformamos una cuestión de dimensión estatal en una patata caliente autonómica. ¡Vayamos por partes, Jack!

Publicidad

Y así, cada central nuclear que se cierra se ve obligada a montárselo como dios le dé a entender y a mantener por siglos su particular estercolero nuclear con la consiguiente multiplicación de los riesgos de un accidente o de una fuga contaminante. Que ya sabemos lo puñeteros que son los electrones. No queremos un almacén en España, y tendremos uno por cada central. Donde había un problema, aplicamos la doctrina 'Jack el Destripador' y fraccionamos el cadáver. Enterramos un miembro en Garoña, otro en Almaraz, otro en Trillo y así sucesivamente hasta deshacernos del cadáver por desmembramiento.

En Euskadi han tomado nota del 'trending topic', acreditando idéntica muestra de ingenio y creatividad para abordar las cuestiones más espinosas en la gestión política. El ejemplo que nos viene al pelo a nivel autonómico es el de los residuos peligrosos y su diseminación geográfica en Hego Euskal Herria.

Publicidad

Así, el Gobierno vasco ha decidido que van a repartir los residuos de fibrocemento a lo largo y ancho del paisito. ¡Vamos por partes! Como Jack el destripador. Porque parece que queda mal que este producto altamente cancerígeno, se almacene en una provincia. Y han decidido repartirlo en cómodas dosis a lo largo y ancho de Euskadi. Qué mejor para reducir el problema que repartir la gracia de Dios y licenciar depósitos por cada territorio histórico. Que lo bien repartido bien sabe.

De momento, dice Arantza Tapia, haciendo gala de una sordera preocupante, que el vertedero de Gardélegui le viene que ni pintado para habilitar allí una celda en la que almacenar la cuota correspondiente de fibrocemento en Álava. Reúne las condiciones más favorables, dicen. Porque al parecer, emulando a Rafaela Carrá, si para hacer bien el amor hay que venirse al sur, por qué no vamos a llevarnos el fibrocemento a las faldas de los montes de Vitoria como una declaración de pasión y de cariño sincero. Y es que hay gente con la cara tan dura que sería digna de entrar en la Escala de Mohs.

Publicidad

De este modo y manera, el almacenaje de este peligroso producto pasa de ser un problema de país a convertirse en una cuestión de índole provincial y municipal, aumentando los riesgos de potenciales accidentes o fugas. Que si el paradigma sirve para los cementerios nucleares, cómo no utilizarlo para el resto de desperdicios peligrosos.

Así que visto lo visto, y siguiendo el socorrido teorema de Jack el Destripador, propongo habilitar un vertedero de residuos tóxicos en cada una de las siete cuadrillas, y un minicementerio nuclear también por cada una de las entidades locales menores. Y socializamos el problema y todos tan contentos. Que todos somos iguales a los ojos de Dios y a los de Arantza Tapia.

Noticia Patrocinada

Y es que no hay forma de que nos escuchen y nos den un poco de cariño. Que siempre nos toca la piedra en el cocido de lentejas. Y es que no tendremos agencia espacial europea en Miñano; ni parque logístico en Foronda; ni nos caerá un pellizco del gordo de Navidad. Pero cuando hay que redistribuir marrones, cuerpo a tierra que viene Jack el destripador.

Como dijo el otro día Álex de la Iglesia en una entrevista en EL CORREO, «cuando descubres que la vida es un atasco de contradicciones, problemas y desengaños, te queda una salida: reírte». Así que a reírse, aunque en ocasiones como la que nos ocupa sea por no llorar. ¡Vayamos por partes!

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad