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«No bajemos la guardia». Ese fue el rotundo mensaje del obispo de Vitoria, Juan Carlos Elizalde, en la homilía dedicada a los fallecidos en una pandemia que todavía no ha cesado. Ante la amenaza de una segunda ola y con una situación epidemiológica ... alarmante en el País Vasco, que ha pasado de registrar un máximo de 15 casos diarios a principios de mes al centenar en la última semana, la diócesis llamó a la responsabilidad y hacer «todo lo que sea necesario para no retroceder».
A la misa en la Catedral de María Inmaculada acudieron este sábado 446 personas, entre familiares de fallecidos, representantes institucionales y sanitarios. El aforo del templo se redujo más de la mitad -en condiciones normales acoge hasta 900 personas- con el fin de extremar las precauciones. También las diócesis de Bilbao, San Sebastián y Pamplona dedicaron en el día de Santiago su misa a rendir homenaje a los difuntos. Estas celebraciones religiosas se suman a la celebrada por la Conferencia Episcopal el pasado 7 de julio el funeral en la catedral de la Almudena de Madrid.
Con la bandera de Vitoria a media asta en la puerta de la Catedral Nueva como recordatorio. La tela evocaba un dolor que se reflejaba en las miradas que asoman encima de la mascarilla durante el acto. «Ser conscientes de que aún queda mucho y del peligro real es también honrar la memoria de quienes se fueron por culpa de este virus», remarcó Elizalde en un llamamiento a las instituciones para apostar por aplicaciones informáticas que permitan facilitar el rastreo de positivos. «Usemos las nuevas tecnologías para controlar los movimientos del virus», reivindicó el obispo en una ceremonia con la emoción a flor de piel que se emitió por 'streaming' con el fin de llegar a todos los feligreses que no pudieron acudir debido a la restricción de acceso.
Otro de los temas de actualidad, la carrera por una vacuna que inmunice frente al Covid-19, también estuvo presente en un discurso en el que deseó «éxito a los investigadores» y a las farmaceúticas que trabajan en una inyección eficaz para contenerlo.
Ambos mensajes demandando más esfuerzos a toda la sociedad acompañaron una homilía por los caídos a causa del coronavirus que se hizo extensible a todos los fallecidos en la «soledad más absoluta, sin besos ni abrazos de consuelo» debido a las precauciones sanitarias.
Esos «duelos traumáticos» fueron precisamente los que vivieron en primera persona muchos de los asistentes. Tras los 350 fallecidos -140 de ellos en residencias- en este tiempo en Álava hay historias conmovedoras . «Son cifras con nombres, apellidos y familias detrás», dice Satur Carrasco, quien perdió a su padre el 7 de abril. «Ni en las peores pesadillas me lo hubiera imaginado». Pocos días antes del fallecimiento le notificaron desde la residencia de ancianos en la que se encontraba que había dado positivo. «Lo trasladaron de la residencia al hospital y la médica que lo atendió nos dijo que ya estaba agonizando y fuéramos corriendo. No nos dio tiempo. Al salir de casa recibimos otra llamada diciendo que acababa de fallecer».
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La mirada que asoma basta para identificar esa tristeza. Al entierro acudió solo con su mujer, Raquel Menoyo. Entonces estaba limitada el acompañamiento a tres personas por Sanidad. «Tampoco hubo velatorio. Te fiabas porque ponía el nombre de mi padre en el féretro, pero no pudimos verlo», dice Carrasco, cuyas palabras se repetían como un eco en el templo, siempre acompañadas de un llamamiento a la responsabilidad. «Nuestra hija trabaja como enfermera en Txagorritxu, por lo que hemos visto de cerca las consecuencias de una pandemia que sigue ahí».
Esta ceremonia, que se alargó algo más de una hora, constituyó precisamente un homenaje a la labor de quienes han estado en primera línea durante los días más crudos del confinamiento. «Son personas heroicas y sencillas, creyentes y no creyentes », afirmó Elizalde que enunció diferentes profesionales con una mención especial a los santitarios. «No han vivido para sí mismos, sino para los demás. Salíamos a aplaudirlos día tras día porque era lo mínimo que podíamos hacer».
Ese sentido mensaje de reconocimiento hizo que a algunos asistentes se les cayeran las lágrimas, ya que parte de ellos pertenecían al gremio, como Iñaki López de Tejada, un cirujano jubilado cuya suegra falleció el 19 de marzo, a los pocos días de decretarse el estado de alarma.
Fue el encargado de leer una oración final. En el mismo sentido que el mensaje eclesiástico, en su petición demandó que los investigadores y sanitarios sean más valorados. A estos últimos les ha tocado acompañar el último adiós a los afectados por el virus. «Las propias sanitarias en ese momento comentaban que les faltaban medios. Lo pasaron horrorosamente», cuenta. La última noche que su mujer, Paz Hurtado, vio a su madre, ella hubiera querido permanecer más tiempo junto a ella. «Me quedé con la pena de no poder pasar la noche con ella. Pero la situación era entonces dramática con muchos infectados».
De alguna manera, hubo una sensación de irrealidad que se apoderaba de ellos en la despedida. «Una vez me llamaron de la residencia diciendo que podía ver a mi madre por Skype. En ese momento estaba en el supermercado y era imposible», recuerda acerca de la falta de organización. «Todo estaba desbordado».
A esos familiares se refirió el diputado general, Ramiro González, en los ruegos finales a los que también pusieron voz diferentes representantes de la sociedad civil y sanitarios. Por su parte, el alcalde, Gorka Urtaran, destacó «el buen comportamiento de la ciudadanía en los momentos más críticos», una referencia a la solidaridad alavesa que impregnó las exequias con un fuerte carácter social. La crisis derivada de la pandemia fue otro de los puntos destacados en la homilía.
Apeló a la colaboración entre instituciones para dotar de mayor «protección social» a los colectivos más desfavorecidos con una mención especial a los inmigrantes. «No les dejemos a la deriva», señaló en un mensaje llamado a poner todos los esfuerzos para que los estragos de una segunda oleada no repitan las escenas más duras ya vividas.
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