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«El mundo rural se acaba». Quien firma el epitafio no es un dirigente de un sindicato agrario, un líder político agorero, ni siquiera un labriego o un pastor desbordado. El certero análisis de la dramática situación que atraviesa el sector primario alavés es de Lucía, una cría de ocho años que, sin embargo, conoce mejor que la mayoría la realidad del agro: mucho mejor que los que, desde la ciudad, ven el campo como una realidad abstracta, lejana y , sobre todo, muy ajena. Ella sabe muy bien lo que cuesta alimentar, día a día, a una vaca. Conoce perfectamente el sudor que le cuesta a su aita sacar adelante cada cosecha. Por eso, cuando dice eso de que «el mundo rural se acaba» sabe muy bien de lo que habla. Y, muchos, comparten la visión de la pequeña Lucía.
Los agricultores alaveses más hastiados –que son la mayoría– están convencidos de que la granizada de la semana pasada ha puesto el último clavo en el ataúd para un sector asediado, desfondado de tanto luchar contra los elementos. El año pasado fue la guerra de Ucrania y esa ola de incendios forestales que les puso en el punto de mira y que condicionó sobremanera la cosecha. Este verano, la sequía primero y la granizada después, unida al imparable aumento del precio de las semillas, de los piensos, de los carburantes, de los nitratos, de los fertilizantes, de todos los fitosanitarios... Y todo eso mientras el sector arrastra problemas que ya van camino de enquistarse, como una alarmante falta de relevo generacional y el descenso, año tras año, de la rentabilidad de las explotaciones.
«Estamos acostumbrados a mirar siempre al cielo, es algo que va con nuestra profesión pero lo que estamos viviendo este año... no hay nada comparable», se duele Edurne Basterra, la presidenta de la Unión Agroganadera de Álava(UAGA), el principal sindicato de la provincia. De Agurain a Campezo, de Faido a Rioja Alavesa, todos los que se dedican al campo, los 3.000 hombres y mujeres titulares de explotaciones alavesas comparten eso de que «ni los más viejos del lugar recuerdan un año tan malo como este».
«La sociedad puede pensar que estamos todo el día llorando, pero me gustaría que quien piense eso hiciera un ejercicio de empatía, que pensara qué ocurriría si cobrara por trabajar en la fábrica lo mismo ahora que hace 20 años. Porque eso es lo que nos ocurre a nosotros: nos pagan el cereal como hace dos décadas mientras que el precio de los insumos no ha dejado de aumentar», invita a reflexionar la presidenta de la UAGA, que asegura que este año «hay zonas en las que ni siquiera van a lograr cubrir gastos». Algunas explotaciones están condenadas a la quiebra, a desaparecer.
Aquí el drama va por zonas. Y en la de Kuartango y Valdegovía, la situación es «catastrófica». Así la define Julen Martínez de Santos, ganadero de Kuartango, que tilda de «histórica» la sequía de primavera. «Ha sido un desastre, aunque el forraje rebrotó un poco, no se consiguió recuperar ni con las lluvias de junio. Al mismo tiempo, el monte está precioso, es increíble cómo se ha recuperado, pero no lo podemos aprovechar por el miedo a los ataques del lobo», se duele. Ante este panorama, Julen no ve otra salida que «reducir, quitarme parte del ganado: va a ser más rentable que tener que comprar forraje fuera», admite.
El asunto del aumento del precio de los forrajes (que se ha disparado un 270%, según las cifras que maneja el Gobierno vasco, preocupa y mucho en el sector. «Es que sin paja, no hay ganadería», resume Enrique González, ganadero y agricultor de Faido, en la Montaña Alavesa. Sus vacas tienen la malísima costumbre de comer a diario. Yél lo tiene cada vez más difícil para alimentarlas. «Hemos pasado de exportar paja a tener que comprarla fuera, este año se acabó todo lo que teníamos almacenado en las pajeras», explica el ganadero. «El problema que tenemos con los forrajes es enorme y, mientras, los precios no paran de subir: llenar el silo de grano nos cuesta más de 3.000 euros y eso es semana sí, semana no», ilustra. «Somos el eslabón más débil de la cadena», se duele.
A pesar de que se auguraba un verano apocalíptico, en La Llanada la estampa que muchos agricultores veían desde sus tractores invitaba a cierto optimismo, con las patatas y los girasoles y las alubias en flor. Todo cambió en un minuto a eso de las 17.00 horas del pasado jueves. Una brutal granizada arrasó con la promesa de una cosecha decente. Y a las 20.00, otra más, más virulenta, más furiosa. Se calcula que se ha perdido más del 70% de la patata en la zona. El gran desastre
Los agricultores alaveses pidieron de forma explícita en la pasada reunión de la Mesa de Agricultura y Cambio Climático la declaración de zona catastrófica o la activación del fondo para catástrofes, un instrumento que se contempla en la legislación vasca pero que jamás se ha llegado a aplicar en la provincia. A comienzos de semana, la consejera de Desarrollo Económico, Sostenibilidad y Medio Ambiente, Arantxa Tapia, pareció abrir la puerta a activar este tipo de ayudas «en caso de que sea necesario». Mientras tanto cunde la incertidumbre, rayana en la desesperación, en el sector. Ya no solo es que muchos agricultores vayan a ver mermadas sus cosechas de una forma dramática, es que hay quien en La Llanada y en la zona sur de Vitoria –los puntos más castigados por la granizada que afectó a 7.643 hectáreas en todo el territorio–, han sufrido cuantiosos daños materiales, por ejemplo en los pabellones donde almacenan el grano.
En Otazu, en Askarza, en Mendiola y también en Alegría y en Etura, en Guevara... se suceden los graneros cuya techumbre el pedrisco dejó como lonchas de queso gruyère. «Hay mucha gente que tiene tejado de uralita (amianto) y que han quedado inservibles: el coste va a ser incalculable», se duele, muy contrariada, Nieves Quintana, agricultora de Otazu. «Esto nos ha rematado porque la cosecha ya venía muy, muy mala». Allí venían de padecer una falta de lluvias «histórica, como hacía décadas que no veníamos en un mes de mayo». «No vamos a librar, es imposible sacar para cubrir todos los gastos con los costes más altos de toda la historia», adelanta.
Y ante este panorama desalentador, este paisaje apocalíptico entre trigales doblegados y pastizales resecos, un brote verde. Ahí está Asier Ortiz de Martioda, agricultor veinteañero, uno de los poquísimos que rejuvenecen el agro vasco. Asier es un enamorado del campo, pero enamorado de verdad, un convencido de que este sector es el primario pero por principal, por fundamental. «Los que nos dedicamos a esto lo hacemos por ilusión y la ilusión no se te quita por un año malo, ni por dos, pero...». Sí, Asier, no hace falta que termines la frase. De ilusión, no se vive. Yel sector pimario alavés necesita que alguien atienda el SOS que está lanzando a la desesperada. Ojalá que la ayuda llegue antes de que, como anuncia la pequeña Lucía, el mundo rural se acabe.
1.730 explotaciones agrarias profesionalizadas hay registradas en la provincia. 3.000 personas dependen del campo.
Envejecido El 56% de los afiliados a la UAGA tiene más de 55 años. La falta de relevo generacional en el sector primario alavés preocupa al sector y a las instituciones.
55,37 hectáreas es el tamaño medio de una explotación agraria en Álava. Se calcula que las rentables rondan las 100 Ha.
Trigo Es el cultivo mayoritario, con 22.889 hectáreas, por delante de la uva (13.324 hectáreas). Pero su rendimiento es menor: se obtienen 5.500 kilos de grano por hectárea cultivada.
95.804 hectáreas cultivables ocupa el campo alavés: es el tercio de la superficie total de toda la provincia.
7.643 hectáreas se vieron afectadas por la descomunal y devastadora granizada del jueves de la semana pasada.
Asegurado La irregularidad climática de los últimos años ha aumentado las cuantías de los seguros en la provincia. 228.000 toneladas de cereales, herbáceas y leguminosas están aseguradas.
1.000 toneladas de paja comprará Álava a Francia para tratar de paliar el déficit de forrajes de la provincia.
Aumento de costes El Ministerio de Agricultura puso recientemente cifras al auge del precio de los insumos: los piensos han subido un 34,6%, más de la mitad del valor de los consumos intermedios. Se unen los incrementos de valor de la energía y los lubricantes (+49,6%), de los fertilizantes (+62,1%) y de los productos fitosanitarios (+20,3%), además del combustible (+53%).
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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