Me solidarizo con los vecinos de Zabalgana y las asociaciones escolares que reúnen a madre y padres del barrio tras el atropello que tiene a una familia, y a Vitoria entera, en vilo. Eran las 8.10 del pasado viernes cuando a una estudiante de ... catorce años le cambió la vida en un instante, el del impacto de la carrocería contra un cuerpo que cruzaba el paso de peatones de Naciones Unidas próximo a la confluencia con la calle Labastida. Ya antes los residentes venían rumiando su desazón por el peligro vial en la zona, uno de los dos distritos que han desplegado las alas de la ciudad. En este caso el área occidental que la fuerza centrífuga ha enviado allí a remesas humanas y otras tantas a la parte oriental de Salburua.

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Lugares de asentamientos jóvenes que, al menos, impiden el desplome demográfico. Un barrio extenso de voces agudas, pero también influido por la cercanía de la mayor industria vasca (Mercedes) y el polígono industrial de Júndiz. Un sitio amplio y cuajado de peligros para la gente menuda y no tanto. Después del siniestro que ha acabado con la vida de la chica, los coros del barrio se unen en una sola voz para clamar «no a las autopistas» dentro del término municipal.

Y me van a permitir que apunte con el foco a un urbanismo que propicia los riesgos. La Vitoria ensalzada por Europa notó el tirón continental en las orejas por el desparrame exagerado de suelo para crear desde la nada unos distritos tan autónomos que a veces parecen entes distintos a la propia ciudad. Un modo de construir demarcaciones nuevas a base de grandes y rectas avenidas que separan a la población e incitan a apoyar de más el pie en el acelerador. (Y no se tome esto, en modo alguno, como disculpa de temerarios). Sin apenas obstáculos bien pensados para reducir la velocidad.

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