La presión que soporta el sistema sanitario vasco por el imparable aumento de los contagios se percibe en las UCIs y en planta, en los ambulatorios, en los laboratorios que analizan las pruebas... y también al teléfono cuando al otro lado del auricular responde una ... rastreadora. Ellas, una aplastante mayoría femenina, no dan abasto desde hace días. «Estamos desbordadas», admite más de una al tratar de explicar el retraso en el concienzudo barrido que realizan de los contactos de cada positivo. Una cadena de llamadas que hasta hace poco se resolvía en unas horas y que ahora, con más de un centenar de nuevos casos por jornada sólo en Álava, puede requerir de varios días. Y de mucha paciencia.
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A Carlos Asensio le ha tocado tirar de esa calma que escasea en mitad de una pandemia. El jueves 21 de enero a le informaron desde el centro escolar de su hija, de cuatro años, que una compañera había dado positivo y no fue hasta el domingo 25 cuando recibió la llamada de Osakidetza. Este miércoles se hizo la PCR. «No me parece normal que tarden tres días. La niña no tiene síntomas pero, ¿cómo actúas en ese tiempo?», lanza este vitoriano. En el sindicato de enfermería SATSE recomiendan quedarse en casa a la espera de que suene el teléfono pero asumen que durante ese tiempo «surgen dudas de lo que puedes hacer o no y mucha gente sigue con su vida normal y, de esa manera, esparciendo el virus». «Por eso es tan importante la rapidez en el rastreo», advierte Samantha González, la delegada de la central en Álava.
NO ES LA PRIMERA VEZ
Pero el descontrol que muestra esta tercera ola, con más de un millar de nuevos contagios en el territorio en la última semana, ha complicado esa búsqueda. No sólo porque hay más casos sino también porque cada uno llega con una lista de contactos mucho más larga por el 'efecto Navidad', que multiplicó las relaciones sociales y con ellas la transmisión del virus. El resultado se ve desde mediados de mes en los tests y también en las camas de los hospitales. En verano, comenta la delegada alavesa de SATSE, ocurrió algo parecido. «Hubo un aumento exponencial de los positivos y durante una semana se dilató el trabajo de las rastreadoras hasta que entró más personal», retrata.
Joseba Albisu, director del colegio Marianistas, sabe que el incremento de contagios fuera de clase tiene reflejo en las aulas aunque apenas el 0,88% se encuentran hoy confinadas en Euskadi. «Desde el viernes 22 ha habido un repunte de casos», confirma. «En momentos valle, cuando había pocos, era posible que en 24 horas llamaran a las familias pero ahora vemos que pueden tardar entre 48 y 72 horas», prosigue. Y hasta cinco días en algunos casos. Con el territorio en alerta roja, y el récord de la segunda ola ya superado, la actividad de las rastreadoras –muchas enfermeras pero también fisioterapeutas, trabajadores sociales...– se resiente. Su trabajo «es como una goma y a veces, cuando los contagios crecen mucho de repente, se tensa hasta que no ponen a más gente», describe González.
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Sindicato de enfermeras
Ahora, cuenta Asensio con la experiencia de haber tenido a sus hijos confinados en otros momentos de la pandemia, «notas que hay una mayor dilación desde que te avisan del colegio hasta que se pone todo el protocolo en marcha». En SATSE han reclamado en más de una ocasión, con escaso éxito, el número de profesionales que asumen el rastreo. En octubre, antes de que la pandemia se desbocara de nuevo, rondaban el medio centenar en Álava. Cada una suele encargarse de seguir la pista de todos los contactos de los casos que se les asignan –se considera estrecho si han estado un mínimo de 15 minutos a menos de dos metros y sin mascarilla– y que desde hace días no paran de crecer.
El rastreo se ha complicado tras las fiestas navideñas. No se celebraron como otros años pero el aumento de la interacción social durante esos días ha desembocado en que los nuevos positivos se presenten con una larga lista de personas que se han podido también contagiar a su lado. En Navarra, por ejemplo, calculan que en Navidad se cuadruplicaron los contactos estrechos –al menos quince minutos sin mascarilla y sin la distancia recomendada de dos metros– de cada infectado. Si a mediados de diciembre se daba de media tres o cuatro nombres de amigos y familiares con quienes se había tenido trato cercano, ahora son doce o trece. En Aragón, donde aseguran atravesar ya la cuarta ola, algunos acumulan veinte, treinta... Sus rastreadoras se enfrentan a «infinitos» contactos.
Las relaciones sociales enmarcadas en las fiestas navideñas traen hoy de cabeza a los profesionales que siguen la pista al virus. También al resto del sistema sanitario, que observa con preocupación cómo la pandemia se ha descontrolado tras las celebraciones. En la comida de la cuadrilla a pesar de repartir a los amigos en mesas separadas, con una parte de la familia por Nochebuena y con la otra en la cena de Nochevieja aunque a las 00.30 horas cada uno estuviera en su casa... Nada que los expertos no se esperaran. «Cuando entramos en Navidad, con la hostelería abierta y la posibilidad de juntarse, era previsible, aunque no sé si hasta el extremo en el que estamos», admite Gorka Orive, investigador y profesor de la Facultad de Farmacia de la UPV/EHU.
El covid no paró durante esos días a pesar del cuidado que muchos pusieron en sus encuentros sociales y las especialistas en barrer las agendas de los contagiados se encuentran ahora al borde de la saturación. Con más casos y con más contactos a los que encontrar por cada uno de ellos. «La situación sanitaria, social y económica, y también emocional es demoledora. Todos tenemos una resaca y una fatiga importante», asume el experto de la UPV/EHU. Y a las rastreadoras les cuesta encontrar respiro entre centenares de llamadas.
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