Los tiempos en los que había planes
Mobiliario humano. Acondicionador social ·
La pandemia viene alterando desde hace ya siete meses las tramas sociales más allá de cuanto alcanzamos a pensar riesgo de volver a la indeseable casilla de salidaMobiliario humano. Acondicionador social ·
La pandemia viene alterando desde hace ya siete meses las tramas sociales más allá de cuanto alcanzamos a pensar riesgo de volver a la indeseable casilla de salidaEl firmante de este artículo semanal, que lleva la jeringuilla de la lectura clavada en el antebrazo desde la niñez, recuerda comienzos memorables –claro, cómo no si se anclan en las neuronas– de algunos libros emblemáticos. Piensa servidor que sólo por escribir el comienzo y ... el epílogo de 'La Regenta' ambientada en Vetusta merece la dicha venir a este valle de lágrimas. Y valora en grado superlativo al inicio hipnótico de 'Cien años de soledad', cuando el padre del coronel Aureliano Buendía llevó al chico a conocer el hielo y encontraron piedras del tamaño de los huevos prehistóricos. Piensa uno en esos arranques por los que la heroica ciudad (Oviedo) dormía la siesta o la saga colombiana alimentaba una narración hermosa y le sacuden las ganas de redactar algo inmortal. Que Cervantes esparza clemencia y me perdone con su hisopo.
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Resulta imposible, y que se atreva alguien a levantar el brazo para negarlo, eludir hasta qué punto la era del coronavirus está condicionando la cotidianidad de cada cual bastante más allá de cuanto pensamos. De pronto me detengo a meditar en aquellos tiempos felices y a los que apenas les echábamos cuentas en los que había planes a corto y medio plazos. Sí, cuando la despedida de un fin de semana anticipaba las quedadas del siguiente sin miedo a que la pandemia nos desencuadernase la existencia. Ahora andamos al momento y de prestado, sin saber que el proyecto ilusionante de los próximos días pueda mantener su condición real o morar en el limbo de los planes suspendidos. Si la vida, ya de por sí, encierra un componente de zozobra, qué decir cuando unos síntomas que desde marzo asociamos a la maldición del bicho o la espera al resultado de una prueba (PCR ya forma parte de nuestras siglas familiares) desmontan anhelos humanos, sentidos y sociales.
De siete meses a esta parte, los pensamientos centrados en las reuniones han desvirtuado el rango del tiempo. Lo que antes se planificaba con antelaciones dilatadas en lontananza se desmonta hoy de un día para otro. O de unas horas a los minutos consiguientes. 'Incertidumbre' es la palabra del 2020 tan rotundo y presuntamente feliz cuando entrechocábamos los brindis a los postres de la Nochevieja y las afirmaciones rotundas entre personas cercanas valen lo que dura el Covid en mandar todo allá donde la espalda descendente pierde su casto nombre. Al culo concretamente.
¿Cuándo regresarán a las agendas de los teléfonos inteligentes esos impulsos de llamar a un amigo o reservar sin temor alguno mesa en el restaurante para la cena del sábado? Las colas a las puertas de los bares, aquellos tumultos frente a la barra que procuraban el estiramiento de brazos. Me refiero a la costumbre de tomar la copa de cerveza por encima del cliente que ocupaba la primera línea de barra como se alquilan los apartamentos turísticos a la vera de la playa. Por no hablar del 'terraceo' –bueno, en realidad, el mejor escape del que dispone la hostelería para evitar congregaciones internas al lado del mostrador– y del 'tardeo', otro neologismo que ya habíamos incorporado los miembros de un personal que por cuestiones cronológicas ya no resiste como antes hasta las horas en las que todos los gatos se muestran en tonos pardos.
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Quién nos iba a asegurar que el año de las cifras rotundas habría de pasar a la historia, y que no se estire más, como el ejercicio del temor, la parálisis y los embozos imprescindibles. El cuerpo amplio que compone la sociedad sobrevoló durante los arrestos domiciliarios forzosos de casi dos meses el aleteo bajo de la clase política. La misma que continúa en el empeño mezquino de rentabilizar cabreos ajenos en votos propios –qué lamentable y patético– y a la que no cabe atribuirle la culpa entera. Algo habremos hecho mal los administrados cuando nos recluimos, solos o en compañía de otros, a la fuerza. Aquellos encuentros en los bares vienen trasladándose a timbrazos espaciados en los porteros automáticos para reunirse en grupos reducidos y al calor del hogar.
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