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Los días que ha pasado sobre las tablas Vicky Peña (Barcelona, 1954), Premio Nacional de Teatro, son incontables. Tan solo el confinamiento frenó ese paseo del camerino al escenario al menos una vez por semana. Cuando la actriz catalana volvió en octubre a un ... teatro sintió «extrañeza» ante ese público con mascarilla. Protagoniza la adaptación de una de las obras fundamentales de la narrativa latinoamericana del último siglo, 'Pedro Páramo', junto al actor Pablo Derqui y bajo la dirección de Mario Gas, con la que hoy se estrena la temporada de primavera en el Teatro Principal. Las entradas se han agotado.
– La novela 'Pedro Páramo' nos sumerge en un mundo mágico, poético y repleto de personajes. Pero en la adaptación solo hay dos actores. ¿Cómo se traslada a escena?
– Eso mismo me pregunté yo al leer la obra porque tiene ese lenguaje tan poético y misterioso que describe la región de Comala y un mundo con una galería de personajes notable en número y manera de ser. Sobre el papel, la versión que ha hecho Pau Miró es sencilla. Ha querido narrar un cuento a dos voces, con diálogos entre voces asumiendo diferentes papeles. Y todo con una escenografía rica y poderosa.
– Además de proyecciones.
– Sí, esas proyecciones son importantes porque nos han acompañado en la creación de una diversidad y nos han dotado de un ambiente y atmósfera. No es solo la voz de Rulfo la que escuchamos, sino que hay una banda sonora y visual muy poderosa de voces, ladridos y gemidos que llevan y acompañan al espectador para percibir este viaje de ascenso a los cielos o infiernos. La figura de Pedro Páramo se construye a través de los relatos que contamos y también en primera persona, sobre todo en la vejez.
– ¿Quedan caciques en nuestros días como Pedro Páramo?
– Yo creo que sí existen. Es una figura que sigue existiendo en determinadas latitudes y ambientes que se perpetúan por sí mismas, son familias que ejercen el poder sobre otra gente. La figura del cacique sigue existiendo. Páramo es un personaje muy curioso al que Rulfo le da una dimensión singular a través de un amor irrealizable que lo convierte en una figura trágica. El cacique sí existe lamentablemente, aunque varía el perfil a través de las civilizaciones, pero el hombre que consigue tener siervos y someter al resto sigue existiendo. A lo mejor ahora no hay que viajar tan lejos para sentir el poder de esos señoritos.
–Con el paso de los años, ¿se mantienen los nervios al salir al escenario o se van controlando mejor?
– No desaparecen. Siempre hay un sentido de la responsabilidad y esa incertidumbre y dudas en uno mismo. Una vez pisas el escenario sabes que tienes te creces y vuelve la seguridad en ti, llega un momento en el que te olvidas de todo y entras en el juego con el público. El teatro es un paso a dos en el que bailan los actores con el público
– ¿Cómo fue volver al escenario?
– Era extraño ver aforos pero la sala a medias. Hay un silencio especial, sin duda debido a la obra, pero también como una reverencia curiosa ante la posibilidad de estar en un acto público. Además no hay toses. Con la pandemia, el público lo evita.
– ¿Los teléfonos también suenan menos en el patio de butacas?
– Suenan menos. No he oído últimamente. Quizá uno y notamos que era una persona mayor porque comentaba que no sabía cómo se apagaba y pedía ayuda. Los móviles tienen una doble vertiente. Aparte de la sonora está la lumínica, cuando alguien lo mira se refleja la luz en la cara y ahora en la máscara. Es muy desagradable para el resto del público y actores.
– ¿Trabaja en algún proyecto en paralelo?
– Estoy ensayando una obra de una autora británica, traducida como 'Yo solo puedo escapar', dirigida por Magda Puyo y junto a tres actrices. Son cuatro mujeres de unos sesenta años tomando té. Aparentemente no pasa nada pero pasan muchas cosas. Es una obra muy perturbadora.
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