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«La culpa es de la agente Wilson, que nos picó». Este domingo 17 de mayo se cumple una década de la mayor hazaña, o gamberrada, de la Tuna Universitaria de Vitoria, hasta siempre silenciada por temor a alguna repercusión legal. Debido a este ... número redondo, y a que cualquier delito cometido «ya habría prescrito», transigen a airearlo.
Fue en 2009. Seis miembros de esta congregación, acompañados por dos compadres granadinos, aterrizaron en la capital del mundo. «Veníamos de Washington, donde un grupo masónico nos había invitado a una velada con Obama, pero ya teníamos los billetes comprados. Obama se quedó con un palmo de narices», apostilla con sorna, Panduriño, uno de los protagonistas.
Lo primero que hicieron en la Gran Manzana fue lucir palmito por la turística Times Square. «Conocimos a unos policías montados a caballo. Les preguntamos para ubicarnos. Eran ya las nueve de la noche. Entablamos confianza con la agente Wilson. Nos preguntó si veníamos a participar en el desfile de San Patricio». Cada 17 de marzo, la Quinta Avenida se tiñe de verde. Hay del orden de dos millones de personas de público. La marcha sale de la calle 44 y concluye en la 86, junto al museo Guggenheim.
«Le dijimos que veníamos a hacer turismo, pero que no nos importaría participar. Enseguida nos intentó quitar la idea de la cabeza ya que hacían falta acreditaciones, que se tramitan con muchos meses de antelación», continúa Panduriño. Desde el 11-S, las medidas de seguridad son de aúpa.
«Nos quedamos con ganas. Luego, tras la cena, nos tomamos unas cervezas y fue un 'a que no hay....'». El desfile verde, que se celebra de manera ininterrumpida desde 1762 en honor a la comunidad irlandesa, arranca puntual a las once de la mañana. «No había nada que perder, porque íbamos a verlo igual», considera este tuno vitoriano. Este acto está considerado el más importante del mundo en su categoría y ha aparecido en infinidad de películas y series.
Pertrechados con sus trajes, guitarras, bandurrias y panderetas, los ocho se plantaron ante el primer control de seguridad. Recibieron una negativa «muy tajante». Ahí entró en juego la labia que se les presupone. Mentaron a la agente Wilson, a que venían de allende los mares, dieron lástima... Lo suficiente para que un responsable de seguridad les acompañara al siguiente control donde consultar a un superior.
«Pasó un tío que conocía el mundo de la tuna. Nos dijo que imposible, pero también nos llevó al tercer control para hablar con alguien de protocolo». Les dejaron de espera «entre unos gaiteros finlandeses y otros franceses». Tres cuartos de hora después, las bandas se pusieron en marcha. «Fíjate que estuvimos a punto de irnos porque se nos iba el día y ni veíamos el desfile ni participábamos».
En el cuarto y definitivo check point, se mimetizaron con los gaiteros. «Tiramos para dentro». Un giro a la derecha y la Quinta Avenida les dio la bienvenida. «No nos lo creíamos. Además, íbamos con la idea de hacer un poco el paripé. Unos 300-400 metros y salirnos en algún semáforo. Como si fueran carnavales de Vitoria». Pero todo el recorrido estaba vallado.
Los tunos –Ráfagas, Telepizza o Fragel son algunos de sus apodos– se quedaron boquiabiertos por momentos. Una multitud a ambos lados de la avenida. «Mientras los gaiteros iban muy marciales, nosotros nos acercábamos a la gente. Nos parábamos con ellos».
Hasta concedieron entrevistas, sin dar demasiados detalles sobre la razón real de su inédita presencia. Pasaron delante del palco de autoridades –el entonces alcalde, Michael Bloomberg, prelados católicos, un representante del gobierno irlandés–. «No nos dimos cuenta porque enfrente había unas cheerleaders a las que dedicamos una canción y, a cambio, nos regalaron cintas y collares verdes».
Entre clavelitos y otros sones cubrieron los casi cinco kilómetros en línea recta. «En el pecado va la penitencia y lo completamos con nuestros zapatitos. Acabamos reventados». En una bocacalle se cruzaron con la agente Wilson quien, con un gesto de cabeza, les dio su bendición.
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