Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Parecen felices, tan repeinados y con sus sotanas negras recién planchadas, tan largas que les llegan hasta los tobillos. Acaban de licenciarse en Teología tras años buscando a Dios entre legajos, manuales y tratados. Era 1951 y Alberto Schommer los retrató montados en sus bicicletas, ... a las puertas de un seminario que este curso ha despertado de un larguísimo letargo. El pelotón de vocaciones es hoy mucho más reducido que entonces, pero probablemente también mucho más auténtico. Para la mayoría de aquellos chicos en blanco y negro meterse a cura era la forma más fácil -si no la única- de cursar estudios superiores. Para los de hoy, lo difícil es iniciar, a piñón fijo, el empinado camino que ahora afrontan. Jamás había sido tan árido y pedregoso. Jamás habían tenido que sortear tantas tentaciones. Sus vocaciones son puro milagro.
El curso acaba de arrancar con 16 aspirantes a sacerdotes, una cifra inaudita por estos pagos en medio de la pertinaz sequía de 'llamadas' de los últimos tiempos. De hecho, este es el mejor dato en 25 años en el seminario de Vitoria, que otrora podía presumir de estar a la vanguardia de los estudios eclesiásticos en el norte de España, con medio millar largo de novicios, y que en las últimas décadas ha llegado a temer por su supervivencia: desde 2003 hasta 2006 ni un solo aspirante llamó a los portones de forja Beato Tomás de Zumárraga.
A la hora de explicar a qué se debe tal aumento de seminaristas en una sociedad cada vez más secularizada -como ejemplo, según el último CIS, solo el 13,9% de los españoles que se dicen católicos (el 67,4%) aseguran acudir a misa los domingos-, los responsables eclesiásticos tiran de la divina retórica: vienen a decir que las vocaciones solo responden a la voluntad de Dios. Pero la razón más mundana de este pequeño fenómeno hay que encontrarla en el empeño personal del obispo de Vitoria, Juan Carlos Elizalde.
Con un clero alavés muy envejecido (el cura más joven de la provincia tiene 41 años y la edad media pasa de los 70), una de las primeras decisiones que el prelado tomó al asumir el cargo fue la de insuflarle vida al seminario. En 2017 recurrió al Camino Neocatecumenal, el movimiento que fundó en 1964 Kiko Argüello, un laico que, tras convivir con prostitutas y drogadictos, de defender teorías marxistas, se cayó del caballo del exceso y puso en marcha una comunidad que hoy cuenta con millones de fieles en un centenar de países, varios obispos, una orquesta sinfónica, universidades y 122 seminarios, los Redemptoris Mater.
La decisión del obispo Elizalde fue polémica, indigesta para ciertos sectores de la Iglesia alavesa, que no tardaron en expresar, tanto en privado como en público, sus reservas y temores ante la llegada de un grupo religioso que tachaban de ultraconservador y que, poco a poco, a pesar de las suspicacias iniciales, se ha acabado haciendo un hueco en la vida pastoral de la ciudad. A los 'kikos' -así se les conoce de forma coloquial-, les sigue rodeando un aura de hermetismo y opacidad. Sin embargo, no dudaron en abrir, de par en par, para EL CORREO las puertas de su metódica rutina.
Faltan apenas quince minutos para las ocho de la mañana y Andrés, Juan Pablo, Juan Antonio, Elías, Adrià, Vicente, Ariel y Miguel ya están listos en una capillita presidida por una ara de madera labrada, con el crucifijo sobre una pared de fondo naranja chillón y los bancos tapizados de escay parduzco, dispuestos para la oración. Por las ventanas de medio punto entra el fresco de la mañana y sólo se escucha a los herrerillos, los tordos y algún gorrioncito despistado cuyos cantos desacompasados se mezclan con el rumor de la ciudad, todavía desperezándose en una legañosa calma que no tarda en quebrarse.
En la mayoría de las comunidades, los laudes (la primera celebración de la mañana) se despacha con una letanía amodorrada. No es su caso. Con el ritmo de una guitarra, con su fervorosa forma de interpretar los himnos y los salmos, le dan al asunto una especie de barniz de liturgia pop, con un soniquete (por los siglos de los siglos amee-ee-en) que anima a seguir los cánticos con el pie. Sus voces, sus acordes, resuenan con fuerza en los largos pasillos embaldosados, desde este rincón de la segunda planta del formidable edificio que diseñó Pedro de Asúa. Aquí han encontrado acomodo desde hace poco más de una semana los ocho seminaristas (otros dos se encuentran de misiones por el mundo) del Redemptoris Mater. Hasta ahora, los 'kikos' habían vivido en los hogares de familias de la comunidad neocatecumenal vitoriana.
Escaleras abajo, en el piso inferior, viven los otros seis aspirantes a sacerdotes, los del diocesano. Porque, sí, el seminario de Vitoria contiene en realidad, como en esos juegos de matrioshkas, dos seminarios que funcionan de forma paralela: sus 16 alumnos solo coinciden al cabo de la jornada en algunos momentos de oración y durante las clases de la Facultad de Teología, a las que a diario acuden a estudiar decenas de religiosos, pero también seglares.
Antes de las clases, los seminaristas sirven un desayuno pantagruélico, digno de cualquier buffet de hotel, con sus sandwichitos mixtos calientes, sus tostadas, sus magdalenas, su fruta y ese riquísimo zumo de los manzanos del propio seminario. Allí, a la mesa, queda claro que por mucho que los chicos estén moldeados con otra pasta, más dura, muchísimo más maleable que el resto de jóvenes de su edad, no dejan de ser unos chavales normales de veintitantos.
Aquí te esperas encontrar a un grupo de autómatas beatos, una especie de humanoides con el 'software' de la religión instalado hasta la médula. Pero no. Por mucho que esa estética de niño de colegio pijo no falle, con esas camisas abotonadas hasta arriba, escrupulosamente metidas por dentro de 'chinos' con cinturón trenzado de piel, lo cierto es que estos chicos ríen como los demás. Hacen comentarios absurdos como los demás. Y, sí, bostezan soberanamente en clase de 'Espiritualidad sacerdotal', en 'Teología de la Revelación' y en 'Libros sapienciales' como lo haría cualquier hijo de vecino. Ellos no son inmunes al santísimo aburrimiento.
Tras cuatro horas de clases de Teología, vuelven a rezar en las Intermedias, justo antes de comer. Entre la ensaladilla rusa y el rollo de carne con puré, los chicos se sueltan y empiezan a explicar cómo despertaron sus vocaciones. Ninguna habitación se llenó de humo, ninguna luz fulgurante les cegó en plena noche. Dentro de lo divino, todo fue bastante más prosaico. «Acababa el bachillerato y había suspendido, me gustaba una chica pero no me apetecía nada más con ella, tampoco quería ser cura... estaba hecho un lío», cuenta Elías, de Zaragoza, hijo de una familia de nueve hermanos. Vamos, que tenía una crisis existencial de manual. Y en lugar de pasarla buscando consuelo en Tinder, fingiendo una felicidad de cartón piedra en Instagram, se adentró en el camino del sacerdocio. Con matices, algo parecido le pasó a Vicente, que soñaba con ser periodista deportivo. Y también a Miguel y a Andrés, los últimos en llegar.
Tras fregar los platos, los chicos tienen dos horas libres, en las que pueden elegir entre echarse una larga siesta o hacer deporte. Hoy toca futbito en un polideportivo cercano. Como en cualquier pachanga de colegas, se escuchan risas y se celebran con euforia los goles, como ese tan esmerado que marcó Ariel, vestido con una camiseta negra en la que se puede leer 'Ora et labora' a la espalda. Pero, a diferencia de cualquier partidillo, a ellos no se les escapa ni mal un taco. Todo lo que se escucha es un naif «joé», un inocentón «jope, macho» todo lo más.
Dedican casi cuatro horas diarias a empollar en la fastuosa biblioteca materias como Antropología filosófica o Epistemología general. Sin lugar para las distracciones. Por no tener, los 'kikos' no tienen ni teléfonos móviles, ni redes sociales y apenas utilizan Internet. «No estar pendiente del móvil nos ayuda a buscar esa intimidad con Jesucristo que necesitamos», suelta Vicente, ya en la cena -en la que la pizza, por cierto, voló en un suspiro- con una de esas revelaciones en las que uno no puede evitar arquear un poquitín la ceja.
Antes de retirarse a sus habitaciones, pulcras y espartanas como ellas solas, los chicos salen del seminario para orar en comunidad, en parroquias y en casas particulares de fieles vitorianos. A las 22.30 el día habrá llegado ya a su fin. Uno más, uno menos, dentro de la sacrificada carrera de fondo que les llevará a la ordenación. Sí, si Dios quiere, claro.
Bicefalia Dos seminarios funcionan en paralelo en el mismo edificio: el diocesano y el Redemptoris Mater
Sequía de llamadas Entre 2003 y 2006 ni una sola vocación llamó a la puerta del seminario alavés
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.