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La de hoy es la última comida. Una, que se alarga tanto que se transforma en sobremesa y se estira más con una cena que no quieres que se agote. Ese deseo se cumple por unas horas gracias a que las copas –unas de finísimo ... cristal que hacen apreciar en boca todos los matices del jugo– no dejan de regarse de distintos vinos. Escogidos con criterio, eso sí. La ronda se inicia con unos blancos, que dan sensación de frescor, y se transita hacia unos tintos oxidativos para acabar con otros espumosos que ayudan a bajar la sensación de alcohol que ha dejado la extensa cata.
La escena se desarrolla en un marco igual de apetecible, los dominios de Altún. En esa bodega de Baños de Ebro, donde los hermanos Martínez Pangua se han propuesto cambiar el sector, se encuentran también algunos de los más selectos hoteleros o restauradores de Euskadi, que también representan esa transformación en la que está sumida la gastronomía vasca.
Aunque en distintos negocios, todos ellos comparten una indiscutible pasión por lo suyo y ese esmero por que el producto final lo aprecie el cliente como el resultado de un proceso en el que se cuida hasta el más mínimo detalle. Hoy han abandonado su puesto de trabajo porque tenían una invitación. Y es que ellos son algunos de los embajadores de los caldos que comercializan los jóvenes productores Iker y Alberto, a los que EL CORREO ha seguido durante todo un año de trabajo, de sol a sol, en una serie que cuenta con el patrocinio de la Diputación de Álava.
Iker y Alberto Martínez Pangua. Nietos e hijos de viticultores riojanoalaveses. Iker y Alberto, de 34 y 27 años, son de Baños de Ebro y representan a una nueva y excepcional generación de bodegueros. Cuentan con una sólida formación, también internacional, una visión y una pasión con la que aspiran a agitar el sector del vino desde el respeto al pasado de éxito que Rioja Alavesa ha logrado gracias a su esfuerzo común.
El calendario marca el final. Pero este tipo de encuentro –en el que se nos ha podido colar, esta vez, algo de nostalgia– es, en realidad, el pan de cada día de esta tercera generación de viticultores. «Todas las semanas nos reunimos con los distribuidores porque, como no hacemos enoturismo, la experiencia que vivan aquí es la que van a comunicar a los consumidores», explica Alberto. «Nosotros hacemos el vino, pero la gente tiene que comprarlo, beberlo y disfrutarlo. Por eso, tenemos que saber comunicar a nuestros intermediarios la filosofía por la que apostamos y la historia de cada elaboración», matiza Iker.
Sus viñedos se extienden por 50 hectáreas en diferentes fincas de Baños de Ebro, Laguardia, Elciego y San Vicente de la Sonsierra. Así que los convidados, además de descubrir el sabor de las uvas, también pisan el terreno sobre el que crece la fruta. Ese terruño se mima tanto como el caldo embotellado.
La Casa del Vino. Se encarga de analizar y certificar en su laboratorio los distintos caldos antes de que salgan al mercado: web.araba.eus/es/viticultura/laboratorio-enologico
Uno de los ejemplos más claros lo muestra la parcela donde se cultiva el 'San Quiles' que, de variedad graciano, se macera durante diez meses en barricas y, otros cuatro, en cubas esféricas de hormigón. En esa tierra –en pendiente y embebida por el monte homónimo– un cartel de piedra da en la actualidad la bienvenida. Pronto se sumará a la estampa un muro empedrado que los hermanos Martínez Pangua están levantando «por estética» y visión. «Queremos que cuando alguien beba un 'San Quiles' recuerde esa viña. Es especial porque se encontraron restos romanos y fue el primer asentamiento del pueblo», relatan.
Aunque pueda sonar excesivo, esa es justo la precisión a la que llega Miguel López, jefe de sumiller en el restaurante Michelín Garena, de Dima (Bizkaia) y uno de los comensales. Su nivel es, incluso, superior. Porque él, que dice valorar mucho al pequeño productor, es capaz de distinguir con los ojos cerrados las distintas variedades de vino y de adivinar en qué zonas han sido plantadas. Además de con los de Altún, demuestra su capacidad con un blanco exquisito Chablis Grand Régnard, un tinto mallorquín de la bodega Anima Negra o un espumoso de los guipuzcoanos Izar-Leku, que también prueban el resto de invitados, entre los que se encuentran Arkaitz, distribuidor de Beer Edariak, los impulsores de la taberna del Gorbea Ubide, Katja Vaccaro y Miguel de Tena, y el director del hotel Areatza, Iker Mintegui.
Con estas últimas rondas encuentra el sumiller la esencia que distingue a un vino impecable. «Los caldos aquí se pueden beber directamente del depósito. Lo habitual es que necesiten reposo y ellos han conseguido algo muy difícil porque han hecho muchas catas para saber qué quieren reflejar».
Tras la comilona –y esas otras tantas navideñas que vienen– tocará volver al tajo, que comenzará, como todos los días, en la bodega a eso de las seis. Se iniciará, de nuevo, ese ciclo sin fin.
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