Sobre papel, cuatro actitudes

Por supuesto, la imagen artística lo es todo, es lo que define la cualidad superior o inferior de un trabajo creativo de índole visual; es fundamental lo que se hace y sobre todo cómo se hace, pero ya sabemos que no es lo mismo en su valoración y estima una resolución sobre óleo, acuarela, dibujo, grabado, fotografía... En esta escala que no es hipotética, sino bastante real, pues acostumbramos injustamente a establecer jerarquías o rangos, la técnica que emplea el artista condiciona todavía bastante la apreciación que se tiene o pueda tenerse de esa obra.

Otro tanto de lo mismo vale en este argumento de prioridades para hablar de los diferentes soportes pictóricos. Es decir; frente a la 'nobleza', 'solidez' o 'carácter definitivo' que atribuimos habitualmente al lienzo, se asiste también a la impresión, errónea pero muy presente y generalizada, de que el soporte sobre papel es un material mucho más 'humilde' y más propio de 'amateurs', de niños o el más idóneo y sencillo para un pasatiempo. Es un material frágil, sin duda, casi siempre más asequible y más económico, pero ni la técnica ni los soportes ni los materiales ni los formatos han de servir -esa es la idea fundamental a transmitir- para reducir las valoraciones artísticas. No debiera ocurrir de este modo.

Otra cosa, los prejuicios que nos autoimpongamos para determinar la validez de un trabajo artístico. Despojarse de ellos, cuesta, requiere esfuerzo y mucha pedagogía e instrucción, y es una labor difícil. Lo sostenía Einstein: «Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio». Es ahora la aventura compartida que emprenden estas cuatro firmas. Que el papel como soporte no es condición ni objeto de renuncia ni pretexto en las potencialidades para desarrollar una expresión personal. Que no dificulta estilos ni prácticas. No los impide; el talento, sí.

En esta plural propuesta, Dorleta Ortiz de Elguea, en su línea evolutiva de trabajo, exhibe doce obras de una subyugante cosmogonía con espacios híbridos figurativos e informes, coloristas nueve de ellos, los otros tres con tinturas en blanco y negro. Fuera de las esculturas tan resolutivas que le identifican, Koko Rico nos sorprende con una fluidez desparramada de líquido aguado sobre papel, diez extrañas representaciones figurativas con reducidísimo cromatismo y con un grafismo en grado manifiesto de esquematismo. Por el contrario, los catorce pequeños dibujos de Iban Arroniz son prolijos en su 'horror vacui' en detalles con una epatante malicia caricaturista, subversiva y truculenta no apta para sensibilidades bambi. Con su docena y media de cuadros, Joaquín Lara apuesta por un cromatismo vivaz y múltiple en densidad con las texturas que enriquecen rítmicamente órdenes y desórdenes compositivos.

Esta es, en esencia, la lección. De eso se trata; de romper prejuicios, ensanchar miras, reflexionar más allá de los propios soportes con los que se trabaja. Buscando siempre posibilidades de alternativa.