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Se enamoró de la India y del corazón del exjesuita Vicente Ferrer, con el que se casó. Desde aquel doble flechazo no ha dejado de trabajar para mejorar las condiciones de vida y las oportunidades de aquel inmenso país, no solo en tamaño sino en ... cultura y contrastes. Anna Ferrer (Essex, 1947) se encuentra ahora en España para celebrar el 50 aniversario de la creación de la Fundación Vicente Ferrer. Vitoria ha sido una de las ciudades en la que ha hecho balance de la situación actual del proyecto de desarrollo rural que ha cambiado el destino de los estados de Andhra Pradesh y Telangana. Los retos son múltiples, pero ahora emerge el de la violencia de género. «Acabar con ella es uno de mis objetivos personales».
– ¿Cuál ha sido el mayor logro de la Fundación en estas cinco décadas de trabajo?
– En las propias palabras de la población, que han dejado de estar controlados por los demás y de vivir en la oscuridad. India ha prosperado mucho en este medio siglo. Ni siquiera podían decidir cómo vestirse o qué comer, pero la gente ya no cree que las personas sean superiores en función de sus castas. Ya no aceptan esa discriminación y ahora los hijos de de las clases bajas estudian para cambiar sus vidas.
– La discriminación sigue presente para las mujeres. ¿Qué debe hacerse para fomentar la igualdad en India?
– Siguen siendo ciudadanas de segunda clase, pero las cosas están cambiando. Cuando llegué a India pasé diez años hablando con las mujeres a través de sus maridos. Su único papel era producir hijos y los maridos y suegros decidían todo. Hoy todas las niñas están escolarizadas, pero los grupos de mujeres del pueblo deben vigilar que no abandonen sus estudios antes de tiempo para casarse. Ponemos las casas que construimos a nombre de las mujeres, tienen tiendas, vacas, búfalas y cuentas bancarias, lo que les aporta autonomía.
Discriminación
– Otra de las lacras es la violencia de género.
– Sigue siendo brutal y acabar con ella es uno de mis objetivos personales y de la fundación, otro de nuestros retos. Es difícil combatirla en las zonas rurales y los psicólogos y trabajadores sociales que vienen de Bangalore terminan marchándose en unos meses. Es por eso que estamos formando nuestro propio equipo, es un proceso lento pero efectivo. Las mujeres indias ya celebran el 8 de marzo y el 25 de noviembre, y por fin tienen confianza para coger un micrófono y hablar de lo que les pasa ante los hombres. Quiero que dentro de 20 años ellas tampoco se sientan discriminadas.
– India es un país de contrastes. ¿Aún existen problemas de malnutrición?
– Lo vimos cuando llegamos a nuestra zona. Hoy hay desnutrición por falta de vitaminas y proteínas, porque muchos días apenas comen algo más que arroz blanco. Esto provoca que el 60% de las mujeres padezcan anemias crónicas. Se han acostumbrado a vivir así y tenemos que concienciarlas para que vean que esto no es natural. Llegan a nuestros hospitales con seis gramos de hemoglobina y las tenemos que ingresar. Dependen de un sueldo diario, no tienen capacidad de ahorro y para ellas es imposible plantearse dejar de trabajar unos días.
– Resulta complicado tener una dieta equilibrada en una región castigada por la sequía. ¿Preocupa el cambio climático a la población?
– Trabajamos en la zona más seca de la India, y hace un año el Gobierno se pronunció sobre esta situación. Mientras en otras regiones llueve todo el día con los monzones, nosotros no tenemos más de seis días de lluvia al mes. Hemos plantado más de 10 millones de árboles para combatir la sequía y construido más de 3.000 embalses. El paisaje ha cambiado desde que Vicente y yo llegamos, hoy es más verde y hay árboles frutales alrededor de las casas. Pero las cosechas siguen echándose a perder. El Gobierno se plantea dirigir el agua de los ríos del norte a los del sur.
Falta de proteínas
– Cuentan con 130.000 padrinos, alrededor de 1.500 en Álava. ¿Cuál es su próximo proyecto?
– Estamos cerrando los detalles, pero vamos a mejorar nuestro plan 'Mujer a mujer' para formar parte de la lucha gobal por la igualdad. Antes las familias ni me decían cuántas hijas tenían, daban por hecho que eran parte de la familia de sus futuros maridos. Hoy dicen «Tengo dos hijos… y una hija». Es un cambio, pero tienen que empezar a ponerlas a ellas también en el primer lugar.
– ¿Qué hizo que se decidiera a quedarse con Vicente y a acompañarle en su proyecto?
– Tenía 16 años cuando acompañé a mi hermano a dar la vuelta al mundo en todoterreno. Pasamos unos meses en India, estudié en Mumbai y me convertí en periodista. Conocí a Vicente durante una entrevista cuando las autoridades querían echarle del país porque desconfiaban de su labor. Me convenció de que la pobreza tiene solución, pensé que podía contribuir a terminar con ella y, de alguna manera, me convertí en su primera voluntaria. Tras quince años de conflictos, ahora contamos con el apoyo de los padrinos que comparten lo que tienen con nosotros desde España con sus apadrinamientos y una buena relación con el Gobierno de la India. Los políticos que estaban contra Vicente hoy me dicen que lo admiran. Cada vez hay más leyes en favor de las mujeres, personas con discapacidad... Pero el país es tan inmenso que muchos ciudadanos desconocen sus derechos. Estamos traduciendo estas leyes al telugu y presentándolas en cada una de las pequeñas comunidades.
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