Si le da por pasear alguna noche puede que le detecte planeando furtivo sobre su cabeza. Iñigo -nombre ficticio por temor a las repercusiones legales- cumple con un trabajo de oficina de lunes a viernes. Pero cuando alumbra el fin de semana muda de traje. ... Coge su equipo de paracaidismo, sube a su automóvil y lo mismo acaba sobre un rascacielos frente al Mediterráneo que en lo alto de un molino eólico en la vecina Francia. Este treintañero vasco es uno de los contados adictos al salto base, la temeraria modalidad consistente en saltar al vacío desde edificios, antenas, riscos y acantilados.
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A cien metros sobre el suelo, respira hondo, entona un mantra cien veces repetido y se lanza inmutable al vacío. Apenas dos segundos de sobrecogedora caída libre hasta que despliega la tela salvadora. Con tan poco margen, cualquier error resultaría dramático. No en vano está considerada como la práctica deportiva «más peligrosa».
En campo abierto, Iñigo busca puentes, acantilados, paredes (varias en Álava y Bizkaia) y molinos eólicos, que rondan los 160 metros de envergadura y en los que se cuela «sin provocar ningún daño material, que quede bien claro». No obstante, su escenario preferido son los edificios urbanos más elevados. Entre sus muescas figuran varios empinados bloques desperdigados por la geografía nacional. Barcelona, Valencia, Benidorm... Aún no tiene cumbres vascas de hormigón. «Aunque me encantaría saltar desde la Torre Iberdrola de Bilbao», suspira.
Siempre afronta estos retos urbanos en horario nocturno, cuando la población duerme. «No hay gente ni coches. Lo hacemos así para evitar riesgos a terceros», argumenta. Al posarse, recoge sus bartulos y desaparece, porque podría caerle una multa. El año pasado, la Policía Nacional amonestó a tres chicos que planearon en parapente por Oviedo tras tirarse de una de sus torres más elevadas. En otros encuentros casuales con los agentes, esta clase de paracaidistas extremos sólo ha recibido reprimendas.
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A Iñigo siempre le acompañan otros 'yonquis' de las emociones fuertes y domiciliados fuera del País Vasco. Graban cada salto. No para colgarlo en las redes sociales y multiplicar seguidores, sino para perfeccionar su técnica. «Esto no lo hacemos para generar admiración, alarma o polémica. Se trata de un reto personal, es una cuestión de superación», tercia. Antes de subir a su 'plataforma de lanzamiento' miden la altura desde la base con un telémetro.
Lo desvela quien acumula medio millar de saltos desde una avioneta, otro centenar en puntos fijos y algún susto. «Por una mala salida o por una racha de viento que te sorprende», en especial en espacios abiertos como riscos y canteras. «Nunca he sentido miedo porque te paralizaría, pero sí vas con todo el respeto. Reviso muy bien el equipo antes de cada salto, el plegado resulta fundamental. También la mentalización». Después de la Torre Iberdrola fantasea con volar unos segundos por el skyline de Abu Dhabi o de Nueva York.
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Un reciente estudio, con la intervención de varias universidades e instituciones de prestigio internacional, elevó al salto base como la práctica deportiva «más peligrosa del mundo». Según los datos recabados en esta investigación, «la probabilidad de muerte es de una por cada 60 practicantes». Supera al ala delta (uno por cada 560 vuelos) o el alpinismo (uno por cada 1.750 montañeros). El cuarto sería el boxeo (uno por cada 2.200 púgiles). Curiosamente, el senderismo se cuela en los puestos altos por las caídas e infartos.
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