Se conocen casi todos. Forman parte de las mismas cooperativas, viven en pueblos colindantes y comparten pesadumbres. Que se ensamblaran ayer en el asfalto respondió a un síntoma negativo para el sector, pero a la vez aportó un cierto entusiasmo por encontrar apoyos en una ... guerra contra la burocracia, la PAC o los costes. Por eso, cuando aterrizaron el martes en el estacionamiento del Buesa Arena (los únicos que pernoctaron en este punto fueron los tractores con la vigilancia de una veintena de voluntarios por una cuestión logística), no mencionaron el fin de la huelga concertada, la última polémica feminista por la canción de Eurovisión o el debate sobre la amnistía.
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No es que éstos sean asuntos de los que se desentiendan si no que consideran que es momento de hablar de la transformación de los cultivos del agro alavés, de cómo han cerrado la cosecha este año -«con más gastos que ingresos», avisan- o de los frutos que esperan que den estas intensas jornadas. Porque aguardan cambios, soluciones. Sobre todo porque confían en la fuerza que se exhibe estos días por Europa y en que esos precedentes echen raíces en el territorio.
Una hora antes de que los tractoristas tomaran los mandos de sus respectivas máquinas, la Unión Agroganadera de Álava (UAGA) se adueñó del altavoz en la sede del baskonismo. Lo hizo con el fin de unificar los ánimos -y el recorrido- a través de arengas en las que remarcaban que son «la voz del sector, nos tienen que oír». En algunos casos, no funcionó. El sindicato reclamó unión. Y aparentemente la hubo. Aunque es cierto que se palpó entre los tractoristas cierta desorganización, cambios de planes en el último momento y la creencia de que sin bloqueos de vías o acciones visibles más allá de pitadas no iban a hacerse ver entre instituciones y ciudadanos.
EL CORREO siguió este jueves la tractorada de los agricultores desde una de las cabinas que recorrió la N-1 para adentrarse en Portal de Foronda y arribar en Lakua. Por delante más de cuatro horas en las que la única comunicación que mantenían entre ellos se realizaba a través de la radio -en caso de que la maquinaria cuente con una antena- y de un grupo de whatsapp formado por un millar de personas de Álava y Treviño.
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Ramón Elejalde, un agricultor de 50 años de Lapuebla de Labarca acondiciona para este viaje el asiento suplementario de su tractor –ese en el que pasa hasta 24 horas en temporada de cosecha– para una redactora de este periódico. Al ser preguntado por los retrasos respecto a la agenda prevista asegura con media sonrisa que «en el campo nos regimos por otros horarios». Apura el cigarrillo (el cuarto encendido mientras dura la espera) y arranca paciente hasta ponerse a cuatro kilómetros por hora.
En el móvil entran muchos mensajes durante la protesta. Hay avisos de los movimientos de la Ertzaintza, anuncios improvisados de bloqueos de calles y vídeos de lo que se ha hecho en otras ciudades con el fin de que los alaveses tomen ejemplo. Son notificaciones que le sirven a Elejalde para acordarse de sus padres, esos que le hicieron sumarse hace tres décadas al oficio de arar la tierra y a través de los que vio muchas más manifestaciones de las que se convocan ahora. «No somos dueños de nuestra tierra. Se nos tiene como contaminadores y encima somos los que más cuidamos el campo. Más gorda la teníamos que liar, con fardos de paja ardiendo, ruedas por la carretera. Lo que falta es que nos pongamos de acuerdo», brama al volante.
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Conforme pasa el tiempo, la templanza se agrava y personarse en el Gobierno vasco parece lo de menos. Elejalde enumera a cada paso los motivos de su cólera, le importa que su mensaje (y el de sus colegas) cale hondo. Apela al consumidor, hace alusión al mal trato que se les propina desde las cadenas de distribución, menciona el cuaderno digital de la explotación agrícola que ya debería estar en vigor, alude al refuerzo de la Ley de la Cadena Alimentaria –la que prohibe la venta a pérdidas– y agradece con un toque de claxon los aplausos que propinan los viandantes al entrar en la ciudad.
Tiene la certeza de que entre seiscientos habrá alguno optimista, pero como él es de los veteranos se ve testigo del deterioro de las condiciones que se denuncian. «Con este panorama es normal que los jóvenes no quieran dedicarse a la agricultura. Yo también me lo pensaría dos veces», se duele, tras admitir que está dispuesto a repetir la manifestación si no se logran medidas sustanciales.
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