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Al leer la noticia, y por un momento, me he retrotraído a aquel prólogo en el cine que respondía al acrónimo No-Do. En el único sentido posible entonces. O se emitía aquella soflama propagandística del Régimen antes de que rugiera el león de la ... Metro y/o sonaran las notas saltimbanquis de la producción española o no había película que llevarse a los ojos y a los oídos. Nada más deletrear para los adentros la palabra 'embalse' me han retornado a la memoria aquellas inauguraciones de pantanos a cargo del Generalísimo, un grado militar superlativo quizá para compensar otras pequeñeces relevantes. Eran imágenes en blanco, gris y negro de Franco -siempre satisfecho de cortar cintas- acompañadas de una voz en 'off' entregada a 'la' causa.
Como urbanita vuestro que soy -sin la 's' de urbanista, que no me alcanzan los conocimientos para ello- y ajeno a las ingenierías, me siento incapaz de santificar civilmente o maldecir de igual tono el proyecto de charca inmensa en las inmediaciones de Barrón. Así que prefiero fijarme en las reacciones de grupos variopintos que coinciden en lo superfluo, según distintas fuentes y nunca mejor recogidas, de anegar la zona. Entiendo que los ecologistas militantes, va en su código genético, frunzan mucho el ceño cuando alguien propone alterar el paisaje que Dios deparó a los creyentes y los darwinianos asumen como un decorado anterior a Cristo. Pero ya cuando otros sectores, incluidos los vinculados al sector primario y vecinos de la zona, se les unen en el 'no es no' al plan parece lógico pensar que hay bastante gente partidaria de jugar a la contra.
En la bancada opositora al embalse alavés figuran organizaciones de la eslora de Greenpeace y Ecologistas en Acción, que pretenden instar -un verbo con escasa chica que aprendí en mis tiempos de cronista de las Juntas Generales- al Gobierno, el Congreso, el Senado (ahí va, si existe) y el Parlamento Europeo para rebobinar el estancamiento de las aguas y dejar el entorno de Ribera Alta tal cual está. Sin reeditar las cintas del No-Do.
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