![El último acto del viejo Principal](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/2024/08/11/ala-principal-equipo-kK1-U220958832022PcF-1200x840@El%20Correo.jpg)
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Nadie se volverá a sentar en estas butacas. Estos focos no se volverán a encender ya más. Pronto los aplausos darán paso al silencio y, más tarde, al estruendo de las radiales, los martillos, los taladros. Ahora cierra el teatro y sus espectadores más fieles ... quedan huérfanos durante, al menos, los casi tres años que llevará la profunda remodelación a la que se va a someter. Cae el telón y los técnicos, los acomodadores, las taquilleras, las limpiadoras, las programadoras... no pueden evitar sentir un profundo vacío. Por mucho que sepan que este espacio no dejará de existir, que algún día volverán aquí, son muy conscientes de que ya nunca volverá a ser el mismo. Este es el último acto del viejo Principal.
EL CORREO asistió entre bambalinas a la última función del gran escenario alavés antes de su cierre por reforma. Fue una noche de aplausos y de risas en la platea con 'Nunca he estado en Dublín'. Y al otro lado del telón afloraron sentimientos desbocados: hubo abrazos, muchos abrazos, y también lágrimas. Puede resultar extraño, de una intensidad superlativa, que unos trabajadores se emocionen tantísimo al despedirse de su lugar de trabajo. Un ejecutivo jamás reaccionaría así al cambiar de oficina. Pero es que este sitio es mucho más para ellos: este es su hogar.
Falta algo más de una hora para el inicio de la función y todo está listo ya. Alberto y Pablo, los jefes técnicos, han encendido y chequeado los equipos. Los actores están a punto de terminar el pase a la italiana, ese último ensayo que sirve para amarrar bien el texto. Pronto llegarán los acomodadores, que se reunirán antes de que el público comience a entrar. Todo por última vez.
«Es un día difícil para todos», concede Alberto Etxebarria, jefe técnico del teatro. Él lleva 35 año trabajando aquí, subiendo a pulso ese telón porque, sí, el del Principal es manual y es necesario tirar de brazo para subirlo y bajarlo. «Es indudable que vamos a tener un teatro con una maquinaria más moderna, será más fácil trabajar pero el espacio es el que es y esto no va cambiar: cuando acabe la reforma tendremos un teatro muy arregladico pero no será un teatro propio de 2027», reflexiona el experimentado técnico. «Da pena y también mucha rabia que no hayamos sido capaces de llegar a la reforma, al cierre durante todo este tiempo que viene, sin un equipamiento alternativo», critica por su parte el también jefe técnico Pablo Sanz.
El malestar en el equipo por cómo se ha gestionado la reforma del teatro es evidente. Entre el casi medio centenar de personas que aquí trabajan cunde estos días ese ánimo, esa mezcla entre la lástima por tener que abandonar «un espacio en el que hemos vivido tantas, pero que tantas cosas» y una gran impotencia. «No se ha tenido para nada en cuenta al público en todo este proceso, la gente está muy descontenta por tener que ir durante tanto tiempo al Félix Petite», censura la taquillera Esther Ramírez de la Piscina. Sabe muy bien de lo que habla. Durante todos estos días no ha dejado de recibir a los espectadores más fieles, que le han dado su frustración por el cierre del escenario. «¿Tres años? No sabía que iba a ser tanto tiempo, esperemos que al menos, merezca la pena», apuntaban Tamara Rojo y Oier Quincoces, de los últimos en comprar la entrada para la última función.
A las 19.08 horas se abrieron las puertas del teatro. Y empezaron a llegar los espectadores. La mayoría aprovechó para recorrer el teatro de punta a punta. Hubo quien quiso fotografiar cada aplique dorado, cada moldura, cada butaca tapizada en terciopelo bermellón, algo raído ya. «Esto me da muchísima pena, soy de las fijas, son muchísimos años viniendo, desde que era joven. Esta tarde es histórica», comentaba, visiblemente emocionada Cristina Hoyos. «No sé cómo va a quedar después de la reforma, para mí está precioso tal y como está y me da miedo que lo estropeen»,
Sonó ese timbre que anuncia el inicio inminente de la función y entraron los últimos rezagados. Unas 800 personas asistieron al último pase. Lo disfrutaron. Rieron y mucho con la desternillante 'Nunca he estado en Dublín'. Tras los aplausos, tras la ovación, la actriz y directora Mireia Gabilondo quiso dirigirse al público. «Vamos a echar mucho de menos al Principal», destacó, antes de pedir un aplauso para el equipo del teatro, que esperaba entre bambalinas.
Encabezados por Marta Monfort, directora de la red de teatros, los técnicos, parte de los acomodadores, salieron al escenario. Por una vez los focos les iluminaban a ellos. Fue un momento cargado de enorme simbolismo. No pudieron contener las lágrimas. «¡Es que llevo aquí toda una vida!», compartía Estíbaliz Rodríguez mientras se enjugaba las lágrimas.
Cayó el telón. Y, sin prisa, deteniéndose a admirar por última vez la bombonera vitoriana, el público fue saliendo. Hubo alguna que se lo tomó con especial calma. Y fue Nerea Escolar la última en franquear esas puertas que no volverán a abrirse al público hasta, como poco, 2027. Qué lejos queda. Cuánto echará en falta Vitoria a su principal.
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