Adiós a Ernesto Santolaya

El último editor

No le dolieron prendas en defender un Estado de derecho que evitara que nos asesináramos

Miércoles, 20 de octubre 2021, 20:46

En la presentación de la voluminosa autobiografía de Ernesto Santolaya, 'No es verdad que sea la suerte', avisé de que aquel era un libro en el que mejor no salir en el índice onomástico. La mayor virtud y el mayor defecto de Ernesto era la ... sinceridad. Lo que opinemos de ella depende de cómo se haya visto uno personalmente tratado por esta.

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En la página 572 explicaba por qué no es verdad que sea la suerte. Era una impugnación de su propia biografía, un anticipo de su conclusión del sinsentido de la vida, de su inevitable fracaso. Pensaba Ernesto que el punto de partida era clave y que ni el esfuerzo, ni la educación, ni tampoco la suerte eran capaces de alterar un destino impreso en la partida de nacimiento. Era un nihilismo postrero, un tanto literario. La realidad y la ficción, la historia y la literatura, nunca encontraron frontera precisa en él. 'Se non è vero, è ben trovato', podía ser su divisa, también la de tantos editores. Por eso discutimos más de una vez. Traía a Heideger para pronunciar su brutal 'ya no queda nada' y afirmaba como tantos que el único sentido de la existencia es vivirla, no más. La sinceridad del ateo y la única esperanza puesta en haber hecho más bien que mal y en el recuerdo lo más duradero posible de los que deja aquí.

Pero no. Si alguien se toma la molestia de escribir 745 páginas de su historia es que concede a esta algún valor superior al simple hecho de vivirla. Este hombre que afirmaba que el 'self-made man' era otra patraña humana no fue otra cosa que eso: un individuo construido a sí mismo, capaz de huir del destino de la cuna y de darse una vida distinta de la que le reservaba su condición inicial de zagal soriano. Un empedernido del cine no podía negarse a ser uno de sus protagonistas, en esa esquizofrenia típica de quien aprecia y se confunde en la ilusión de la ficción, pero la reconoce a todas luces falsa. Si lo sabía él, que aprendió las letras con los tebeos y empalmó con la alta cultura de la mano del cine. Lo suficiente como para retirar del local de Reyes Católicos aquella maquinaria agrícola con la que comía para empezar a llenarlo de libros, de sus libros, de los que él quería leer.

En su dedicatoria de 'No es verdad que sea la suerte' hay un ha sin hache que duele al verlo. Pero en la errata se encierra su empeño. Aquel zagal soriano es el mismo que distribuyó desde Vitoria a Seguey Dovlátov, a Pierre Mac Orlan, a Michel del Castillo, a Artur London, a John Zerzan, a Jesús Mª Amilibia o a lo mejor del cómic español. El mismo que alcanzó su empeño de publicar los tres volúmenes de la 'Historia de la Revolución Francesa' de Michelet en la mejor versión en español que conocemos.

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El mismo anarquista al que no le dolieron prendas en defender un Estado de derecho que evitara que nos asesináramos y por lo que los idiotas del horror le pusieron en lista en sus tiempos del Basta Ya y de sus interminables paseos con Mario Onaindia. Ahora se encontrará con él y con tantos otros buenos que nos van dejando. Vitoria es hoy mucho más pobre cuando despide a su último editor, que en este caso fue siempre el primero. Compañero Ernesto, bien valió lo vivido y harto que nos dejas. Que la tierra te sea leve.

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