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Entre el centenar de templos que acarician el cielo vitoriano desde su casco urbano y los pueblos que lo rodean se levantan edificios para el gusto de todas las almas. Por su cuerpo, con diseños que repasan casi todos los estilos, y también por ... su espíritu, pues respiran la época en la que cada uno fue construido. Como aquellos años 50 y 60 cuando tanto la ciudad como la Iglesia se enfrentaron al cambio, a la apertura, a un tiempo nuevo, y alumbraron las parroquias -entonces rompedoras- de Nuestra Señora de Los Ángeles, la Coronación de la Virgen Blanca y San Francisco de Asís. La Bienal de Arquitectura de Euskadi, que se desarrolla desde el pasado jueves en San Sebastián, se ha fijado en ellas para construir la exposición 'Hiru eliza. Arquitectura sacra revisionista en Vitoria-Gasteiz'. La muestra, organizada por el Archivo Peña Ganchegui en el Museo Diocesano donostiarra, refleja «un momento muy especial» a partir de tres ejemplos «excepcionales», retrata su directora, Rocío Peña. «Es una bonita historia de contar».
El relato arranca en la mitad del siglo XX con la capital vasca en pleno estirón alimentada por el 'boom' industrial. Las fábricas se multiplicaban por la ciudad y, con ellas, una población -unos 52.000 vecinos al comienzo de la década, una quinta parte que ahora- que se nutría de la inmigración procedente de otros puntos del territorio y del Estado y que demandaba viviendas, escuelas, ultramarinos... e iglesias en los nuevos barrios donde iniciaban otra vida. De Zaramaga a una Avenida de Gasteiz que no paraba de sumar metros. Francisco Peralta, nombrado obispo de Vitoria en 1955, lo vio claro: había cinco parroquias y se necesitaban otras ocho para acoger a tal cantidad de fieles. Ir a misa era todavía una 'obligación' que pocos se saltaban. «La Iglesia confía en ese momento en la arquitectura moderna porque cree que puede dar respuesta al proceso de transformación en la que ella también se encontraba», explica Peña.
No sólo la ciudad cambiaba a un ritmo acelerado sino que el catolicismo, a otra velocidad, eso sí, se hallaba asimismo en un proceso de reflexión «que acaba en el Concilio Vaticano II». «Es un momento de apertura. Se transforman incluso algunos elementos del propio templo como la posición del altar o el coro, la situación de los fieles e incluso la misa se abre a otras lenguas que no son el latín», destaca la arquitecta e hija de Luis Peña Ganchegui. Su padre firmó la parroquia de San Francisco de Asís y años más tarde, la plaza de Los Fueros. El templo de Zaramaga, escenario involuntario de los sucesos del 3 de marzo de 1976, es el más nuevo de los tres que dan forma a la muestra que el jueves 24 se inaugurará en San Sebastián a partir de material «original» de la época. El visitante se encontrará con planos, fotografías en blanco y negro -algunas disparadas por la cámara de Alberto Schommer padre- y las correspondientes maquetas, que saldrán de las manos de los alumnos de la Escuela de Arquitectura donostiarra. La propuesta se completará en noviembre (días 16 y 30) con rutas guiadas a unas iglesias que, en directo, más allá de esas instantáneas, «tienen mucho color».
Entre la colocación de las vigas de las dos primeras y de la última transcurrió sólo una década, pero el resultado «fue muy diferente». «Sus cuatro arquitectos habían estudiado en Madrid y generacionalmente no estaban tan distantes, pero ofrecieron una respuesta muy distinta al encargo del obispo», analiza Peña, que señala «la importante calidad» de los tres templos como característica compartida. «Son construcciones sinceras, con materiales vistos casi sin revestir y una parte muy funcional. Era un momento de austeridad, de poco dinero», enmarca. Pero no se requería mucho para dar una vuelta al espacio y convertir el altar en el «elemento principal» del recinto, con un sacerdote que en aquel momento pasa de oficiar la misa de espaldas a mirar de frente a sus feligreses. La Iglesia rechaza que sean «meros espectadores en la penumbra» y busca un modelo más asambleario y moderno, adaptado a una sociedad donde el coche o el televisor se asoman como nuevos objetos de culto.
Entre esos nuevos aires se levanta la primera de las tres iglesias que conducen la exposición, la de Nuestra Señora de Los Ángeles, que ocupa un lateral de Bastiturri desde 1960. Los arquitectos Javier Carvajal y José María García se las vieron con «la punta afilada de la manzana» y, lejos de resultarles un problema, la tomaron como «una oportunidad». De ella nació ese templo con una especie de proa de barco en su exterior y una nave industrial dividida en numerosas salas en su interior, donde cuelga la enorme escultura de García Donaire. «El edificio tiene mucho que ver con el solar donde se ubica», reconoce Peña. En un corto paseo se llega a la parroquia de la Coronación de Nuestra Señora -del mismo año- cuyo bautismo rinde homenaje a la Virgen Blanca. En ella, describe la arquitecta, «hay una oposición entre sus dos muros, el curvo y el recto, y destacan los reflejos de sus vidrieras». El día de su inauguración no cabía ni un alma en esta iglesia ideada por Miguel Fisac y rematada por una sencilla torre de hormigón para sobresalir entre los bloques de viviendas de un barrio muy lineal.
Once años después, en 1971, abrió las puertas el templo de San Francisco de Asís, en Zaramaga, que Luis Peña Ganchegui concibió «como un espacio polivalente». «Es la época de la sala de estar-comedor en los hogares y la Iglesia toma también ese cambio que se está dando en las casas», dice. A partir de este momento, «la reflexión sobre el espacio religioso no avanza mucho más en sus propuestas», advierte la responsable de una exposición que bebe de los fondos de los archivos de Álava, Vitoria, la Universidad de Navarra o los 'herederos' de los arquitectos que esbozaron las tres construcciones.
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