El taxi volante, el palillo y el Rössli
Se non é vero... ·
Presentaron el ingenio volador sin el boato ni la parafernalia del Hiriko, que si bien no era un taxi, acabamos pagando a escote su carrera a ninguna parteSecciones
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Se non é vero... ·
Presentaron el ingenio volador sin el boato ni la parafernalia del Hiriko, que si bien no era un taxi, acabamos pagando a escote su carrera a ninguna parteTodo eran risas hasta que nos dimos cuenta de que el tartamudo quería jamón». No pillé el chiste hasta que me tomé el segundo vino, por más que leí y releí el cartel que colgaba de la pared de aquel bar atestado de jamones colgantes. ... Que los Jardines de Babilonia debieron ser algo parecido, pero con plantas en vez de perniles.
Entonces caí en la cuenta del chiste y me dio tal ataque de risa que casi no la cuento. Porque se me atragantó un colín que tenía en la boca -un pico de estos con forma de supositorio que acompañan a las tapas a modo de pan- y a punto estuve de palmarla de asfixia por atragantamiento.
Por fortuna, había a mi lado un vecino leído, funcionario por más señas, al que habían dado recientemente un curso de primeros auxilios en la Diputación. Y hasta que no me hizo la Maniobra de Heimlich, que cuando me abrazó presumí las peores intenciones, me vi cerca de conocer a Dios sin yo pretenderlo. Que ya iba poniéndome azul y caminando hacia la luz cuando por fin escupí el pan entre lágrimas y estertores de angustia y felicidad mal mezclados y a partes iguales.
Una vez repuesto, y recuperados resuello y compostura, volví mis ojos al periódico para reparar en que acababan de presentar en público el taxi aéreo vasco. Una especie de 'huevo móvil' de los sesenta del siglo pasado, con cuatro hélices a los lados, autónomo como la Comunidad, y sin conductor. Que debe tener como el interruptor de un portero automático donde cantas la dirección y despegas hacia tu destino en un santiamén.
Lo que es meterse en camisas de once varas sin tener idea de lo que uno se trae entre manos, pensé mientras carraspeaba todavía por el efecto de alguna miga. Resulta que organizan un equipo de lumbreras en Tecnalia para diseñar el taxi del futuro, y lo presentan ante los medios de comunicación como si hubieran logrado construir el Nautilus del capitán Nemo. Aunque esta vez sin el boato ni la parafernalia que precedieron a la presentación y posterior naufragio del 'Hiriko' que, si bien no era un taxi, acabamos pagando a escote la carrera a ninguna parte.
Que ahora el vehículo vaya por el aire, pase, si te ponen la bolsita para el mareo. Lo que aún no sabemos es dónde van a poner las señales de stop o de ceda el paso, con tanto tarugo al volante. Pero bueno, aceptemos pulpo como animal de compañía. Cuando ya empezamos a tocar los cojones es cuando nos dicen que el aerotaxi no tiene chófer. Hasta ahí podíamos llegar. ¿Y luego qué? ¿Un Ayuntamiento sin alcalde?, ¿una Diputación sin diputado general?, ¿un Deportivo Alavés sin portero? Porque un taxi sin taxista es como un jardín sin flores. Y es que se está perdiendo todo sin que uno se dé cuenta. Pero si lo pensamos detenidamente, hemos ido perdiendo nuestra identidad como de soslayo y a pasos agigantados.
Se perdió el palillo entre los dientes del conductor, que era de mal gusto y de paletos, porque había clientes sensibles y les parecía mal. Y callamos. Se perdió el Rössli entre los dientes, la ceniza en la bragueta del chófer y el olor a puro en el habitáculo. Que hasta el San Cristóbal llevaba los dedos en la cara tapándose la nariz, del pestazo que echaba aquel engendro mal apagado. Y no dijimos nada.
Recuerdo que cada vez que viajaba a Madrid, y recién llegado a Chamartín, disfrutaba aguardando en la parada de taxis el chute inminente de la emisora de la Conferencia Episcopal. Aquellas soflamas del Federico Jiménez Los Diablos y aquella conversación forzada con un botarate empeñado en convencerte de a quién había que fusilar -siempre había alguien que merecía ir al paredón- para mí suponía un soplo de aire puro, con olor a puro.
Después de la carrera, exhausto por aquella radio guerracivilista, ahíto de comentarios machistas y de groserías políticas, aletargado por la peste a puro mezclada con aquel ambientador con forma de pino de aroma estrafalario, recuperaba la ilusión y la pasión por la política. Mi carrera en taxi era como una vacuna que me inmunizaba contra la caspa, la intolerancia y la mala educación.
Sólo por el hecho de que había que modernizar aquella España negra que se enquistaba tras una licencia de taxi merecía la pena la militancia por la luz frente a aquellas tinieblas que siempre nos privaron de una vida en la que la decencia y el respeto recuperaran su lugar en el espacio público.
Pues hete aquí que una cuadrilla de ingenieros que, ajenos a la labor social que ha acreditado el taxi durante tantos años, van y pergeñan un taxi sin taxista, en el que seguro que no hay ni radio episcopal, ni ceniceros, ni rastros de migas en los asientos, ni respaldos de bolas de madera, ni un miserable San Cristóbal en el salpicadero.
Y no sé a ciencia cierta si esto es un adelanto o un atraso en el proceso civilizatorio de la humanidad. Si convivir con la asepsia es mejor que crecer entre gérmenes. Si la pureza y la soledad desplazarán el roce entre los seres humanos. Si el hecho de ser un taxi unipersonal, el prototipo vasco éste, nos privará de experiencias que, en el pasado, cambiaron nuestras vidas y nuestra percepción del ser humano.
Entonces, sentados sobre aquella tapicería de skay que te sudaba el culo a borbotones, entre una nube de humo, aprendimos el ejercicio del autocontrol, de la tolerancia, del 'mindfulness', del aguantar la respiración y de comprender que vivir resulta una experiencia interesante, a pesar de que a veces pueda parecernos escalofriante.
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